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Una visita a Wadowice, la ciudad de Juan Pablo Il

Miércoles, 25 de septiembre de 2013 01:49
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En mi vida dos veces estuve cerca de Juan Pablo II, a metros, aunque nunca pude intercambiar con él una sola palabra: primero, en Buenos Aires, cuando vino en misión de paz para presidir el Congreso Mundial de la Juventud. Luego, en 1987, cuando visitó la ciudad de Salta, entre otras ciudades.

Otro acontecimiento de repercusión mundial hizo que, por casualidad, lo viviera cerca del Pontífice: fue cuando el 13 de mayo de 1981, en la Plaza San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, el turco Mehmet Ali Agca, lo baleó hiriéndolo en el abdomen, el brazo y la mano izquierda. Allí, en compañía de Luciano Tanto, entonces corresponsal de El Tribuno en Italia, estuvimos en minutos viviendo ese histórico episodio, junto con el entonces periodista Daniel Mendoza, hijo de Alberto, el gran actor español.

La bella Cracovia

En el 2003, de paso hacia Dublín, donde se realizaba el Congreso Mundial de Periodismo, pude visitar durante una semana la sufrida nación natal de Karol Wojtyla, la que entregó millones de mártires que sucumbieron en la Segunda Guerra Mundial. No conocía Polonia, pero no me la imaginaba tan bonita y desarrollada luego de una inmolación atroz. Varsovia, su capital, no es lo más interesante que ofrece el país sino Cracovia, 400 kilómetros al Sur, cercana a la frontera de Eslovaquia y la República Checa.

Cracovia, Patrimonio Cultural de la Humanidad, es una de las más bellas y antiguas ciudades de Europa, con un gran potencial de valores culturales acumulados aquí por siglos, pero es también un centro viviente que irradia energía excepcional; una ciudad plena de museos, teatros y numerosas escuelas superiores. Millones de turistas de todo el mundo vienen a visitarla a fin de conocer la vieja ciudad, un verdadero museo viviente y con precios accesibles hasta para los argentinos.

El diseño de la ciudad antigua se mantiene desde hace siglos sin cambios, entre lo que se destaca la Plaza del Mercado, la más grande de la Europa medieval. Desde la torre más alta de la iglesia de Santa María, a cada hora en punto, un trompetista recuerda la invasión tártara del siglo XIII.

Pero antes de ir hacia Wadowice visité, 60 kilómetros al Oeste de Cracovia, Auschwitz, el Museo del Martirio por el Holocausto, donde centenares de miles de judíos fueron asesinados. Las instalaciones, seis décadas después, merecen un recorrido porque las camas, los baños, las cámaras de gas y hasta las vías del ferrocarril, por donde llegaban por miles los prisioneros, se conservan intactos.

Catolicismo a pleno

No hay en el mundo un país tan católico y practicante como Polonia. Uno, que se crió en una nación que en su inmensa mayoría cree en Cristo, no deja de sorprenderse al ver las iglesias llenas a toda hora, haya ceremonia o no. Más del 50 por ciento de los polacos va a misa dominicalmente, mientras que en la Argentina, ese porcentaje se reduce, apenas, al 5 por ciento.

Dentro de ese culto religioso, Wadowice, una ciudad de 20 mil habitantes, 50 kilómetros al sur de Cracovia, merece largamente el liderazgo. Allí, el 18 de mayo de 1920, nació el papa viajero, el primer polaco que condujo a la Iglesia de Cristo.

Cuesta imaginar, a la distancia, el culto y la devoción con que los habitantes de su ciudad natal tenían y tendrán por Wojtyla. Sus imágenes se reproducen en centenares de lugares. La iglesia donde fue bautizado, desbordaba de fieles un día cualquiera de semana. Para visitar su casa natal, hoy museo, situada apenas a metros de la basílica principal, era imprescindible hacer largas colas. Wadowice, aunque ciudad pequeña, es hermosa en su arquitectura y en su diseño. Junto a un afluente del río Vistula, rodeada de bosques por un lado y de hermosos campos cultivados por el otro, parecía el lugar exacto donde debía renacer el orgullo de los polacos.

Un hito

Wadowice es un punto ineludible, incluso para los que no son católicos, porque Juan Pablo ll marcó un hito en la historia de la Iglesia, reconocido, aunque parezca paradojal, hasta por el mismo Fidel Castro.
Mientras, el argentino Francisco, aunque resulte caprichoso compararlo, más a la distancia de la muerte de Juan Pablo ll, “rivaliza” con el polaco en popularidad, en el acercamiento a las multitudes y en carisma.

Son dos estilos, pero una sola convicción: lograr que la Iglesia Católica Romana se acerque a sus feligreses, los escuche e impida el alejamiento de sus fieles como estuvo ocurriendo en los últimos años en Brasil, el país católico más numeroso del planeta.

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