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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Cristina prepara el fixture para los últimos 18 meses

Domingo, 15 de junio de 2014 01:02
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Aunque la inmensa mayoría de los argentinos tienen hoy su cabeza puesta en el estadio Maracaná, el verdadero partido en el que se juegan muchas cosas decisivas se jugará mañana en la Suprema Corte estadounidense, que decidirá si acepta o no la apelación de nuestro Gobierno y, de ese modo, lo que ocurra en las negociaciones con los fondos buitre e indirectamente, la suerte de los últimos 18 meses de gobierno kirchnerista.

La realidad obligó a Cristina Fernández de Kirchner a sepultar, o al menos, hibernar, los sueños bolivarianos, aunque no el discurso populista. Presentar a Axel Kicillof como el prócer del pago a Repsol y al Club de París, así como ahora, las tratativas con los holdouts, no honra sus antecedentes académicos que lo ubican como heredero teórico de Carlos Marx y Lord Keynes. Kicillof es, aunque vergonzante, el ministro del ajuste y de la regularización de las deudas.

Es figura, y le gusta serlo, pero no consigue domesticar al presidente del Banco Central, Juan Carlos Fabregas, dispuesto a no ceder y que le exige que haga los deberes: disminuir el gasto público.

La renegociación de la deuda externa, entre 2005 y 2006, había demostrado los quilates del liderazgo de Néstor Kirchner y de la astucia de Roberto Lavagna. Más allá de cualquier análisis crítico, esa decisión le sacó al país un incómodo sayo. Quedaron los holdouts. Hoy, para evitar el default técnico, el gobierno de Cristina necesita de la buena voluntad de Barack Obama.

Es cierto que el alma bolivariana se aletarga en América latina. Sin Hugo Chávez, Venezuela está sumergida en una dictadura grotesca y decadente. Los gobiernos de Ecuador y Bolivia se alejan de la estética kirchnerista más allá de la insólita y amena conversación que animaron para Telesur Diego Maradona y Víctor Hugo Morales con el presidente ecuatoriano Rafael Correa. La realidad es que el viento de cola perdió fuerza y allí se puede encontrar la explicación de los silbidos que sufrió Dilma Roussef en la inauguración del campeonato mundial en un país símbolo del fútbol y donde cincuenta millones de personas salieron de la pobreza a partir del gobierno de Lula, pero que solo llegaron a incorporarse a los estamentos menores de la clase media.

Las mismas desventuras, sin silbidos, padece Cristina, que no logra ungir un candidato. Su exjefe de Gabinete, Sergio Massa, encarna a la oposición y el exageradamente leal Daniel Scioli debe soportar el fuego de examigos, como Florencio Randazzo y Jorge Capitanich, que aspiran a controlar el reparto del patrimonio político que quede al oficialismo.

El momento no es fácil para el gobierno nacional

La imprudencia del vicepresidente Amado Boudou no hace más que agravar su situación. Las maniobras para amedrentar o separar al juez Ariel Lijo podrán darle resultado, o no, pero o hacen más que agrietar la imagen del gobierno, deterioro que se profundizaría si al final logra salir indemne. Los avances de la causas contra él y contra el empresario Lázaro Báez son síntomas de una debilidad a la que el kirchnerismo no está acostumbrado.

Más aún ahora, con la imputación que recibieron Jorge Capitanich, Juan Manuel Abal Medina y Aníbal Fernández, junto con Julio Grondona, por supuestas irregularidades en el manejo de los fondos de Fútbol para Todos.

A pesar de estas dificultades, el kichnerismo sigue evidenciando una capacidad de supervivencia que lo convierte en un ejemplar poco común en la política argentina. Tiene organización y vocación de poder, y ahora está concentrado en el armado ideológico a través de figuras como Teresa Parodi y Ricardo Forster, que se esmeran en mantener altas las banderas que, evidentemente, condicen con el discurso de Kicilloff, el Cuervo Larroque, Wado de Pedro y los camporistas, pero no tanto con el ajuste y los acuerdos económicos hasta ahora ventajosos para las multinacionales y el poder financiero.

Está claro que el núcleo duro del oficialismo apunta a llegar lo más entero posible a la transición y depurar fuerzas e ideas para intentar el retorno en el muy lejano 2019.

Entre tanto, más allá de lo simbólico, entre los reacomodamientos de la retirada está la recuperación de YPF. La reunión del lunes pasado con los gobernadores de las provincias petroleras vuelve a mostrar un giro de retroceso en el federalismo. El subsuelo es de las provincias, pero desde que se descubrió el ahora mítico yacimiento de Vaca Muerta pasaron varias cosas. Primero, la percepción de que Chevron es una empresa que coincide con el pensamiento nacional y popular, ecologista y bolivariano. De inmediato, la decisión de devolver a YPF- y por ende, a sus socios- la hegemonía nacional. Claro, la Constitución nacional ya no se puede reformar pero no se puede descartar la oportunidad de que, hablando con los gobernadores, se encuentre algún atajo para este giro hidrocarburífero.

La otra mirada hacia el interior argentino la brindaron los ministros Juan Carlos Casamiquela, Jorge Capitanich, Lino Barañao y Carlos Tomada cuando anunciaron la expansión de seis millones de hectáreas en la superficie cultivada. Cuatro millones de hectáreas están en Salta. El Plan Estratégico Agroalimentario también está resucitando en el último tramo.

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