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2 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La conducta de los jueces

Sabado, 29 de diciembre de 2018 00:00
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La República es una forma de organización de gobierno sustentada en la división de poderes. El Poder Judicial es el que controla el cumplimiento de las leyes y juzga los procedimientos del ejecutivo, es elegido por los otros dos poderes y asociaciones profesionales de la sociedad.

Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda, Horacio Rosatti, Elena Highton de Nolasco, Carlos Rosenkrantz cargan en sus hombros nada menos que la responsabilidad de regir el Poder Judicial de la Nación. Se interpreta que los jueces son idóneos, probos e intachables en sus conductas privadas y públicas antes y durante su gestión, esto debería ubicarlos entre los ciudadanos de mayor autoridad moral en una sociedad, y en las democracias consolidadas de Europa o EEUU es en general así.

Desgraciadamente, los argentinos hemos naturalizado las conductas reñidas con la ética y ahora, al ver a nuestros funcionarios, políticos y dirigentes en su mayoría del otro lado de la línea, en la fina banda que la separa de la ilegalidad, comenzamos a tomar conciencia del daño que esta situación nos produce como nación.

Entre otros hay dos asuntos que a los argentinos nos hieren como sociedad y parecería que los señores de la Corte Suprema de Justicia no lo entienden o prefieren ignorar, envueltos en su burbuja de poder.

El primero es su negativa sistemática a pagar ganancias, finalmente han accedido, después de presiones enormes, a que lo hagan solo los nuevos jueces, es decir se reservan los privilegios y no ceden un ápice, en tanto entregan a los novatos al cadalso. No advierten estos señores que ellos se han beneficiado años y por tanto es precisamente a ellos a quienes se les pide renunciar a ese privilegio. Sobre legalidad se puede discutir, pero en el campo de la ética, esto es a todas luces inaceptable.

El segundo asunto comienza cuando, en una maniobra impensada por el presidente Lorenzetti, lo desplazan y ubican en su lugar a Rosenkrantz.

No es fácil aceptar sentencias que afectan el destino de miles de argentinos, cuando estos hombres, movilizados por su ambición de poder y sus vanidades pelean, por la jefatura de la Corte Suprema desconociendo códigos que ellos mismos deben hacer cumplir. Nombrado Rosenkrantz, cuando aún no había asumido, Lorenzetti desmontó el departamento de información pública de la Corte, en una actitud que solo se justifica como venganza, frente a quien le había arrebatado la jefatura en un golpe de mano sustanciado en traiciones. La última novedad surgió cuando quien presidió la Corte durante doce años, mediante una maniobra de mayorías, quitó al nuevo presidente los privilegios y decisiones de los que él mismo dispuso durante su gestión. Miserabilidades tanto de uno como del otro. Las actitudes descriptas no resisten ningún análisis a la luz de la ética. La pregunta que surge es en que marco se desenvuelven estos hombres a quienes entregamos nuestros destinos como ciudadanos. Cuesta creer que quien no reconoce límites éticos en un ámbito, los reconocerá en otros. Y allí las rencillas internas exteriorizan actitudes que deben afligirnos. Habrá que preguntarse si estos hombres reúnen las condiciones morales y éticas para ejercer la justicia en su más alto nivel.

También podemos naturalizar esta situación a la luz del deterioro institucional del país, pero eso es aceptar la decadencia que debemos inflexionar como nación, para comenzar el camino ascendente que hemos perdido. Me dirán que lo que se dirime en esos ámbitos es el poder y por cierto así es, pero las conductas son siempre la medida de los principios que rigen el proceder de los hombres. Al decir de Moisés Lebensohn "Problema de doctrina y de conducta; sin aquella, no se nos comprenderá; sin esta, no se nos creerá". Y... es difícil creer.

 

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