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La refundación de Israel

Sabado, 20 de julio de 2013 12:17
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La sanción de la legislación que elimina la excepción al servicio militar obligatorio de los judíos ultra - ortodoxos, llamados “jaredín”, y de los ciudadanos israelíes de origen árabe es la decisión política de mayor importancia estratégica adoptada en toda de la historia del Estado de Isra el.
Israel es el único país del mundo que desde su fundación en 1949 no conoce la paz. Su derecho a la existencia no está todavía garantizado internacionalmente. Hay países, como Irán, y organizaciones armadas, como Hamas y Hezbollah, que preconizan su destrucción. En ese contexto, es fácil comprender por qué las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) son la institución fundamental de la sociedad.
En Israel, la mayoría de la población, inclusive las mujeres, sirve en el Ejército. Los ciudadanos hacen de dos a tres años de servicios militar obligatorio y quedan incorporados a la fuerzas de reserva. Pero en la mayoría de los ejércitos del mundo las fuerzas de reserva constituyen un apéndice del ejército permanente. No es así en Israel: los reservistas conforman unidades militares propias que están bajo las órdenes de oficiales de reserva. Es una estructura democratizadora. Es frecuente que un alto ejecutivo esté a las órdenes de quien en su empresa es un inferior jerárquico.
Cada año, los israelíes abandonan su vida particular para pasar varias semanas con su unidad militar. En Israel, los vínculos que se establecen en el Ejército forman poderosas redes sociales. La mayoría de los emprendedores israelíes han recibido una gran influencia de su paso por las IDF. La formación castrense, que por su sesgo tecnológico y su apuesta a la iniciativa y a la responsabilidad individual más allá de las jerarquías formales, se diferencia cualitativamente de la mayoría de los ejércitos del mundo, tiene una impronta de capacitación para la vida civil y, en particular, para el mundo empresario.
En Israel, el curriculum académico es menos importante que la experiencia militar. Esa experiencia compartida, que no sólo es teórica sino que adquiere manifestación en el campo de batalla, construye lazos de confianza que se traducen en las contrataciones laborales. Yossi Vardi, uno de los empresarios israelíes más exitosos, comenta que hay compañías que han dejado de colocar avisos con ofertas de trabajo para privilegiar el “boca a boca”.
Para Vardi, “el gráfico social aquí es muy sencillo. Todo el mundo se conoce, todo el mundo tiene un hermano que estuvo en el Ejército con alguien. La madre de alguien fue profesora de alguien. El tío de alguien estaba al mando de la unidad de alguien. Si algo sale mal no puedes salir corriendo a esconderte. El grado de transparencia es altísimo”.
En su campaña electoral, el primer ministro Benjamín Netanyahu había planteado como prioridad conseguir que Israel ingrese en la nómina de las diez economías más relevantes del mundo. Gidi Grinstein, fundador y presidente del Reut Institute, un prestigioso centro de estudios, señala que la brecha que separa hoy en día el nivel de vida de Israel de otros países desarrollados es muy peligrosa. “Nuestro sector empresarial está entre los mejores del mundo y nuestra población tiene un nivel de educación muy alto. Pero la calidad de vida y los servicios públicos deja mucho que desear”.
Esta percepción de Grinstein está en la raíz de la disconformidad de la clase media israelí, que salió a las calles en un difuso pero multitudinario reclamo de mejores condiciones de vida, y explica el rápido ascenso del partido Yesh Atid, liderado por el periodista televisivo Yair Lapid, que en poco tiempo acumuló apoyo suficiente como para erigirse en socio indispensable de la coalición gubernamental.

La bomba demográfica

El problema de Israel es el dualismo de su economía. Mientras el sector de alta tecnología se encuentra entre los más avanzados del mundo, el conjunto del sistema económico no sigue su ritmo. Una de las razones fundamentales de esta disparidad es la baja tasa de empleo. Apenas el 55% de la población económicamente activa está integrada al sistema productivo. Es el índice de participación más bajo del mundo desarrollado.
Esa baja tasa de participación laboral se atribuye a dos minorías: los judíos ultra - ortodoxos y los árabes israelíes. El 84% de los ciudadanos israelíes y el 73% de sus ciudadanas de entre 25 y 64 años tienen trabajo. Pero entre los jaredíes esa participación es de sólo el 40% y en el de las mujeres árabes del 19%. En ambas minorías, el índice de desempleo estructural es extremadamente alto.
Los ultra-ortoxos estaban eximidos del servicio militar si acreditaban que estaban consagrados a estudiar a tiempo completo en los seminarios judíos (“yeshivá”). Esta excepción fue creada por David Ben Gurion para obtener el apoyo jaredí cuando se fundió el Estado de Israel. En aquel momento favorecía unos cuatrocientos estudiantes, pero en los últimos años ya beneficiaba a decenas de miles que concurrían a esas escuelas en lugar de alistarse en el Ejército.
Las consecuencias económicas son fuertemente negativas. Por su falta de experiencia militar, los ultra - ortodoxos, al igual que los árabes israelíes, no reciben la altísima capacitación que proporciona el Ejército a la mayoría de sus compatriotas. Además, están marginados de las redes informales que construyen los judíos israelíes en el Ejército. Esta diferencia agrave las divisiones culturales que existen en la sociedad, ya sea dentro de la propia comunidad judía, en el caso de los jaredíes, y entre los judíos israelíes y la población árabe.
Miles de estudiantes árabes se gradúan anualmente en las escuelas de ingeniería y tecnología de Israel. Helmi Kittani y Hanoch Marmari, directores del Centro para el Desarrollo Económico Judío Arabe, afirman que “sólo algunos consiguen encontrar un trabajo que refleje su formación y sus aptitudes. Los universitarios árabes de Israel necesitan disponer de un recurso que el gobierno no puede proporcionarles: una red de amigos en los lugares adecuados”. Esa desconexión agudiza la proverbial desconfianza de los judíos israelíes en sus compatriotas de origen árabe, que en un 83% son musulmanes.
Este escenario se agrava por el desarrollo demográfico. Los sectores jaredí y árabe, que en su conjunto reúnen hoy al 29% de la población, en quince años más sumarán el 39%. Sin una transformación drástica en el mercado laboral, esas tasas de participación serán aún más bajas y crecerán las dificultades. “Las tendencias actuales van totalmente en contra del desarrollo deseado”, advertía el informe Israel 2028, elaborado por un comité de expertos que trazó una preocupante prospectiva de la sociedad israelí.
Más alarmista, “Israeli Politics”, un sitio de reflexión estratégica ampliamente consultado, destaca que “es importante recordar: el 29 % de los niños menores de 6 años en Israel de hoy son árabes y el 30% son ultra - ortodoxos. Cualquiera que mire al futuro de Israel entenderá que no hay ninguna posibilidad realista para seguir construyendo el sistema basado únicamente en el sector judío secular. En 12 años, serán una minoría cuya participación en la población probablemente continuará disminuyendo. El único camino al futuro de Israel es volver a planificar los sistemas para permitir una verdadera integración de los sectores árabes y ultra - ortodoxo”.
La nueva legislación apunta a empezar a corregir esa distorsión estructural.
 

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