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La historia de la ciencia en Salta es todavía una asignatura pendiente. Pasos gigantescos se dieron a partir de la década del 50 con la creación de los viejos embriones que luego serían la Universidad Nacional de Salta. La Escuela Superior de Ciencias Naturales que fundara el Prof. Amadeo Rodolfo Sirolli (1900-1981), pasó a convertirse en la Facultad de Ciencias Naturales dependiente de la Universidad Nacional de Tucumán para finalmente cambiar en 1973 en la actual Universidad Nacional de Salta. La figura olvidada del Ing. Roberto Germán Ovejero merece una mención especial en esa etapa formativa.
Hoy, Salta cuenta con un amplio espectro científico en muchas ramas de las ciencias exactas, físicas, naturales, humanísticas y de la salud, entre otras. Científicos extranjeros o de otras provincias argentinas se han radicado en Salta y viceversa, científicos salteños han migrado hacia otras latitudes. Salta es reconocida en campos tan diversos como catálisis, energía solar, procesamiento de minerales, enfermedades tropicales, informática aplicada, alimentos, así como en estudios biológicos, agronómicos, geológicos y humanísticos, entre muchos otros. Y todo esto se logró en el último medio siglo.
Sabios del mundo en Salta
Salta no tuvo una historia fundacional de la ciencia como la que intentaron Rivadavia y luego Mitre en Buenos Aires con la importación de científicos italianos, o bien Urquiza en Entre Ríos con los científicos franceses, o Sarmiento que trajo a Córdoba científicos alemanes, centro-europeos y norteamericanos para dar vida a la Academia Nacional de Ciencias o el Perito Moreno y sus sabios suizos de La Plata. Las semillas fundadoras del siglo XIX son la razón de que Argentina sea hoy la única nación de América Latina en contar con tres premios Nobel en ciencias (Houssay, Leloir y Milstein). Ahora bien, Salta cuenta con el lujo de haber tenido el primer científico que realizó un estudio experimental de acuerdo con los cánones de la ciencia moderna y que fuera el famoso médico escocés Joseph Redhead, más conocido por su actuación al lado de Manuel Belgrano y de Martín Miguel de Gemes. Redhead midió experimentalmente la dilatación del aire atmosférico y calculó las alturas precisas del Camino de Postas entre Buenos Aires y Potosí, así como de numerosas montañas de la región andina para obtener una idea real de la fisiografía del sector de los Andes Centrales del sur. Esas investigaciones contaron con el padrinazgo científico del gran sabio universal de la época, el alemán Alexander von Humboldt.
Otro científico que nos honró con su presencia fue el químico alemán Max Siewert, quién vino contratado por la Academia Nacional de Ciencias y al cual Sarmiento convenció de que se viniera a Salta en lugar de regresar a su patria. Vivió entre nosotros en la década de 1870 y realizó investigaciones pioneras en el análisis químico de las aguas de los ríos provinciales, de fuentes termales, de petróleo, de minerales y de sustancias tintóreas naturales de la flora regional. Sería ocioso tratar de listar a todos los hombres y mujeres que desde entonces hicieron aportes científicos individuales y aislados desde la mitad del siglo XIX a la mitad del siglo XX. Esto requiere de un profundo estudio histórico multidisciplinario, valioso y necesario. Escarbando en los repliegues de la historia aparece una figura que merece ser rescatada para ese inventario científico propuesto.
Se trata, al parecer, del primer astrónomo que tuvo Salta; el irlandés Santiago E. Meaney (1852-1913). Meaney, que murió en nuestra ciudad a los 61 años, fue profesor del viejo Colegio Nacional al igual que el químico Max Siewert al cual nos referimos antes. Su nombre se hubiese perdido irremediablemente si no hubiera sido rescatado para la posteridad por Juan Carlos Dávalos primero y más tarde por Policarpo Romero y Carlos Gregorio Romero Sosa. Gracias a este último encontramos su escueta biografía en los diccionarios biográficos de Cutolo y de Abad de Santillán. Lo cierto es que "Míster Meaney", o el gringo Meaney como se lo conocía, llegó a Salta en la década de 1880 e ingresó como profesor de inglés en el Colegio Nacional que para entonces se encontraba en el antiguo convento de los mercedarios. Recordemos que antes de llamarse Colegio Nacional de Salta, se llamó Colegio de la Independencia, Colegio de La Merced, Colegio de San José o Colegio del Padre Bailón, este último en razón de la tarea que llevó a cabo el jesuita español José Agustín Bailón (1814-1872), para organizar los prácticamente inexistentes estudios de letras, ciencias y humanidades.
El maestro de inglés
En diciembre de 1864, Bartolomé Mitre mandó a fundar el Colegio Nacional de Salta y en abril de 1865 nombró como rector y director al Dr. Juan Francisco Castro a quién lo acompañaban como profesores a cargo de todas las cátedras del programa los eminentes salteños Benjamín A. Dávalos, Andrés de Ugarriza y Federico Ibarguren. El nivel de los profesores y la calidad de los estudios convierten al viejo Colegio Nacional en una especie de universidad para la época. En este ambiente llegó Meaney quién traía consigo una sólida formación en estudios literarios, matemáticos y astronómicos, según se deduce de quienes tuvieron acceso a su epistolario. Meaney se dedicó a la docencia durante 30 años, hasta su muerte un 10 de julio de 1913. Si bien enseñaba inglés, su pasión era la astronomía, y se sabe que mantenía fluida correspondencia con científicos ingleses, italianos y franceses. Entre ellos se destaca su vínculo con el mundialmente famoso astrónomo francés Camille Flammarion (1842-1925) a quién le reportaba las observaciones astronómicas que realizaba desde Salta. Flammarion fue un gran popularizador de la astronomía y a él se deben unos 25 libros y una enciclopedia en nueve volúmenes titulada Estudios y lecturas sobre la Astronomía. Su primer libro La Pluralidad de los Mundos Habitados data de 1862 y el último, La Muerte y su Misterio de 1917. Se considera como su obra más conocida el libro Astronomía Popular (1880), que le valió numerosos premios. Por su labor en ciencia y divulgación fue condecorado como Caballero de la Legión Francesa en 1912, justo un año antes de la muerte de Meaney en Salta.
Cuenta Juan Carlos Dávalos en un capítulo de su libro Los Buscadores de Oro que Míster Meaney: “vivía como un misántropo, encerrado en su casita de viudo solitario sin cocinera ni mucama y sin más compañía que un gato, un armónium y un telescopio. El gato significaba el aislamiento aristocrático; el armónium el fervor místico y el telescopio la actitud especulativa, la inquietud científica, la contemplación del infinito: cualidades que distinguen precisamente al sabio del troglodita”. Luego hace resaltar: “su memoria fenomenal y su versación enciclopédica que le llevaba en clase a barajar nombres, fechas y problemas sociales o filosóficos de alta escuela”. En este sentido, Dávalos apunta: “Prodigiosa era la memoria de Míster Meaney, para el detalle, lo mismo que para las ideas generales. Recordaba en clase la página de cada ejercicio y el número de línea correspondiente a cada frase en un libro de trescientas y tantas páginas”. Así y todo era un incomprendido por los alumnos y pasto permanente de las burlas y chanzas clásicas. Se supo que había muerto por los maullidos del gato encerrado que llevaba tres días al lado del cadáver en descomposición. Al poco tiempo la casa, el telescopio y el armónium se vendieron en subasta pública y nada quedó de aquel hom bre que al decir de Dávalos era “un correcto gentleman, un sabio respetable y un profesor modelo”. Meaney junto a otros estudiosos anónimos o poco conocidos forman parte de la galería de científicos ilustres de la vieja Salta.