Los tartagalenses de hoy poco conocen de la vida y la existencia de quienes llegaron a esta región mucho antes de que los pueblos tuvieran un nombre propio. Entre aquellos primeros pobladores hubo varias mujeres que afrontaron sin chistar las adversidades de un clima difícil, de una región sin caminos, de un lugar donde el agua -para nada segura- llegaba por acequias y donde los hospitales todavía no existían.
En el día internacional de la mujer es bueno saber que entre las tartagalenses de aquellos tiempos estaba Isabel Camacho oriunda de Andalucía, que había nacido en la alameda del pueblo de Dublín. Isabel vendía frutas y verduras y entre tanto ir y volver de la alameda a la feria se conoció con Pedro Muñoz, un muchacho de Almería. Se casaron en 1922 y al nacer su primera hija, Pedro decidió embarcarse hacia América en busca de mayores posibilidades para su pequeña familia.
Lo que consiguió al llegar a Argentina fue el puesto de vendedor que con el paso del tiempo lo llevó también hasta La Quiaca, donde haciendo repartos a bordo de su jardinera vendía productos de la línea comercial Águila.
Cuando las cosas estuvieron un poco mejor - ya habían pasado 3 años de ausencia- Pedro llamó a Isabel por lo que la joven con su hija Lilia a cuestas y a bordo de un barco, después de 28 días llegaron al nuevo continente. En 1928 todos emprendieron el camino desde La Quiaca hacia el pueblo de Tartagal, al que solo conocían por algunas referencias de otros vendedores.
En Tartagal compraron una casita de madera en lo que hoy es la esquina de España y 20 de Febrero, donde Isabel dio rienda suelta a toda su capacidad. Puso una despensa y sin saber leer ni escribir, manejaba su comercio con tanta habilidad y maestría que al poco tiempo su marido decidió dejar todo y ayudar a su esposa. Al poco tiempo el negocio se transformó en una venta por mayor y menor de comestibles, que se extendió a la venta de muebles, de artículos para el hogar, de cubiertas, de gas envasado y de motocicletas.
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Isabel Camacho, oriunda de Andalucía, dejó su huella en Tartagal. Forjó un comercio a puro pulmón que se transformó en un éxito en la esquina de España y 20 de Febrero. Tras la pérdida de su marido, YPF le ofreció la venta exclusiva de combustibles y ella instaló la primera estación de servicios del norte argentino.
Pero a Isabel el destino le jugó una mala pasada y le quitó a su compañero Pedro cuando éste había cumplido tan solo 43 años. Seguramente se apoyó en sus hijos y unos años más tarde cuando YPF le ofreció la venta exclusiva de combustibles, instaló la primera estación de servicios del norte argentino.
Años más tarde, su negocio -colmado de mercaderías- sufrió un voraz incendio en tiempos en que a los vecinos no les quedaba más que mirar cómo las llamas devoraban todo porque no contaban con carros auto bombas ni nada por el estilo. Isabel, la mujer que hizo desde los cimientos todo lo material y lo afectivo que logró en su vida, la que instaló la primera estación de servicios del norte provincial, murió a los 82 años y hoy representa para las mujeres de Tartagal un ejemplo de entrega y de tenacidad.
Ana, la gran historiadora
Ana Reyes fue la más laboriosa investigadora que tuvo Tartagal. A base de horas de paciente trabajo recopiló una importante cantidad de datos y documentos históricos, no solo de esta ciudad, sino de toda la región. Hoy, su trabajo de investigación histórica es hoy en día de gran utilidad para los niños, jóvenes y docentes que requieren de información respecto de los orígenes de Tartagal.
Años atrás Ana Reyes creó el Centro de Recuperación Histórica de Tartagal. Su trabajo fue reconocido institucionalmente y declarado de interés municipal. Anita, como le dicen, pasó sus días entre escritos, documentos y publicaciones periodísticas de distinta época alternando su trabajo investigativo con la atención de su local comercial provisto de miles de piezas que fabrican los artesanos aborígenes y criollos de la región.
Todos los elementos que las comunidades ancestrales utilizaban para la fiesta del arete (celebración agraria del maíz de los chiriguanos), estuvieron por años en el amplio local de artesanías. Ana Reyes, fallecida hace un par de años, fue hija de Jesús Reyes, el primer farmacéutico que tuvo Tartagal y ahijada del doctor Vicente Arroyabe un reconocido profesional médico e investigador.
Dejaron Detroit y el estigma de Al Capone
En la ciudad de Detroit, Michigan, Estados Unidos, nació Rosa en el seno de una familia de inmigrantes sirios de apellido Alem. Los padres de Rosa habían llegado al país del norte a fines del siglo XIX como sucedía con todos ellos, en la búsqueda de una vida mejor. En Estados Unidos nacieron los 5 hijos del matrimonio incluida Rosa. Cuando era adolescente sus hermanos mayores eran ya jóvenes y cada uno buscó su medio de vida, diferentes trabajos y diversas actividades. El mayor de los cinco hermanos era emprendedor como su padre, rápido para los números y esa condición le dio la posibilidad de trabajar para un patrón que fue noticia en el mundo entero y a quien los periódicos de la época le dedicaron cientos de páginas y ríos de tinta cuando fue detenido: Al Capone. Este había cometido cientos de crímenes pero fue la evasión impositiva la que lo llevó a vivir y morir entre rejas. Luego de este gran escándalo policial que se reflejó en los medios de la época el joven Alem, sus hermanos y sus padres comenzaron a padecer todo tipo de persecuciones. Un día Alem padre dijo basta y junto a todos sus hijos tomaron un barco que los dejó en América del Sur. Porqué eligieron vivir en el chaco salteño es un misterio, pero no fueron los únicos ya que muchos sirios y libaneses residieron allí antes que en ningún otro lugar del norte argentino.
Cuando era una jovencita Rosa decidió trasladarse hacia Tartagal. En el pueblo de casitas de madera y calles de tierra conoció a Elías Chalap, un muchacho nacido el 8 de diciembre de 1914 en Bahía Blanca y al igual que Rosa, hijo de inmigrantes sirios.
Su vida fue la de una mujer más de aquellos años en los que cada día había que hacer frente a la adversidad de una zona inhóspita, demasiado alejada de todo, brindando el apoyo incondicional a su compañero para criar a los hijos, levantar desde los cimientos la casita que ocupaban o dar vida a las instituciones que aún hoy perduran en Tartagal.