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Laberintos humanos. Como angelitos
La mujer que amamantaba bajo el molle nos contó esas cosas sencillas que nos llenaban el alma, cuando escuchamos que las quenas y el redoble de los villancicos estaban cerca y nos volvimos para verlos. Eran los niños que venían a adorar el pesebre, y Carla Cruz, el Varela y yo nos pusimos de pie.
Nos paramos a un lado y vimos como los niños bailaban como angelitos delante del pesebre, moviendo sus alitas cual si volaran y dando pasitos sencillos pero ágiles y bellos. Era un espectáculo tan agradable que nos olvidamos de la mujer que nos estaba hablando, la que amamantaba a su niño bajo el molle.
Habrá pasado un buen tiempo, cuando una mujer batió palmas llamándolos a trenzar en torno a un mástil, y cuando los niños adoraban con sus trenzas nos volvimos para seguir conversando con la mujer que amamantaba, pero ella ya no estaba allí. En su lugar estaba el pesebre con los bueyes y las ovejas y en medio de ellos, bajo el mismo molle, María, José y el Niño.
Carla Cruz, el Varela y yo nos miramos sorprendidos. Nos hubiera gustado seguir escuchando sus cuentos, pero tampoco nos preocupaba demasiado. Lo que nos había contado nos alcanzaba para alegrarnos el día. Algo aprendimos, dijo Carla Cruz cuando seguimos caminando, de bajada, al pueblo, y los villancicos sonaban, lejos unos y otros cerca, cada cual frente a su pesebre.
Cada cual en su lugar, y el Varela comentó, como al pasar, que de saber que se trataba de la Virgen le hubiera pedido tantas cosas. Qué se yo, dijo, acaso me las dio sin que me diera cuenta.