Juan Manuel Sarmiento tiene 38 años y fue adicto durante 25. A los 17, ya estaba preso por primera vez. Nació en Villa María, Córdoba, y volvió a nacer hace dos años, cuando entró a la Fazenda de la Esperanza. Ahora acompaña a los chicos en recuperación y no cobra un sueldo por eso, sino que vive en la comunidad, de lo que se genera con la producción y de lo que ingresa.
¿Por qué trabajás aquí?
No lo tomo como un trabajo. Yo hice una recuperación en el 2013 y 2014 en una fazenda y por gracia de Dios me pude librar de esa esclavitud, de esa obsesión que yo tenía por la droga.
Yo vivía en un mundo de desesperanza. Llegué muy mal y los chicos ahí me dieron mucho. Desde el primer momento en que entré percibí algo que nunca había sentido, era el amor que los chicos me daban y eso me devolvió las ganas de vivir, me impulsó a seguir con mi recuperación y con mi caminata.
Yo viví de esa manera durante muchos años, sé cómo se siente. Haber terminado mi caminata y estar acá, lo elijo porque quiero transmitir eso que encontré a las personas que vienen desesperanzadas, con un dolor, con un sufrimiento que muchas veces no se puede mantener.
El estar acá y transmitir eso a otras personas me enorgullece, me da felicidad, esa felicidad que viene de Dios, que no está en lo material ni en el interés. Puedo dar cosas sin interés, sin esperar nada a cambio y siempre mi vida fue eso: "Si te doy algo, es porque vos me tenés que dar". Hoy no, hoy vivo de otra forma y eso me hace realmente feliz.
¿Te parece recomendable este tratamiento?
Desde los 17 años tuve internaciones judicializadas y una sola vez yo quise por decisión propia, en el año 2000. En mi caso no resultaron, primero porque las judicializadas no eran porque yo quería, sino una decisión de la Justicia porque yo andaba haciendo cosas.
Cuando yo decidí cambiar de vida en el año 2000 y entré a un centro de rehabilitación con psicólogo, con medicina, con un montón de cosas... yo deposité mi vida, mi confianza, dejé todo ahí pero no perduró en mí.
Fueron las pastillas, los tranquilizantes y el no haber profundizado en mi historia, en la aceptación del por qué yo llegué a la droga. Estando en fazenda entendí que no consumí porque me gustó la droga, consumí porque había problemas de raíz en mi niñez, en mi adolescencia que yo nunca acepté, que yo nunca pude perdonar.
Desde ahí pude trabajar, construir algo y superar el consumo. Cuando vuelva a la calle, a la sociedad, con mi familia yo puedo superar las crisis, dificultades, alegrías, con este nuevo estilo de vida.
Yo reconozco que en mis años de adicciones no había persona, poder humano, medicamento que a mí me sacara de mi obsesión por el consumo. Una vez que estaba instalado en mi cabeza el consumo yo hacía cualquier cosa para llegar a ese fin.
Cuando entré a Fazenda, yo no creía en Dios, yo siempre creía en Juan, que era el que podía y sabía todo, que yo era Dios en mi vida.
Cuando entré a mi vida y empecé a recorrer este camino de espiritualidad, me di cuenta de que había algo más que yo no conocía, que estaba en mi corazón, pero yo no lo dejaba actuar. Cuando empecé a depositar mi confianza en él, eso me hizo libre.
¿Te parece que es eficiente?
Sí, cada una de las personas que pasan por acá descubren que es algo importante y la sociedad también lo va comprobando.
¿Qué te motiva a seguir?
Me motiva que realmente veo cómo se manifiesta Dios en cada una de las personas. Veo cómo ingresa un chico y a los 5 o 6 meses cambia su vida. Creo que Dios me hace testigo de sus milagros.
¿Cuál es la relación que tienen?
Tenemos una relación de hermanos en Cristo, hermanos de un sufrimiento en busca de una felicidad, de una alegría.
¿Qué cambios ves en ellos desde que entraron?
El cambio es esa esperanza, esas ganas de querer retomar la vida, de dejar esa depresión, ese vacío, esa angustia de vivir sometido a la esclavitud del consumo o de otras cosas, y el querer superarse día a día encontrando la felicidad en otras cosas porque acá vivimos en la simplicidad.
¿Cuál es tu deseo para ellos?
Mi deseo es que cada uno pueda liberarse, ser totalmente libre, no depender de nada, ser feliz y útil en la vida ya sea en el matrimonio, en lo que le toque, en lo que Dios quiera.