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Entre los sectores, las empresas, explicablemente, se ocupan de sus productos y mercados, y están sometidas a la fuerte presión impositiva, la nula rentabilidad en algunos segmentos, los elevados fletes y un sinnúmero de problemas, a la vez que no es justo tampoco pedirle soluciones de conjunto a un sector en particular. Algo similar puede decirse de las ONG y otras corporaciones, que atienden su juego, sin que esto signifique una descalificación para ellas porque tampoco es deber de un espacio sectorial abarcar y menos aún resolver, como se decía, una problemática de conjunto.
El caso de los partidos políticos es distinto. Comenzando por el que ha gobernado excluyentemente Salta -su núcleo principal y satélites- el tema social es parte de su eslogan, que se recita más o menos como el Himno: se canta con devoción al comienzo, y luego el grupo se aboca a los temas que correspondieren, que por lo general no tienen nada que ver con la letra del Himno y, en especial, con el subdesarrollo.
Por su parte, el partido más que centenario, aunque esporádicamente aborda este y otros temas interesantes, se rinde en definitiva ante su gran amor que son las disputas internas. Del lado de la confederación de tributarios de Marx, por supuesto, la tienen clara: el subdesarrollo desaparecerá cuando lo haya hecho todo vestigio de capitalismo -no importa que en muchas partes del planeta la economía de mercado, y sobre todo los mercados, todavía no ha llegado- y en el caso de Salta, obviamente y a su debido tiempo, cuando estallen las contradicciones, será la vanguardia la que hará la debida revolución, claro que no la de proletarios, que no los hay, sino la de desocupados, a la que se sumará, a no dudarlo, el ejército electoral de reserva que cada día es más numeroso, en reemplazo del imposible ejército industrial de reserva, ya que industrias tenemos pocas, y encima, languidecientes.
¿Quién se ocupa del tema?
La Academia, en sus dos vertientes en Salta, aporta algo. En el caso de la Universidad confesional, dispone de un Observatorio, al que se suma la crítica regular ya señalada de la Iglesia contra el flagelo del subdesarrollo y la pobreza extrema. Del lado de la institución pública, tuvo hace ya tiempo un organismo específico de vida fugaz, y más recientemente dispone de dos, uno dedicado específicamente al tema de la pobreza y otro que incluye investigaciones sobre el particular.
Sin embargo, hay que decirlo, el subdesarrollo no se resuelve -aunque se entienda mejor y pueda ayudar a la toma de conciencia colectiva del problema- con estudios, declaraciones y recomendaciones. El subdesarrollo, como todo problema que se quiere en verdad solucionar, debe encararse desde la política real, o sea, desde el gobierno.
La forma de resolver el problema del subdesarrollo no constituye ninguna dificultad insuperable. El subdesarrollo es esencialmente, pobreza extrema, y esta es, en lo fundamental, desempleo estructural. El desempleo estructural, en términos simplificados, deriva del hecho de que hay muchos desocupados que carecen de la formación necesaria para encontrar trabajo, y el ritmo al que crece esta oferta es casi infinito: basta con desertar de la escuela y los colegios; por otra parte, nadie, o muy pocas empresas, necesitan trabajadores sin formación. La solución, por lo tanto, a largo plazo, es modificar de raíz el sistema educativo para que deje de expulsar niños y adolescentes y los forme adecuadamente, lo que reducirá la velocidad a la que crece la oferta de trabajadores sin calificación. A corto plazo, esa formidable herramienta que es el gasto público, debe reorientarse, desde la toma compulsiva de gente que ha caracterizado la "política" del gobierno para engordar sin límites el gasto corriente -cuyo gasto en personal ha crecido a tasas tres veces por encima del crecimiento de la población- hacia la obra pública que genera empleo genuino -precisamente, la inversión pública es absorbedora de trabajadores sin excesiva formación- a la vez que resuelve problemas endémicos asociados al subdesarrollo, como la carencia de viviendas, saneamiento, desages, escuelas, etc. Por supuesto, nada de esto excluye el necesario concurso del Gobierno nacional para contribuir a la solución de problemas tales como la carencia de infraestructura, que Salta no puede resolver por sí sola.
Como se ve, el problema no es inabordable, pero, en cambio, es "políticamente incorrecto": ¿quién cambia, desde el poder, el apretón de manos desde el escenario, por el de iguales del Escudo nacional?...
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