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Los grandes equipos, aquellos de carácter y estructuras anímicas blindadas e impenetrables y que, a la larga, consiguen éxitos supremos más allá de los pequeños fracasos que terminan por moldearlos, suelen fortalecerse con los golpes y alimentarse de las críticas. La Selección de Alejandro Sabella, cuestionada casi desde el nacimiento del proceso, allá por 2011, por los nombres, los esquemas, las mesetas y otras cuestiones, siempre estuvo acompañada de las críticas y los descréditos. Pero está demostrando ser capaz de superar sus exámenes y torcer la muñeca de los incrédulos durante el transcurso del Mundial. A 48 horas de la gran final del mundo con Alemania, esta selección llega como le gusta: va “de punto” y sucumbe ante el favoritismo de los bávaros. Y como si fuera poco, toda una escenografía está montada en su contra. El dueño de casa ya recibió demasiados golpes y goles como para seguir siendo humillado por una Argentina dispuesta a enrostrarles la Copa en su propia tierra. Todo esto deberá agigantar aún más a estos guerreros que dejaron el alma y el cuero en el césped del Itaquerao. Y Sabella, utilizando la psicología criolla motivacional, debería empapelar la concentración con los “ninguneos” de un herido Arjen Robben o del mismo presidente de la Federación Alemana, que dan por descontado que los germanos se llevarán de Brasil el tetracampeonato.