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Brasil después de Francisco

Sabado, 03 de agosto de 2013 02:33
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El Papa regresó a Roma y Brasil sigue en la pendiente. Las fallas organizativas que acompañaron la visita de Francisco a la colapsada Río de Janeiro reflejaron las insuficiencias de infraestructura que padece un país gigantesco que, pese a haberse incorporado al lote de vanguardia del mundo emergente, atraviesa una crisis estructural que tiene consecuencias sociales de magnitud.

Con el Papa de vuelta en "Roma, recomenzaron las protestas callejeras. Al mismo tiempo, continuaron las noticias económicas negativas: el déficit de la balanza comercial brasileña en el primer trimestre de 2013 fue el más alto de los últimos dieciocho años.

Las consultoras económicas estiman que el ritmo de crecimiento económico durante el mandato de Rousseff será del 2,4% anual, lo que representa el índice más bajo de los últimos veintiún años. Esa cifra contrasta con el gobierno de su antecesor: en los dos mandatos de Lula, cuando 40 millones de brasileños salieron de la pobreza, el promedio de crecimiento fue del 4,1% durante ocho años y del 7,5% en el último.

Este clima de malhumor, que derrumbó los índices de popularidad de Dilma Rousseff, abre un interrogante sobre el futuro político. La elección presidencial de octubre de 2014, que a principios de este año parecía una mera formalidad para la reelección de Rousseff, se ha convertido en una incógnita.

¿Retorno de Lula?

 

En el propio Partido de los Trabajadores (PT) algunas voces empiezan a sugerir la posibilidad de que la primera mandataria ceda la candidatura a Lula, quien actualmente está mejor posicionado en las encuestas que su ahora cuestionada sucesora.

En un reciente sondeo de IBOPE, la imagen positiva de Rousseff, que en julio del año pasado estaba en el 56,%, bajó al 31,3%. En la muestra, la intención de voto por Lula era 41%, mientras que la de Rousseff era apenas del 30%. El 44,7% de los encuestados manifestó que jamás votaría por la actual mandataria.

Devanir Ribeiro, uno de los cofundadores del PT, puso en blanco sobre negro la gravedad de la situación: "Lula tiene que volver, como candidato y como líder". Y advirtió: "me preocupa el índice de rechazo de Dilma. El riesgo de perder las elecciones es real".

La resurrección de Lula es alentada por el aparato del PT, muy disgustado con Rousseff por lo que entiende como un inadmisible abandono presidencial a sus correligionarios juzgados y condenados por el famoso escándalo judicial del "mensalao", que llevó a la cárcel a la mano derecha de Lula, José Dirceu, y a otras encumbradas figuras de su partido.

Lo cierto es que el PT siente que tiene que luchar por retener un poder que se le escurre entre las manos. La mayoría de sus dirigentes considera que en octubre de 2014 el oficialismo ganará, con cierta holgura, en la primera vuelta electoral pero que estará lejos del 50% de los votos, necesarios para evitar un ballotage en que pueden tropezar con un problema insalvable.

 

El mosaico opositor

 

La coincidencia entre los analistas en la suposición de que Rousseff puede perder se transforma en desconcierto a la hora de aventurar quién podría ganar. El impacto de las multitudinarias manifestaciones de protesta que sacudieron al país golpeó no sólo al gobierno sino a la totalidad del espectro partidario.

El comando del PT reconoce que no tiene bien en claro quién será su principal adversario electoral. El oficialismo teme verse ante el peor escenario, que sería confrontar simultáneamente con varios competidores de fuste, que lo atacarían desde los distintos flancos, por derecha y por izquierda, para confluir luego en la fatídica segunda vuelta.

En primera instancia, la preocupación de los estrategas del PT está focalizada en dos figuras. La primera es Aécio Neves, gobernador del estado de Minas Geraes, y casi seguro candidato del Partido Social Democrático Brasileño (PSDB), que es la principal fuerza opositora, que gobernó durante diez años con Fernando Henrique Cardozo. Neves es también nieto de Tancredo Neves, una personalidad legendaria de la política brasileña, quien falleció antes de asumir como el primer presidente constitucional electo de Brasil después de 21 años del régimen militar inaugurado con el golpe de estado de 1964.

La otra figura expectable de la oposición es Marina Silva, ex Ministra de Medio Ambiente de Lula y líder del Partido Verde, cuyo perfil parecería sintonizar mejor con el manifiesto espíritu contestatario reflejado en las calles. Mujer y con sangre negra (una rareza en la dirigencia política brasileña), Silva renunció al PT en 2009 para ingresar al Partido Verde y postularse como candidata presidencial en 2010, cuando obtuvo un nada desdeñable 19,3% de los votos.

En las filas oficialistas se observa también con preocupación los movimientos de un aliado díscolo: Eduardo Campos, gobernador del estado de Pernambuco y líder del Partido Socialista Brasileño (PSB), quien tampoco oculta sus ambiciones presidenciales. Si bien las encuestas no le adjudican posibilidades de triunfo, su candidatura podría representar una peligrosa sangría de votos para la coalición gubernamental, basada en el PT, el Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y el propio PSB.

Pero el abanico de opciones no está cerrado. En los círculos políticos brasileños se observa con perplejidad los altísimos índices de popularidad de Joaquim Barbosa, titular de la Corte Suprema de Justicia, prestigioso magistrado de raza negra, hijo de un albañil y de una empleada doméstica, quien presidió el histórico juicio que llevó a la cárcel a parte de la cúpula del PT, hecho que lo posicionó como un ícono de la lucha contra la corrupción. Barbosa seria el candidato ideal para canalizar el reclamo de "limpieza política" que surge de la opinión pública.

 Cambio de modelo

 El problema de fondo que enfrenta Brasil, no sólo el PT, es el agotamiento de una estrategia de desarrollo basada en el proteccionismo comercial y el aumento del consumo. El estrangulamiento en materia de infraestructura y el enorme déficit educativo, que golpea sobre la competitividad internacional de la economía, patentizan también el bajo nivel de inversión privada.

Guste o no, Brasil está obligado a abrir su economía. El empresariado paulista, otrora ferviente defensor del modelo autárquico, percibe hoy que el costo que se paga por quedar afuera del proceso de integración económica global es mayor que los hipotéticos beneficios. En ese sentido el déficit comercial constituye una medida aproximada del precio de ese aislamiento internacional.

En esa visión, gravita asimismo una novedad regional: la Alianza del Pacífico, liderada por México, con la participación de Colombia, Perú y Chile, que agrupa a las economías más abiertas de América Latina, limita la influencia de Brasil en América del Sur. Más aún: en Brasilia preocupan los pronósticos de las consultoras internacionales que vislumbran que en diez años más México puede desplazar a Brasil como principal economía de la región.

Esta convergencia entre las demandas sociales planteadas por la clase media emergente y las exigencias de adecuación a los requerimientos de la economía mundial hace que las elecciones presidenciales de 2014 constituyen para Brasil uno de los desafíos políticos más importantes de su historia. Porque en Brasil la apertura económica es inseparable de una reforma política de fondo.

 

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