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Lola Mora no necesita presentación. Y menos para los salteños, ya que nuestra comprovinciana superó todas las barreras del arte de su tiempo y la colocaron en el Parnaso de los grandes creadores.
Dolores Mora (1866-1936), en adelante Lola Mora, nació en la Finca El Dátil, departamento La Candelaria (Salta), pero fue bautizada en Tucumán con lo cual quedó para muchos como originaria de aquella provincia.
Las medulosas investigaciones de David Sorich, Milenko Jurcih, Jesús Maita, entre otros, se encargaron de poner las cosas en su debido lugar.
Los biógrafos de Lola hacían referencia a una supuesta carta que ella le habría enviado al poeta Rafael Arrieta donde le contaba su alejamiento del arte y su acercamiento a la exploración y explotación de minerales en Salta. En realidad dicha carta nunca existió aunque la historia es mucho más rica y con una fuerte carga anecdótica que aquí se va a develar.
Todo ocurrió circunstancialmente en el lobby del Hotel Plaza, en la esquina de España y Zuviría, donde hoy una placa de mármol en la pared recuerda que allí vivió Lola Mora en sus últimos años.
Pero antes pongamos las cosas en contexto y recordemos quien era aquel interlocutor de nuestra distinguida coterránea. Rafael Alberto Arrieta (1889-1968), fue un gran intelectual argentino que destacó como poeta, crítico, escritor, ensayista, traductor y bibliófilo. Escribió decenas de libros y cientos de artículos periodísticos dedicados al libro, libreros, impresores, bibliófilos y crítica literaria. Dirigió la "Historia de la Literatura Argentina" que publicó Peuser en seis tomos. Fue rector del Colegio Nacional de La Plata y profesor en la Universidad de Buenos Aires.
El perfil de una mujer genial
Uno de sus biógrafos dice que Arrieta era un bibliófilo acucioso, de erguida talla, de distinguido ademán, esponjado los cabellos y la palabra de sobria pronunciación castiza. Como se aprecia, mentar a Lola y Arrieta es hablar del encuentro de dos titanes del arte y la cultura.
La anécdota quedó registrada en un librito de memorias que Arrieta escribió dos años antes de morir titulado "Lejano Ayer", donde en las páginas 65 a 67 tiene un capítulo titulado: Lola Mora sin escoplo. Precisamente sin escoplo porque para entonces ya había abandonado el arte escultórico.
Cuenta Arrieta que una noche de julio de 1927, llegó él a Salta junto a un grupo de profesores de La Plata y Buenos Aires que habían participado de un congreso universitario en Tucumán. Estaba en el vestíbulo del hotel cuando escuchó su nombre en voz alta y tono interrogativo. Giró sorprendido y allá estaba ella, una mujer menudita, que le tendió la mano, se presentó correctamente y le dijo que acababa de ver su nombre en el libro de viajeros. Arrieta estaba anonadado. Lola Mora, cuatro sílabas, que representaban la quintaesencia del arte argentino. Vino a su memoria el debate que enfrentó a propios y extraños a comienzos del siglo XX: la instalación de la famosa Fuente de las Nereidas como parte de la ornamentación del Paseo Colón. Alabanzas y reproches, donde lo que complacía a unos escandalizaba a otros, aunque nadie se atreviera a negar la enorme lucidez de nuestra artista universal. Pero volvamos a 1927 y al lobby del Plaza Hotel de Salta. Arrieta que contaba con 38 años, dice haber quedado extasiado cuando retuvo las manos pequeñas y descarnadas de la escultora y una oleada de recuerdos sobre la vida de la artista invadieron hasta sus fibras más íntimas. Y no era para menos. Estaba ante un monumento en vida de una de las mujeres más talentosas que diera nuestro país; entonces de 61 años de edad. Mayor fue su sorpresa cuando ella le aclaró que había abandonado el arte escultórico con estas palabras: ¿Sabía usted que he dejado el arte? Pero no la naturaleza. Asómbrese, me ocupo de petróleo aquí en las montañas de Salta. No me tome por una vieja chiflada. He estudiado el asunto seriamente. Trabajo mucho, con esperanza y alegría, a pesar de la indiferencia criminal de nuestros gobiernos para la explotación de las riquezas del suelo. He perfeccionado un procedimiento para extraer y elaborar aceites lubricantes de los esquistos bituminosos. El aparato que yo he inventado consiste en. Pero espere un momentito... Fue entonces que Lola se alejó y volvió rápidamente agitando en alto un folleto de tapas de color ladrillo, titulado Combustibles: Problemas resueltos, Salta (1926). Se lo dedicó con letra firme y clara, autografiándolo así: Lolamora. Le pidió que lo leyera, aclarándole: "No todo ha de ser poesía. Aunque usted no sospecha la poesía que yo hallo en todo esto. Siento en mi laboratorio, entre mis aceites minerales, la misma emoción que sentía en mi taller de escultora". Relata Arrieta que Lola Mora no le habló más de arte, sino de su vida solitaria cateando minerales en las montañas andinas junto a su incondicional perro ovejero Bimbo, de los tesoros que escondían los cerros salteños, del fabuloso porvenir y de sus ideas más agudas en el tema.
El compromiso de visitarla a su regreso de un viaje por el FFCC Huaytiquina, en construcción, no pudo realizarse, ni tampoco una visita planeada para un próximo año y señala: "No pude volver entonces a la bella y pulcra ciudad de Lerma y no vi nunca más, en parte alguna, a mi admirable amiga de media hora salteña".
El olvido imperdonable
En 1936 Lola Mora había gastado su fortuna en su lucha mineral y murió pobre, triste y abandonada en un rincón hospitalario de la ciudad de Buenos Aires. Al enterarse, Arrieta la recordó con estas palabras: “Evoco su persona; oigo su voz; siento una satisfacción íntima y dulce al comprobar que no se me ha desvanecido su rostro cobrizo, que me miran al pensar en ellos, sus ojos negros de mirada tierna y candorosa. Sí; es ella, la reconozco; la mujercita de apariencia humilde, dueña de una voluntad templada, de una energía inagotable, siempre dispuesta a convertir los despojos de un sueño en combustible de una empresa grandiosa”.
Y termina diciendo: “Lola Mora, las cuatro sílabas que tendrán la vida del mármol y de la muchedumbre”.
En otras oportunidades nos hemos referido a Lola Mora en su faz de cateadora minera en la Puna salteña y también de precursora de la explotación y producción de petróleo y gas de esquistos (shale oil y shale gas), actividad esta última que llevó a cabo en Rosario de la Frontera.
Quisiera rescatar también que Arrieta ilustra su libro con una foto de Lola Mora en su radiante juventud, bella, con una boina o casquete de terciopelo como se aprecia en algunos pintores del renacimiento, el que cubre una hermosa cabellera de la cual escapan de las sienes rizos lacios y oscuros. Tiene los ojos iluminados por el fuego propio de una mente superior. Lleva puestos aretes de doble perlas.
De su cuello cuelga un raro crucifijo, grande, de piedras preciosas y estilo segoviano, formado por la unión de rombos simétricos encadenados. Las memorias de Arrieta y la singular foto que la acompaña son una cantera para explorar y entender más sobre la vida de nuestra excelsa artista. Lola Mora y Rafael Arrieta, un casual encuentro de media hora que contiene una página mayor de la historia provincial.
Y todo esto ocurrió en una céntrica esquina de la plaza principal de Salta en aquel frío julio de 1927.