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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Con el puño cerrado

Jueves, 07 de septiembre de 2017 00:00
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A decir verdad, es muy poco lo que sé de Santiago Maldonado, no más de lo que los medios de comunicación transmitieron, tampoco sé dónde está.

Pero sí es cierto que su desaparición o muerte ha profundizado la grieta que existe en nuestro país, donde tenemos ese morbo constante de dramatizar al extremo y, al mismo tiempo, utilizar políticamente este tipo de situaciones.

Hablar de desaparecidos en nuestro país nos transporta a un momento histórico de mucho dolor, de incertidumbre y tristeza.

Respetando la memoria de Santiago Maldonado, lamento profundamente la utilización política de su desaparición. Están los detractores que le han encontrado todos los defectos juntos y vuelven a victimizar a la víctima, y los fanáticos que pretenden entronizar a Maldonado como bandera de conflicto social. Cualquier utilización es repudiable.

Detrás de un movimiento como el que genera Maldonado hay un motor interesado en crear un clima de caos y violencia que no le deseamos a nadie, sobre todo los que hemos vivido en nuestra adolescencia por los años 70, en un marco de violencia social e institucional, violencia armada, donde era imposible dibujar un futuro, porque ni siquiera sabíamos dónde íbamos a terminar o dónde estábamos parados.

La violencia engendra más violencia. Se convierte un espiral en crecimiento con un alto costo para la Patria. "Con el puño cerrado no se intercambia un apretón de manos", decía Gandhi. La Patria necesita reconciliarse, que es más que un "sana sana". La reconciliación surge del diálogo, que pretenda encontrar aquello que nos une, pero también nos exige ir a la raíz misma de los conflictos y saber pedir perdón y perdonar. Presupone la buena voluntad de buscar juntos un camino de paz para la Patria. Pero hay en el país gente que se complace en la violencia y no le interesa el diálogo, rotula y clasifica a los demás fomentando el odio sectorial, y siendo absolutamente intolerante con las expresiones de la gente, aunque se trate de la mayoría.

Vengo de una generación que vivió mucho tiempo bajo regímenes autoritarios, entre los gobiernos militares del 66 y el golpe de Estado de 1976, que duró siete años hasta el retorno de la democracia. Mi padre murió joven con cicatrices de balas de goma en sus piernas, recibidas en las encarnizadas luchas por los cierres de los ingenios azucareros en los años 60 bajo el régimen de Onganía y sus sucesores. He sido testigo de mucha violencia, terrorismo de distintos orígenes, incluso del Estado mismo. Cuando escucho a los jóvenes hablar por boca de jarro, repitiendo un relato impuesto, parcial y malintencionado, me aterra pensar en el futuro. Pero me preocupa más ver a gente mayor que tuvo poder, que sufrió la violencia de los años 70 igual que yo o con mayor conciencia, alentando el caos y el enfrentamiento.

Es imperioso mirarnos a los ojos y reconciliarnos en un diálogo que supone la justicia, el perdón y la misericordia.

No sé dónde está Santiago Maldonado, no sé dónde está Gala Cancinos ni dónde está María Cash y tantos otros hermanos jóvenes que desaparecieron, pero sí sé que la violencia no es ni será jamás el camino para construir el futuro de nuestra Patria. "El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el mundo". (Gandhi)

 

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