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La Casa de la Bondad, un techo y el amor para los últimos días de la vida | Salteños solidarios, Casa de la Bondad, Solidaridad

Martes, 16 de junio de 2015 00:30
La Casa de la Bondad, un techo y el amor para los últimos días de la vida | Salteños solidarios, Casa de la Bondad, Solidaridad La Casa de la Bondad, un techo y el amor para los últimos días de la vida | Salteños solidarios, Casa de la Bondad, Solidaridad
Una de las voluntarias de Manos Abiertas en la Casa de la Bondad. 
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Un hogar, como un mundo nuevo para encontrar la paz antes de partir. Ese es el espíritu de la Casa de la Bondad. También Peque tiene ese espíritu y, con gran bondad, integra la fundación Manos Abiertas y dirige desde el 25 de marzo esa casa que aún no ha comenzado a funcionar porque no cuenta con la cantidad de voluntarios necesarios para dar asistencia y contención a cuatro personas en estado terminal las 24 horas, de lunes a lunes. Se necesitan unos 120 voluntarios en total. Ya hay alrededor de 70 y la convocatoria continúa. Cada voluntario deberá trabajar 3 horas semanales. "Se necesita que haya gente todos los días. La idea es que haya muchas personas haciendo poco", comentó Ana María "Peque" Ponce de León. Se puede trabajar en distintas áreas: cocina, ropería, cuidadores, secretaría y enfermería. La convocatoria continúa abierta. Para colaborar se puede enviar un mail a salta@manosabier tas.org.ar o llamar al 4392787.

El último día de Mario
La historia de ese espacio se remonta a otra experiencia pensada desde la solidaridad y de la que Peque también es parte. Manos Abiertas tiene un albergue de hombres de la calle al que diariamente asisten unos veinte que encuentran allí un sitio cálido, una cama, ropa limpia, una ducha caliente y algo para comer.
Uno de esos hombres, que asistió al albergue durante unos dos años, era Mario. Hacía algún tiempo que Peque visitaba en el hospital a los enfermos terminales, lo hacía por motivación propia, porque le llena el alma estar con ellos. Un día Mario dejó de ir al hospedaje y Peque, de visita por el pabellón de HIV del hospital, lo encontró internado. Su salud se había deteriorado mucho. Mario había vivido mucho tiempo en el hospedaje y nunca había contado que estaba enfermo.
A través de él Peque se dio cuenta que, como Mario, había muchas personas que estaban solas en el mundo, en los últimos días de la vida.
Peque le preguntó a Mario si quería que llamara a un sacerdote para que dialogara con él. Mario aceptó. El padre Arturo fue y quiso confesarlo, pero el hombre le dijo que no estaba bautizado. Así que el padre lo bautizó, lo confesó, le dio la comunión y la unción de los enfermos. Cuando se fue el padre, Peque le dijo a Mario que ahora que se había confesado y estaba en gracia no le podía mentir y le preguntó por su familia. Lo único que Peque sabía de aquel hombre de 41 años es que era oriundo de Córdoba. Él le señaló un pantalón que estaba al lado de la cama y le dijo que adentro del bolsillo, en un papelito, había un número de teléfono, el de Liliana. Peque le dijo que se iría a su casa y llamaría a la mujer. Él no quería que se vaya, sentía miedo. "Dicen que es normal el miedo a pasar el umbral de esta vida. Nosotros los cristianos sabemos con qué nos vamos a encontrar: un lugar hermoso, lleno de luz. Nos vamos a encontrar con Jesús", dice Peque. A él le dijo que Jesús ya estaba allí, abrazándolo. "Lo siento", dijo él y cuenta Peque que, con una sonrisa, partió. Mario falleció en ese instante. "La muerte en soledad es terrible. Me propuse que mientras yo esté y pueda hacer algo por estas personas lo voy a hacer. Con esa ilusión abrimos esta casa", expresó.
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