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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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¿Los más vivos del mundo?

Jueves, 02 de febrero de 2017 01:30
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¿Los argentinos somos los más vivos del mundo? Sin duda, así nos lo creemos, e incluso nuestra "viveza" es motivo del mayor orgullo. Así, Juan Carlos Dávalos, en uno de sus cuentos, narra cómo un jinete criollo engaña a un "gringo", fingiéndose herido en una cuadrera, para luego, cuando el "gringo" se detiene a socorrerlo, montar rápidamente y ganarla. Más cercano en el tiempo está "la manito", que no fue de Dios sino de Maradona, que nos permitió ganarle a los ingleses en aquel célebre campeonato, siendo curioso que nos produzcan tanta satisfacción esas "vivezas" -que no son más que transgresiones a las reglas del juego, confiados en que el otro jugador juegue limpio; de otro modo la "viveza" no tendría lugar- y casi no prestamos atención a otras manifestaciones de inteligencia genuina, como la que se materializó en la guerra de Malvinas, por ejemplo, en que complicamos severamente las posibilidades de los británicos de reocuparlas gracias a astucia y habilidad, además de profesionalismo y valor.
No debería ser muy difícil advertir que, reivindicando genuinas actitudes y actividades intelectuales de gran brillo, como la recientemente mencionada, o los logros que los argentinos conseguimos dentro y fuera de nuestro país, hay por otra parte manifestaciones de franca estupidez que alguna vez deberíamos corregir para mejorar, no digamos nuestro promedio, sino al menos las condiciones de vida de muchos de nuestros compatriotas. En primer lugar, y en un marco general, debería ser evidente que no es en absoluto muestra de brillo intelectual haber pasado de figurar entre las primeras naciones del mundo en el Centenario, a las últimas posiciones en el Bicentenario.
Sin duda, algunos sostienen que ese liderazgo del primer siglo era algo "trucho", porque el desarrollo de la Argentina se circunscribía prácticamente a la Pampa Húmeda, e incluía una gran masa de pobres extremos, como lo denunciaba el diputado socialista Alfredo Palacios y muchos otros. Sin embargo, a la vez que en el Bicentenario abundan las regiones postergadas, el feudalismo en las provincias y demasiados pobres terminales, por poner algunos pocos ejemplos de los que deberíamos tomar nota, no es menos cierto que, en el Centenario, las naciones que estaban por encima de la Argentina, como Estados Unidos y el Reino Unido, no carecían de zonas oscuras, como los numerosos pobres en esos mismos países, o la rígida estructura de clases en el Reino Unido y la marcada discriminación racial en los Estados Unidos, lo que por otra parte no les quitaba status de potencia. En plano de buscar "vivezas" parciales, se podría hacer un análisis sectorial, poniendo como casos emblemáticos a los partidos políticos, los sindicatos y las empresas. Con el debido cuidado de no generalizar, porque en cada caso hay abrumadores ejemplos de excelentes comportamientos, no cabe duda, con respecto a los partidos políticos, que la astucia desplegada, al menos en algunos de ellos, no fue más allá de la búsqueda del poder, sin demasiada preocupación por entender qué pasa en las provincias, la Argentina y el mundo, brillando por su ausencia las estrategias de gobierno y el buen desempeño, y si cabe duda de lo que aquí se sostiene, baste como prueba observar el declive que los partidos políticos tradicionales muestran, junto a la aparición de otros nuevos, en directa proporción a la falta de propuestas de los originales, y todo esto sin tomar en consideración numerosos casos de corrupción que son sobradamente conocidos. En cuanto a los sindicatos, también con el debido resguardo de muchísimas agrupaciones obreras de dirigencia ejemplar, y también dejando de lado probables situaciones de corrupción, es muy criticable la mimetización de muchos sindicatos con partidos políticos, mezclando la defensa de los intereses gremiales con los partidarios. No en vano, la izquierda, que originalmente monopolizó las organizaciones de los trabajadores perdiendo luego peso, nuevamente está haciéndose fuerte entre ellos. Por último, en el caso de los empresarios, es más que obvio también que existen amplísimos ejemplos de empresas sobresalientes en cuando a la calidad de sus productos, el cuidado ambiental, la protección de sus trabajadores y el cumplimiento puntilloso de sus obligaciones tributarias. Pero también hay sobrados casos -nuevamente, dejando de lado aspectos oscuros, como la corrupción en conexión con el Estado- de torpeza empresarial. No tanto destacando aquellos aspectos en que, por posicionamiento monopólico, se ofrecen productos de baja calidad y a precios superiores a los de competencia, además de externalidades negativas, como la contaminación ambiental; son aquellos otros casos en que "nadie gana", como cuando se dejan de entregar comprobantes "por problemas ambientales", pero no se ofrecen alternativas, con lo que los usuarios deben recurrir al horóscopo, o a algún manosanta que le indique cuándo vencen algunos servicios y qué monto debe pagarse por ellos.
Habría que preguntarse cuánto ganan estos empresarios con el ahorro de papel u otros costos, y cuánto perderán cuando los usuarios, en aquellos casos de servicios que sí tienen competencia, se vuelquen a ellos en busca de mejores prestaciones.
En una rama de las Matemáticas que se llama Teoría de Juegos, muy utilizada en Economía, se analiza el caso en que los juegos se practican una vez, o bien se repiten alternativamente.
En el primer caso "vale todo" y esta situación a veces se llama "juego de fin de mundo", porque no hay una segunda oportunidad para nadie y rige el sálvese quien pueda. En cambio, cuando el juego se repite, los participantes deben ser más cuidadosos, como el que tira la basura de noche al vecino de enfrente, encontrándose a la mañana siguiente con esa misma basura más la del vecino que se comporta de la misma manera. Claramente, la Economía es un juego repetido y si los argentinos insistimos en creer que hacemos progresos a costa de otros argentinos porque "después de mí, el diluvio", nos encontraremos -como de hecho lo hacemos todos los días- con que el diluvio efectivamente llega, pero no nos deja en absoluto a nosotros a salvo.
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