Hace ya muchos años, la población de cóndores de los Valles Calchaquíes estuvo a punto de desaparecer por la caza indiscriminada, de parte de las comunidades de la zona y puesteros que aún creen que estas imponentes aves andinas son de rapiña y atacan rebaños de ganado menor (ovejas y cabras) y aves de corral.
Fue entonces que Kuntur, líder de los cóndores que habitaban la región del actual parque nacional Los Cardones (camino a Cachi), preocupado por la situación, decidió explicarles personalmente a los lugareños.
La idea era hacerles entender que ellos eran animales carroñeros, que solo se alimentaban de los restos mortales de guaipos, chinchillones, zorros, zorrinos, llamas, viquñas, guanacos y hasta pumas que, por cuestiones naturales u otras razones, morían en las interminables soledades de los valles, en las laderas de las montañas y en la aridez de las planicies.
Pero cada vez que Kuntur buscaba arrimarse a algunos de los ranchos sembrados entre la recta de Tin Tin y Piedra de Molino era recibido con disparos de armas de fuego.
Los perdigones y balas más de una vez desplumaron sus enormes alas, antes de que este cóndor pudiera emitir un solo graznido.
Lejos habían quedado los días en que los animales de la zona convivían con los diaguitas calchaquíes, con quienes compartían territorio y en mutuo respeto y admiración.
La empresa parecía imposible. Los vallistos estaban enceguecidos y no daban tregua. Los cóndores seguían siendo masacrados sin razón alguna y la situación ameritaba una respuesta contundente.
Fue así que Kuntur voló a lo largo de la cordillera, desde cerca de Tierra del Fuego hasta las altas cumbres de Neuquén y las montañas de Santa Martha, en Perú. Visitó también a sus parientes de Bolivia, Ecuador y hasta llegó a la región de Trujillo, Mérida y Táchira, en Venezuela.
Convocó a una cumbre de cóndores a realizarse en octubre, en un enorme bolsón ubicado entre los departamentos de Cachi y San Carlos, en medio de sierras y quebradas secas. El objetivo de tan enorme encuentro era la defensa de su propia subsistencia, la necesidad de tomar medidas urgentes para evitar la extinción de su especie por culpa de la "ignorancia", como lo recalcaba una y otra vez Kuntur, que no dejaba de quejarse y denunciar las falsas acusaciones de las que eran objeto.
Fue así que las aves ingresaron al lugar desde las cúspides del Cerro Negro, la Sierra del Candado y el Filo del Pelado; por las nacientes del río Escoipe, las montañas de la Colorada y de la Apacheta. Otros llegaron desde el norte, por el Abra del Pozo Bravo y otros por el sur, por el valle de Tonco.
Todas las aves se posaron sobre la traza de las antiguas rutas del imperio incaico. Algunas acamparon en la Cuesta del Obispo y otras en el Valle Encantado, a la espera del inicio del cónclave en el que se abordaría la angustiante situación por la que atravesaban los cóndores en Salta.
Era la primera vez que los cóndores de toda la región andina se reunían en un solo lugar. Tras varios días de deliberaciones, llegaron a la conclusión que en todas las latitudes se vivía una situación similar.
Vieron que la única salida para la continuidad de la especie era realizar una ofrenda a los dioses que no pudieran rechazar. Y decidieron entregar su bien más preciado, la propia vida. Vieron que la única salida para la continuidad de la especie era realizar una ofrenda a los dioses que no pudieran rechazar. Y decidieron entregar su bien más preciado, la propia vida.
En un ritual que tuvo lugar un 4 de octubre al amanecer, cerca de Payogasta, miles de cóndores miraron hacia lo alto y, con las alas desplegadas, pidieron a las divinidades la supervivencia de las nuevas generaciones, para lo cual ofrecían su propia existencia.
Es así que, con los primeros rayos de sol, dieron un aleteo enorme que originó fuertes vientos y remolinos en todo el campo del Tin Tin y luego los cóndores quedaron inmovilizados y de sus cuerpos nacieron espinas como símbolo de protección.
Se convirtieron así en cactus esparcidos por miles y miles de hectáreas, en lo que hoy se conoce como parque nacional Los Cardones. Y, de entre medio de ellos, hasta hoy emerge erguida e imponente la figura de Kuntur, para recordar a los hombres y a los dioses ese pacto destinado a que se respete la vida de cada cóndor que planea por las altas cumbres de toda América del Sur.
Hace ya muchos años, la población de cóndores de los Valles Calchaquíes estuvo a punto de desaparecer por la caza indiscriminada, de parte de las comunidades de la zona y puesteros que aún creen que estas imponentes aves andinas son de rapiña y atacan rebaños de ganado menor (ovejas y cabras) y aves de corral.
Fue entonces que Kuntur, líder de los cóndores que habitaban la región del actual parque nacional Los Cardones (camino a Cachi), preocupado por la situación, decidió explicarles personalmente a los lugareños.
La idea era hacerles entender que ellos eran animales carroñeros, que solo se alimentaban de los restos mortales de guaipos, chinchillones, zorros, zorrinos, llamas, viquñas, guanacos y hasta pumas que, por cuestiones naturales u otras razones, morían en las interminables soledades de los valles, en las laderas de las montañas y en la aridez de las planicies.
Pero cada vez que Kuntur buscaba arrimarse a algunos de los ranchos sembrados entre la recta de Tin Tin y Piedra de Molino era recibido con disparos de armas de fuego.
Los perdigones y balas más de una vez desplumaron sus enormes alas, antes de que este cóndor pudiera emitir un solo graznido.
Lejos habían quedado los días en que los animales de la zona convivían con los diaguitas calchaquíes, con quienes compartían territorio y en mutuo respeto y admiración.
La empresa parecía imposible. Los vallistos estaban enceguecidos y no daban tregua. Los cóndores seguían siendo masacrados sin razón alguna y la situación ameritaba una respuesta contundente.
Fue así que Kuntur voló a lo largo de la cordillera, desde cerca de Tierra del Fuego hasta las altas cumbres de Neuquén y las montañas de Santa Martha, en Perú. Visitó también a sus parientes de Bolivia, Ecuador y hasta llegó a la región de Trujillo, Mérida y Táchira, en Venezuela.
Convocó a una cumbre de cóndores a realizarse en octubre, en un enorme bolsón ubicado entre los departamentos de Cachi y San Carlos, en medio de sierras y quebradas secas. El objetivo de tan enorme encuentro era la defensa de su propia subsistencia, la necesidad de tomar medidas urgentes para evitar la extinción de su especie por culpa de la "ignorancia", como lo recalcaba una y otra vez Kuntur, que no dejaba de quejarse y denunciar las falsas acusaciones de las que eran objeto.
Fue así que las aves ingresaron al lugar desde las cúspides del Cerro Negro, la Sierra del Candado y el Filo del Pelado; por las nacientes del río Escoipe, las montañas de la Colorada y de la Apacheta. Otros llegaron desde el norte, por el Abra del Pozo Bravo y otros por el sur, por el valle de Tonco.
Todas las aves se posaron sobre la traza de las antiguas rutas del imperio incaico. Algunas acamparon en la Cuesta del Obispo y otras en el Valle Encantado, a la espera del inicio del cónclave en el que se abordaría la angustiante situación por la que atravesaban los cóndores en Salta.
Era la primera vez que los cóndores de toda la región andina se reunían en un solo lugar. Tras varios días de deliberaciones, llegaron a la conclusión que en todas las latitudes se vivía una situación similar.
Vieron que la única salida para la continuidad de la especie era realizar una ofrenda a los dioses que no pudieran rechazar. Y decidieron entregar su bien más preciado, la propia vida. Vieron que la única salida para la continuidad de la especie era realizar una ofrenda a los dioses que no pudieran rechazar. Y decidieron entregar su bien más preciado, la propia vida.
En un ritual que tuvo lugar un 4 de octubre al amanecer, cerca de Payogasta, miles de cóndores miraron hacia lo alto y, con las alas desplegadas, pidieron a las divinidades la supervivencia de las nuevas generaciones, para lo cual ofrecían su propia existencia.
Es así que, con los primeros rayos de sol, dieron un aleteo enorme que originó fuertes vientos y remolinos en todo el campo del Tin Tin y luego los cóndores quedaron inmovilizados y de sus cuerpos nacieron espinas como símbolo de protección.
Se convirtieron así en cactus esparcidos por miles y miles de hectáreas, en lo que hoy se conoce como parque nacional Los Cardones. Y, de entre medio de ellos, hasta hoy emerge erguida e imponente la figura de Kuntur, para recordar a los hombres y a los dioses ese pacto destinado a que se respete la vida de cada cóndor que planea por las altas cumbres de toda América del Sur.