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El tordillo que se hizo el muerto y ganó una cuadrera | Relatos de Salta

Sabado, 04 de julio de 2015 00:00
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La competencia surgió luego de una discusión sobre caballos entre un yanqui, Mr. Morton, y don Andrés Ramírez, anfitrión. Si bien Dávalos usa nombres ficticios, el almuerzo y la carrera son reales.
Según Dávalos, don Andrés Ramírez vivía en la sala de su finca Los Tarcos, orilla derecha del río Ancho. Allí criaba vacas y plantaba tabaco. Y así fue que al final de la cosecha este criollo organizó un gran almuerzo e invitó a varios agricultores, hacendados, abastecedores y amigos.
"Fue una comilona de fin de cosecha -dice Dávalos-, de ésas a las que son tan afectos los salteños y en las que, a veces, una treintena de invitados ingieren grandes cantidades de comida y bebida.
La fiesta comenzó a media mañana con una tabeada "recreativa" bajo la alameda. Para abrir el apetito y mientras se cruzan apuestas, circulan jarras de caña habana al hielo, cerveza y se comen de pie las primeras empanadas.
Al sentarse a la mesa -dice Dávalos-, tendida en el corredor, ya la gente se ha puesto decidora y alegre; y los chascarrillos y las carcajadas predominan por instantes sobre el rasgueo de las guitarras y el coro de músicos. Llegan las fuentes en brazos de mozos bien plantados y bombachudos. El dueño de casa, imparte órdenes y suministra, conociendo el gusto de cada uno, vinos y surtidos entremeses: Pasenlé a don Cipriano la salsa tarijeña. Sírvanle de este vino chileno a don Beltrán. O bien: amigo don Nemecio, este caldito picante está preparado con su receta: 10 gallinas, 2 latas de atún, cola de cordero y presas de vaca. Desde la otra punta el aludido asiente: -­Como pa'' resucitar a un finao!
Don Eustaquio dice a su vecino Tadeo: Yo no tomo caldo, y me privé de las empanadas, pues estoy de tornapurga. Pero a la guatia, no le perdono.
-De todos modos -dice don Tadeo-, es mejor morir lleno. Yo me prendo de lo que hay ­Pero beber no le hará daño!
-Eso amigo. Chupando vino me vua desquitar, salú.
- Salú don.
La guatia, que los mozos traen en bateas, se recibe con una ovación. El anfitrión se para y corta la carne con un cuchillo con cabo cincelado en oro y plata.
-­Esto merece un trago!, grita un chileno.
- ­Por Dios, huele a gloria!, dice un andaluz tabacalero.
- ­Señores! -vocea un hacendado- ­Un voto de aplauso por la guatia de don Andrés! ­Brindemos por su cría mestiza, por la cosecha puesta a buen precio y por su felicidad personal! ­Viva don Andrés, generoso y progresista!
- ­Viva!...

La apuesta
Y mientras tanto llega la sobremesa. En la cabecera se tramita una apuesta entre el anfitrión y Mr. Morton. El yanqui es el único gringo auténtico de la reunión, pues los dos o tres italianos allí presentes ya están acriollados.
Morton, agente de una marca de automóviles y comprador de ganado, hará dos años que vive en Salta, y se ha hecho famoso, tanto como jinete cuanto por sus hazañas...
Esta vez el yanqui ha caído al almuerzo en un alazán de carrera que es una pintura, y que se ganó los elogios de los entendidos.
Don Andrés, partidario del caballo criollo, le dice a Morton: el animal de carrera es un lujo inútil entre nosotros, que no sirve ni para mestización porque rinde productos inadecuados para las faenas regionales, que exigen caballos más bien bajos, recios y de gran aguante. Y en cuanto a rapidez -concluye Ramírez- "su caballo será un cohete, pero a la larga no resiste como el criollo".
- A la corta o a la larga -replica el yanqui- buena porquería son esos petisos de sangre peruana.
- Y andaluza, amigo; y mora además -agrega don Andrés-. Estos son caballos para cerros, médanos, ripiales y selvas.
- ­Oh! Pero todo muy despacio, muy despacio...!, agrega Mr. Morton.
- Mire vea -se impacienta- don Andrés. Desde la puerta del callejón hasta Cerrillos hay una legua. Yo lo desafío con cualquier caballo nuestro. Y hasta me animo a correrle con el mío, que tiene 10 años y es tropezador, como que no es de trote como el suyo ni de carrera, sino de fajina. Vealó. Es ese tordillo que está bajo la ramada.
- Perfecto -dijo el yanqui-, pero vamos a correr ya, sin preparación.
- Muy bien -dijo el cerrillano-. y eso que su caballo está como cuchillo recién asentao.
- ¿Cuánto apostamos? preguntó Morton
- Si quiere, mil pesos...
- ­Magnífico! ­Magnífico! ¿Condiciones?
- Gana el que llega primero -aclaró don Andrés-. Siempre que llegue montado.
Morton acepta y don Andrés alardea: - Señores, ustedes son testigos: ganará el que llegue montado. El trato se cierra con un apretón de manos y la plata se deposita en manos de un vecino amigo. Los presentes abren cancha y todos se preparan para ver la cuadrera.
Y se larga la carrera desde Los Álamos hasta Cerrillos
"No soy hombre sano y
no acostumbro hacer esto", dijo don Andrés.
™Los carreristas revisan aperos y cinchas. El yanqui, con silla mexicana y don Andrés, apero salteño con carona de tigre.
- Hasta en el ensillado me lleva ventaja -dice Ramírez.
- Todavía tiene tiempo de salvar su plata -replica el yanqui.
- No, señor, no es para tanto...
Un lazo a través del camino marca la raya de partida y a un disparo de revólver los jinetes arrancan. En los primeros kilómetros Morton trota y don Andrés a la par, galopando. Más allá, Morton pone su caballo al galope y don Andrés espolea su tordillo. Cuando apenas faltan mil metros, el yanqui castiga y Ramírez no puede imitarle. Su caballo rueda de golpe, brutalmente, y con sus resoplidos levanta el polvo del suelo, mientras el hombre con las riendas en la mano ha quedado boca abajo; desmayado o muerto.
Morton, asustado, sujeta, vuelve atrás, se larga al suelo y acuden en socorro de su amigo, que no da señales de vida. Se acerca al alambrado, ata el alazán a un poste y corre, para mojar su pañuelo en una acequia.
El buen americano piensa con gran aflicción que él es el culpable del ataque de apoplejía que, sin duda a fulminado a Ramírez.
Llega al agua, moja su pañuelo y al darse vuelta, el tordillo y don Andrés acaban de levantarse y salir rumbo a Cerrillos.
El yanqui entonces llega corriendo al poste, desata al alazán, cabalga y se lanza a toda furia. Pero don Andrés ya le sacó demasiada ventaja y llega primero a Cerrillos.
- Bueno, -comenta después el yanqui riendo- por esta vez usted ganó con su ingenio, pero no con su caballo.
- Confiese que su caballito sílfide no es capaz de tirarse al suelo y hacerse el muerto como el mío -replica Ramírez.
- ¡Oh, no! Mi caballo solamente ser caballo...
- Ya ve, amigo. A los criollos nuestros no les falta más que hablar...


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