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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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La fe, ¿mata?

Viernes, 16 de junio de 2017 00:00
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Hace unos días quedamos estremecidos con la noticia de dos muertes inexplicables y tal vez, que podrían haberse evitado. Se trata de la muerte de un madre joven y un niño, su hijo, de apenas dos años.

Más allá de lo que corresponde a la Justicia investigar, hay un hecho constatado que no deja de preocupar, los dos bebieron "agua bendita de la Catedral" para curarse: la madre para mostrarle al niño que era bueno y el niño aceptó para que se curara de un malestar, que sería un resfrío de los tantos que nos acompañan en éste período.

Con mucha frecuencia la gente común busca soluciones rápidas y mágicas a sus problemas cotidianos económicos, o de salud, de soledad, de malestar o, simplemente, de angustia.

Una señora buscaba estampas de determinados santos para ubicarlos estratégicamente en su local comercial, de acuerdo a un croquis realizado por un curandero o una curandera. Debía cumplir una serie de normas y ritos indicados en la receta, por la cual había pagado una cantidad considerable de dinero. Estaba un poco nerviosa porque no encontraba todos los santos indicados en el prospecto.

En nuestra vida cotidiana nos enfrentamos a esta constante puja entre la fe y la magia, entre la creencia y la superstición.

Alejandra y Amir no debían beber nunca agua bendita para sanarse, y a ésta señora de los negocios le hacía falta un poco de estrategia comercial y una linda sonrisa para recibir a los clientes.

En general, buscamos lo mágico antes que la fe. Dios no se complace en la muerte de los hombres y las mujeres, vino a este mundo y dio su vida por nosotros, para que tengamos vida, y la disfrutemos. Es respetable la creencia y la religiosidad de la gente, pero la fe verdadera exige compromiso con la vida.

Hoy existe un mercado de religiones y creencias, muchos de los cuales utiliza como discurso de marketing la superación inmediata del dolor y el sufrimiento, o trabajan sobre la conciencia humana, cargándolas de culpas y angustias por las amenazas de un dios castigador que está como vigilante con látigo en mano, para ver quien se equivoca y así enviar sus rayos y centellas de maldiciones.

Este dios vengativo, no es el Dios de nuestro Señor Jesucristo. Dios es esencialmente amor y perdón, es un Padre misericordioso. Alguien que respeta nuestra libertad y nos ha dado la capacidad de pensar, de razonar, de querer, de buscar el bien y evitar el mal. Dios no se opone a la ciencia, ni a la medicina, ni a los avances científicos que favorecen a la calidad de la vida humana.

El Dios de la fe cristiana no es un castigador, sino todo lo contrario, es paciente y compasivo, de gran y absoluta misericordia.

Dejemos a Dios ser Dios y no lo hagamos a nuestra imagen y semejanza.

La fe cristiana verdadera exige compromiso con la vida, con la vida propia y la de los demás. Somos todos guardianes de nuestros hermanos. Dios no hace milagros donde no hace falta.

Decía San Agustín, uno de los más sabios pensadores cristianos, "el que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti". O como decían las abuelas, "a Dios rogando y con el mazo dando". La fe no es magia, es compromiso con la vida, la magia es ilusión. Que no se repitan actos de superstición que conducen, a veces, hasta la muerte.

Si una fe proclama a un dios que castiga y produce miedo, no es cristiana. Si un dios oprime la conciencia hasta la angustia y el medio no es el Dios Padre de Jesucristo. Jesús pronunció muchas veces, como saludo habitual, después de la resurrección, "no tengan miedo, alégrense".

Es más fácil y más rentable predicar magia y prometer torcer la voluntad de Dios frente al sufrimiento, la enfermedad o el dolor, que predicar la fe, como compromiso con el otro, sobre todo con el más pobre y más sufriente.

 

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