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25 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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La curia se inquieta con el papa Francisco

Domingo, 04 de agosto de 2013 20:32

“Me pareció una persona cercana y humilde, me hizo sentir cómodo enseguida. Pero también es muy exigente. Pretende que hagamos esfuerzos y cambios radicales en nuestra vida”, dice Marcelo Galeano, argentino de 23 años, uno de los 12 jóvenes que se sentó a almorzar hace unos días con el papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro.

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“Me pareció una persona cercana y humilde, me hizo sentir cómodo enseguida. Pero también es muy exigente. Pretende que hagamos esfuerzos y cambios radicales en nuestra vida”, dice Marcelo Galeano, argentino de 23 años, uno de los 12 jóvenes que se sentó a almorzar hace unos días con el papa Francisco durante la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro.

Según la corresponsal de El País de Madrid, Lucía Magi, el joven irradia entusiasmo, aunque detrás se percibe un hilillo de preocupación. El primer pontífice latinoamericano no se anda por las ramas a la hora de exigir un cambio de postura en su rebaño. Quiere una Iglesia más austera, más justa, ejemplar. Y si su invitación a abrirse a los pobres y a luchar por la justicia tocó a muchachos como Galeano, algunas de sus declaraciones resonaron 7.000 kilómetros más al este, en la Santa Sede. Y los cimientos de la curia se removieron.

Su predicamento de una vida sobria: “Los obispos han de ser hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan psicología de príncipes”; sus declaraciones sobre los gais: “¿Quién soy yo para juzgarlos?”, o su defensa de la laicidad del Estado son palabras nuevas en la forma y en la sustancia.

Mientras Bergoglio consagraba su popularidad sobre un escenario y cautivaba a los fieles, en el Vaticano resoplaban de preocupación.

“Los conservadores de la curia huelen que su tiempo ha acabado”, evalúa Paolo Rodari, vaticanista de La Repubblica. Los analistas coinciden en que al final de este verano llegará el momento de la batalla a una Iglesia burocratizada, poco transparente e ineficaz.

“En el camino habrá obstáculos”, pronostica Sandro Magister, que publicó en L'Espresso el supuesto pasado de escándalos sexuales de monseñor Battista Ricca, recién nombrado por el Papa para controlar el banco del Vaticano. Y que resultó ser una manzana envenenada.

Suspendida en la canícula romana, la cúpula de San Pedro parece esperar. Medirle el pulso resulta complicado. “Nadie dice ni mu, nadie te habla de forma explícita, todo el mundo está inmóvil y a la espera”, dice Rodari. “Nadie sabe lo que ocurrirá mañana”, sella Magister.

En Santa Marta hay dos ascensores. Uno para el Papa, el otro para el resto. Francisco se sube constantemente al segundo. “Allí empleados y monseñores le comentan sus problemas, le pasan información, avanzan sobre puntos críticos. El recoge papelitos, apuntes o memoriza”, cuenta Giovanna Chirri, experta en la Santa Sede de Ansa. Un jesuita perfecto, dicen: escucha a todo el mundo, pero finalmente decide solo. Y rápido.

 

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