En él permanecían recluidas las pupilas que dormían toda la mañana, y que se levantaban para almorzar y seguir luego la siesta ineludible, por la faena de la noche anterior. Un par de mucamas de riguroso uniforme permanecían atentas para ingresar a la habitación, no bien se retiraba un cliente, para cambiar la ropa de cama y hacer una limpieza diligente y superficial, que concluía cuando pulverizaban un perfume barato.
A la tarde, al lugar solo les era permitido ingresar a modistas, peluqueras, algún médico, y proveedores, ya que estaba vedada la presencia de cortejantes con propósitos maritales, gígolos y "cafiolos" (botín duro), que abundaban.
Si alguna chica debía salir, lo hacía bajo la severa y personal vigilancia de la Rusa María, para evitar contactos externos y eventuales deserciones.
Dentro del negocio de la trata, había bellas jovencitas de países americanos y del nuestro, integrando el plantel proveniente de ese intercambio penoso, colmado de una pervertida crueldad.
Entre amores, maridos, traiciones y venganzas
Tuvo hombres leales pero otros casi la llevan a la ruina. El primer matrimonio de la Rusa María fue con un hombre mayor, de apellido Lerner; un "fioca" propietario de un almacén en Tucumán y Córdoba. En la casa vecina ella se inició en el rubro, atendiendo clientes con un grupo de bellas mujeres, seleccionadas por la propia dueña. Al morir Lerner, la Rusa heredó la despensa, a la que adicionó un salón vecino adquirido a la Guillermina, logrando así tener un gran salón con solo derribar una pared. De esta forma, se inicia la vida de un semi cabaret, que fue ganando espacio por la atención y la calidad de la "mercancía". Fue el inicio de El Globo que pronto se mudó dos cuadras al sur (Córdoba y Zabala).
Pero la soledad no era el fuerte de la Rusa, y pronto encontró nueva pareja. Era un tal Miguel, que fue asesinado en Tucumán.
Fue cuando compró El Armenonville, cabaret con varietés de Córdoba 750. Tenía orquesta propia, donde actuaron bandoneonistas de la talla de Mario Vallejos, el Negro Vera, el baterista Cacerola Eguizábal, el Payo Solá, el Negro Canaveri y tantos otros. También contrataba artistas de Buenos Aires, orquestas, cantantes y bailarines, además de los artistas locales.
A esta altura, la Rusa encontró un nuevo amor. Era el renombrado Pancho, reconocido "cafisho" que amparaba a varias chicas de "vida aireada", las que pagaban por su protección.
Con posterioridad, y en su afán de monopolizar esta clase de negocios, la Rusa adquirió El Emporio, mientras afanosamente levantaba otro lujoso salón en la Tucumán allá por 1953, bajo el nombre de Las Vegas.
Otra casa de citas muy oculta y disimulada, y con buena provisión de mujeres, fue El Rosedal. La Rusa lo montó en sociedad con Juan Chiozzi en la banda norte del río Arenales, metros antes del ingreso derecho, al antiguo "puente i' fierro". Actualmente, en ese lugar funciona un vivero con nombre de santa.
Para ese entonces ya tenía nuevo marido: Carlos Speche, ferroviario y pintón que un buen día se alzó con dinero de su esposa y con una de las pupilas. Se fue al exterior, pues sabía que si se quedaba aquí era hombre muerto a manos de algún sicario.
Y siguiendo con su manía de cazar maridos, allá por noviembre de 1959 fue el turno de don Prudencio Carrasco, quien la venía exprimiendo de tal forma y manera que llegó a poner en riesgo sus negocios. Fue cuando, según se dice, ella recurrió a un antiguo amigo, un tal Pío Sarmiento, para que en una partida de naipes, urdida de antemano en el Gran Rex, lo liquidase. Pero Pío solo lo hirió de un balazo, encontrando la muerte en esa reyerta un tercero, por curioso y entrometido. Y en ese mismo suceso cayó herido un tal Pedro Servando Cendán, quien fue sacado de la ciudad y llevado a Jujuy por mediación de un abogado. Con el correr del tiempo se dijo que Cendán habría sido encontrado muerto en la provincia de Buenos Aires.
Una competencia que no dejaba de crecer
El negocio crecía pero la competencia también y por eso era necesario mejorar el plantel de "niñas" para no perder la selecta clientela. Entre ellas, la boliviana Teresa, la porteña Michelle, la tucumana Liliana, la Alemana, la afamada Cachito, la santafesina Mary, la francesa Ginnet, la inglesa Janeth, Iris, la cordobesa, la uruguaya Norma, la bella rosarina María Ester Berasaluce, estrangulada en 1999, cuando ya solo realizaba tareas de "madama" en La Costanera.
A la vuelta de El Globo, la conocida Guille, quien dio una mano a la Rusa recién llegada a Salta.
Más el sur estaba la costanera o Bajo chico, un caserío de cuartuchos de mala muerte donde las chicas "baratas" se la rebuscaban con tarifas irrisorias.
Completaban la noche salteña los restaurantes y las "casas de citas". Cómo olvidar las milanesas de Don Bartolo, en Tucumán y Córdoba; los locros de Pepe Guirro, Córdoba al 600; y las ranas de Don Andrés, en Zabala al 400. Y casas de citas como El 43, El Tabú, Don Juan, Huguito y el eterno 1514.
Por último, los dancing: El Tabarí de Fait, El Marabú, La Anitnegra (Argentina al revés), C'est si bon, Las Vegas, Ciro, Cirito y La Catamarqueña.
El nacimiento de una leyenda llena de emociones y congojas
Aún después de muerta, la Rusa fue rechazada por una sociedad pacata. Finalmente, en agosto de 1963 la Rusa María cayó gravemente enferma. Duró un mes, y el 27 de septiembre de 1963 falleció a los 67 años de edad. Había sido internada en la desaparecida clínica del Instituto Médico de Salta donde fue sometida a una delicada operación de corazón que su trajinado cuerpo no soportó.
En esa emergencia alguien le robó el dinero que tenía guardado, y cuando falleció, sus leales pupilas trabajaron una noche gratis para poder afrontar los gastos de sanatorio, el servicio fúnebre y la compra de un ataúd.
La fiesta en El Globo
Por lo menos una vez al año había fiesta puertas adentro de El Globo. Era con "cariños" incluidos y servicios sin cargo para funcionarios del gobierno de turno, plana mayor de la policía y copetudos políticos, en especial los del Partido Conservador, del cual la Rusa era ferviente partidaria y colaboradora, especialmente para épocas de elecciones.
Otras amistades
La Rusa María también era amiga de personajes de rangos encumbrados, a fin de ganar socios de confianza para tenerlos de su lado en esa guerra sin cuartel que ella siempre tenía que librar.
El entierro
Pero los inconvenientes no terminaron en el velorio. Al intentar ser sepultada en el cementerio israelita, pues era judía, las autoridades de esa necrópolis le negaron permiso argumentando que había "ultrajado al pudor en vida". Así fue que su ataúd fue a parar al depósito del cementerio vecino, en la Santa Cruz. Allí también encontró cierta resistencia, situación que fue salvada por un amparo judicial presentado por un piadoso y agradecido abogado, amigo de la Rusa.
Y pasó el tiempo. Alguien se ocupó de buscar su placa en el cementerio de la Santa Cruz pero no la pudo encontrar. La investigación culminó cuando un antiguo empleado municipal contó que doña María había sido trasladada misteriosamente al cementerio judío y allí enterrada sin lápida para que no se la pueda identificar.
"Cerrado por duelo"
El día de su muerte, muchos clientes que ignoraban lo acontecido, se acercaron al lenocinio y se dieron con un cartel que decía: "Cerrado por duelo".
La soledad de luto había comenzado a caminar por las paredes, y en el aire un réquiem daba vueltas con la cabeza gacha, apesadumbrado y entristecido. Los varones parecían hormigas desorientadas, luego que alguien les tapara el nido. Se desvanecía un recuerdo que caía como una lluvia fina, pero en el pueblerío nacía una leyenda llena de emociones y congojas. Era un algo inexplicable que desaparecía del espejo poblado de absurdos, donde un remolino teñido de negro, giraba sin parar alrededor de un desconsuelo.