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Francisco impulsa la autocrítica de la Iglesia católica

Domingo, 22 de septiembre de 2013 03:08
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El testimonio ofrecido por el papa Francisco en una revista de la Compañía de Jesús conmocionó a los medios de todo el mundo, que no dejan de sorprenderse con este religioso llegado desde los confines del mundo para conducir la institución más fuerte y duradera de la historia.

En seis meses de pontificado, Jorge Bergoglio ha sido noticia todos los días.
Antes había desarrollado una trayectoria notable, lejos de los espacios tradicionales del poder eclesiástico, pero con dos rasgos notables: un compromiso político mucho más explícito que el de los otros obispos y una capacidad inusual de permanecer junto a la gente común.

Casi todos los gestos del Papa que han dado lugar a sorpresas y comentarios tienen que ver con una valoración muy fuerte de la experiencia cotidiana de la gente común. Hace unas semanas, en Río de Janeiro, había recomendado a los jóvenes que “hagan lío”; la frase pareció un intento por congraciarse con los jóvenes, pero Francisco dijo: “hagan lío en las diócesis, salgan a la calle”. No se trata de una invitación a la anarquía ni un renunciamiento a los principios, sin la respuesta a una preocupación por el futuro de la Iglesia y del mundo que esta semana quedó explicitada.

Desde hace medio siglo, a partir de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica viene tratando de resolver un divorcio entre sus estructuras, su doctrina y su liturgia, por una parte, y el mundo real y cotidiano, por otra.

La seguridad del poder, a lo largo de siglos, alejó a la burocracia vaticana de los párrocos y de las comunidades. El rigor en la aplicación del dogma y la indiferencia frente a los problemas cotidianos fueron construyendo un abismo con un mundo que atraviesa lo que hoy se llama “la era del vacío”. Esta sociedad contemporánea, especialmente en Europa y en los países desarrollados, se caracteriza por el debilitamiento de los grandes valores y un creciente individualismo. Frente a la insatisfacción que esto genera, surgen cultos cristianos sin solidez doctrinaria pero con alto voltaje emocional, dispuestos a brindar una respuesta religiosa y, en muchos casos, a lucrar con las carencias de los pobres.

Al mismo tiempo, el crecimiento económico de los grandes países asiáticos va generando un equilibrio planetario muy diferente al del siglo XX, con la aparición de un nuevo protagonista impactante y decisivo, como lo es el terrorismo fundamentalista.

Francisco reconoce estos desafíos para el cristianismo. En su entrevista con la revista oficial de la Compañía de Jesús, compara a la Iglesia con un “hospital de campaña tras una batalla”.
“¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto”.

Francisco trata de poner en práctica un valor que la Iglesia enunció desde siempre pero que le cuesta aplicar: la persona humana está por encima del dogma y de la institución. Es inimaginable que el Papa vaya a impulsar la legalización del aborto, porque también el embrión recién engendrado es, para el creyente, una persona. Pero al pedir comprensión y contención para la mujer que aborta, da un paso fundamental para tratar de mantenerla en la Iglesia. La posibilidad de que los divorciados puedan volver a comulgar es una respuesta de sentido común frente a una situación que se convierte en un cepo insoportable para el creyente cuyo matrimonio se destruyó. Y, finalmente, queda muy claro que Francisco tiene resuelto poner fin a la proverbial homofobia católica.

Hasta ahora, el papa argentino ha dado señales muy fuertes de un cambio de horizontes para la Iglesia. Francisco marca un rumbo estrictamente pastoral que no parece orientado a modificar ningún dogma, pero que, de mantenerse, terminará con las conductas cortesanas, los privilegios y la sensualidad del poder dentro de la Iglesia. Para el papa, urge una revalorización de la persona humana y de una fuerte voluntad de reencuentro con millones de personas que hoy por hoy ven muy lejana a la Iglesia.

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