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La crispación y el odio nos hacen mal a todos

Domingo, 03 de septiembre de 2017 00:00
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El país vive en estado de crispación.

La desaparición de Santiago Maldonado es un síntoma y un detonante de una realidad más amplia, que identifica las relaciones políticas. Eso explica que el caso haya sido utilizado en forma obscena con propósitos espurios. La movilización del viernes, que se convocaba como pacífica, terminó con numerosos hechos de violencia, planificados y ejecutados por encapuchados, que mostraron simplemente la naturaleza misma de la Resistencia Ancestral Mapuche.

Esta organización es esencialmente violenta. El artesano Santiago Maldonado, a quienes sus amigos describen como alguien pacífico e inofensivo, no respondería en ese caso al parámetro del activismo del que participaba. De todos modos, más allá del anecdotario de una organización más conocida por sus hechos delictivos que por su desarrollo como proyecto político, el caso de este joven desencadenó infinidad de reclamos, sin datos sobre lo ocurrido en sus últimas horas y con el propósito de dejar identificado al actual gobierno, elegido por la gente, con la dictadura de hace cuatro décadas.

Un anacronismo que en nada se parece a la realidad. Maldonado es una víctima, sea cual fuere su historia personal. El Estado, los políticos y la sociedad tienen la obligación de esclarecer su caso hasta las últimas consecuencias. Pero también el de todos los ciudadanos. Mirando el actual escenario nacional encontramos que, según la Procuraduría de Trata y Explotación Sexual, en el país hay 3.228 mujeres y niñas desaparecidas. Se estima que cerca de 14 millones de argentinos viven en la pobreza y que no menos de seis millones y medio pertenecen a familias de tres generaciones de desocupados. El aumento de la criminalidad en los últimos veinte años es difícil de cuantificar, dado que el registro de la estadística no fue constante en ese período, pero la inseguridad sigue siendo la demanda más perentoria de la sociedad. No obstante, no parecen ser estos fenómenos, que marcan una grieta genuina, la causa de la crispación que atraviesa la vida política del país. Ni las organizaciones seudoindígenas, ni los hechos de violencia que generan, ni las movilizaciones del viernes tienen como protagonistas a los pobres ni a los excluidos. La primera de las razones de la crispación anida en la cultura de la intolerancia política. Aceptar la pluralidad es la esencia de la democracia. Los líderes mesiánicos, desde Fidel Castro, a Nicolás Maduro, pasando por Stalin y Hitler, no la toleran.

El fanatismo es síntoma de una ausencia de proyecto. La necesidad de minimizar y anular al adversario político surge de la fragilidad ideológica y no de la fuerza. Se intenta imponer una creencia o una adhesión como dogma, y se cierra el camino de la verdad. Para no asumir los fracasos se crean relatos referidos a desarrollos industriales, generación de riquezas y pleno empleo que la realidad no verifica. Luego, cuando los medios de comunicación y los estudios académicos muestran la verdad, no se los refuta sino que se los ubica en el lugar del enemigo. Cuando alguien disiente, se lo descalifica e insulta. Todas estas debilidades, bastante generalizadas, se explican en la ausencia de partidos políticos, que dejaron en manos de las redes sociales la difusión ideológica y declinaron la formación de cuadros dirigentes. También surge de la pérdida de credibilidad de las instituciones y de los tres poderes del Estado, que erosiona dramáticamente la cultura de la democracia representativa. Además, influye, en forma decisiva, el naufragio ideológico. El socialismo europeo aparece hoy estigmatizado; el socialismo de raíz marxista, sin rumbo, intenta mimetizarse con consignas tales como el indigenismo, el ambiente, la teoría del género y los derechos humanos, ninguna de las cuales encaja con su filosofía ni mucho menos con su historia. En esta debacle, la negación de la realidad se vuelve sistemática, se instala en la política y deriva en la "posverdad", esa creación de los equipos de campaña del presidente Donald Trump para decir que "lo que es, no es". La crispación que hoy atraviesa a la sociedad argentina, cualquiera sea su origen, es nefasta, antidemocrática y genera los peores presagios. El panorama es sombrío. Políticos, intelectuales y dirigentes sociales tienen la obligación de corregirla, porque las consecuencias son impredecibles.

 

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