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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Los juegos de "suma cero"

Martes, 26 de abril de 2016 01:30
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La ciencia económica, con la ayuda de la Historia, nos permite analizar teóricamente las contradicciones de algunos lugares comunes del pensamiento generalizado entre los argentinos acerca de que las culpas de nuestros males hay que buscarlas afuera. Sin embargo, los sucesivos fracasos económicos y la consecuente brecha social deberían invitarnos a la reflexión y a la autocrítica.

En alguna nota anterior se planteaba la situación en la que la Mano Invisible de Adam Smith no operaba en plenitud, como consecuencia de una oferta de bienes y servicios reducida a pocas empresas, y allí se hacía referencia a la Teoría de los Juegos que fue perfeccionada por John Nash, ganador no hace mucho del Premio Nobel de Economía. Una parte de esa teoría explica los casos de suma cero que se dan cuando lo que cosecha el ganador es enteramente a costa del perdedor -unos ganan lo que otros pierden-.

Conspiraciones y juegos

Antes de que Nash y otros predecesores establecieran cómo opera la Teoría de Juegos, Marx primero y las variantes posteriores, hasta desembocar en el populismo actual -variantes que fueron en degrade, como las pirámides de Egipto- usaban -sin advertirlo, como Mr. Jourdain cuando hablaba en prosa- esta parte de Teoría de Juegos, la de suma cero, puesto que consideraban que la riqueza lograda por los empresarios era equivalente a la pobreza de los trabajadores, o que el mayor desarrollo de algunas naciones se explicaba porque explotaban justamente a las naciones subdesarrolladas.
Esta idea traía algunas complicaciones, sobre todo a los marxistas, porque si las naciones más ricas estaban en esa situación gracias a la explotación de las pobres, entonces, aunque fuera indirectamente, los trabajadores de las naciones ricas explotaban a los trabajadores de las naciones pobres, lo que contradecía la idea del internacionalismo proletario.
De todas formas, las variantes en degrade actuales no se enfrentan a estos escrúpulos, y varias teorías y otras tantas afirmaciones sin sustento económico a las que estamos acostumbrados continúan sosteniendo la idea de la existencia de explotación dentro de las economías, y de unas con otras.

Verdades y mentiras en las leyendas

Como todos sabemos, algunas leyendas tienen cierto asidero, como la del Vampiro Drácula en Transilvania, o la de los zombis en Haití. Por su parte, la idea de la explotación dentro de las economías era sugerente cuando se observaban las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias en el capitalismo primitivo, lo mismo que los términos en que se llevaba a cabo una gran parte del comercio colonial con las metrópolis.
Sin embargo, estos rasgos, que Carlos Marx consideraba pruebas irrefutables de la explotación doméstica y Lenin de la explotación internacional, y que, en este último caso, llevaron a las naciones europeas a las guerras comerciales de los dos siglos pasados, desaparecieron cuando las organizaciones sindicales consiguieron términos aceptables para las condiciones laborales y la remuneración de los trabajadores, y las colonias -con el muy importante, aunque desconocido o no reconocido, aporte de Keynes- recuperaron su soberanía, y así las guerras comerciales - mundiales llegaron a su fin.
Allí quedó en evidencia entonces que lo que Marx y Lenin mostraban, era -parafraseando a Ortega y Gasset- "abusos'', pero no "usos'', del capitalismo. En otras palabras, los empresarios explotaban a los trabajadores y las metrópolis a sus colonias, porque podían hacerlo los primeros y no podían evitarlo los segundos, pero esa explotación no era "conditio sine qua non" para el funcionamiento del capitalismo dentro y fuera de las fronteras de las economías.

La cultura popular

Se dice que Bartolomé Mitre, cuando Julio Roca -por pedido de Carlos Pellegrini- le recabó su opinión sobre un empréstito que el Congreso no quería aprobar, le contestó: "Cuando todos están equivocados, todos tienen razón'', frase que pertenecería a Pierre de la Chausée, un comediante francés del siglo XVIII.
En la Argentina, desde hace más de medio siglo, una importante porción de la sociedad cree que no está mal pedir prestado, pero es una humillación pagar, sobre todo cuando los acreedores son externos.
Más aún, la voracidad de los acreedores estaría alimentada por el esfuerzo de los deudores, y en definitiva, la supuesta grandeza de las naciones hegemónicas no sería sino la imagen especular de nuestra pobreza y postergación, no importa que la "supuesta grandeza'' se pueda expresar en varias veces nuestro raquítico PBI o comercio exterior, lo que lleva a la inevitable pregunta: ¿cómo hacemos los argentinos con nuestro 1% o menos de participación en la economía mundial, para alimentarnos, aunque sea salteado y mal, y además, darle de comer a los poderosos?...
Evidentemente, aunque este columnista estuviera en lo cierto y los argentinos de "suma cero'', equivocados, como "todos tienen razón'' no habría más nada que discutir y consecuentemente parecería que tampoco habría que gastar tantas energías en tratar de convencer a quienes le es más fácil considerar que otros son los responsables de sus fracasos, que la culpa, como César le decía a Bruto, "no es de nuestra mala estrella, sino nuestra''.
Queda, en cambio, el consuelo de que, como cada vez más naciones de nuestro entorno van adoptando un enfoque diferente de la causa de su retraso relativo y se encaminan a cerrar su brecha interna y externa de desigualdad mediante su propio esfuerzo, cuando "los equivocados de América Latina'' sean más que los equivocados vernáculos, entonces los argentinos nos miremos por fin en ese espejo del esfuerzo propio en lugar de esperar que "los culpables'' cambien de actitud y se decidan a mantenernos. ¿Será así?...

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