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El 20 de febrero pasado, el Gobierno nacional oficializó la decisión de bajar los aranceles para la importación de computadoras, notebooks y tablets del 35% al 0%, como así también el arancel promedio del 12% para la importación de componentes destinados a producir computadoras en el país.
La medida, que entrará en vigencia en abril próximo, tiene por objetivo bajar alrededor del 50% los precios de esos productos.
A la par del anuncio se reeditó un debate que se inició hace más de 200 años en nuestro país y que todavía no se ha cerrado: librecambismo versus proteccionismo.
Desde un lado se argumenta que dicha medida apunta a que "los argentinos" no tengamos que pagar por una computadora tres o cuatro veces más de lo que se paga en otros países. Desde la vereda de enfrente se sostiene que con medidas como estas se perjudican a la industria nacional y el empleo de "los argentinos".
Ambos argumentos tienen visiones extremistas y, por lo tanto, falaces. En el fondo, el debate conlleva argumentos nada novedosos: que las importaciones destruyen a la industria nacional y por lo tanto el empleo, por un lado, y que las importaciones reducen los precios y mejora la competitividad de las industrias locales, por el otro.
A simple vista podría reconocerse, ideológicamente, a la izquierda y a la derecha detrás de estas posturas. Y es que en la Argentina, debates como éstos están altamente ideologizados y por lo tanto, sin poco margen para profundizar en cuestiones altamente complejas.
Es cierto que durante los 90 la apertura indiscriminada del comercio afectó severamente a la industria nacional, como también al sector primario de la economía.
Pero, no es sólo el librecambismo el responsable de tales resultados, sino una serie de medidas que se aplicaron tomando como eje la paridad cambiaria 1 a 1 con el dólar estadounidense. Para un país mediano, que no atravesó la revolución industrial y poco competitivo, es evidente que el estímulo sin atenuantes de las importaciones afecta su capacidad productiva.
También es cierto que en la inmediata segunda posguerra, y dadas las características de la economía mundial de ese entonces, Argentina restringió sus importaciones generando un superávit comercial que se tornó problemático, por lo que se tuvo que aplicar la regla de "vender a quienes nos venden", llevando al comercio exterior a una situación casi semejante al trueque.
Para un país necesitado de capitales, la limitación de las importaciones afecta, a mediano y largo plazo, la eficiencia económica.
Ambos ejemplos corresponden a gobiernos de un mismo signo partidario. Por lo tanto, la cuestión no es meramente ideológica sino política, y los estereotipos muchas veces son desmentidos por los hechos.
A fines del siglo XX y principios del siglo XXI, frente a la idea comúnmente generalizada de que la generación del 80 fomentaba un librecambismo a ultranza, debe advertirse que figuras como Pellegrini o Vicente Fidel López impulsaban medidas para el estímulo de la industria nacional; así, no debe extrañar el beneplácito que causó en la prensa extranjera la elección de diputados socialistas y radicales en las sucesivas elecciones parlamentarias.
Alfredo Palacios, a quien nadie podría acusar de "capitalista", se oponía a los altos aranceles a las importaciones porque ese proteccionismo perjudicaba a los consumidores en general, especialmente a los sectores más populares.
El excesivo gusto por las antinomias y los extremos, propio de los argentinos, suele impulsar a rotular sin miramientos y encerrarnos en un ideologismo excesivo que obnubila el pragmatismo y el verdadero interés nacional.
Cierto sector sostiene que "la importación de bienes manufacturados a cambio de la exportación de las riquezas de la tierra son una verdad evidente" y que "el libre cambio es la mejor forma de eliminar el contrabando y sus males asociados: violencia, ilegalidad y altos precios".
Por otro lado, se sostiene que "el libre cambio tiene efectos ruinosos sobre la economía: el precio bajo no es un beneficio si arruina la industria local, fomenta la competencia desleal y la desigualdad".
Estas frases, que bien podrían representar a muchos sectores en la actualidad, pertenecen, respectivamente, a Mariano Moreno y a los comerciantes españoles cuando se discutía, hace más de 200 años, si abrir o no el puerto de Buenos Aires. Un debate que el mundo desarrollado ha zanjado hace mucho tiempo.
Ningún país del mundo es enteramente aperturista y hay muy pocos enteramente proteccionistas, ni Cuba lo es.
Entonces, la discusión central no debe pasar por la antinomia proteccionismo versus librecambismo, sino por el grado de apertura y el grado de proteccionismo adecuado y conveniente para un país como la Argentina, teniendo como norte un proyecto nacional que involucre a todos los sectores más allá de los tintes ideológicos que puedan llegar a manifestar.