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De la barbarie a la civilización hay un largo y resistido camino. Modelar la naturaleza humana, adoptar una cultura y obtener una educación, es un esfuerzo de largo aliento que abarcará al menos dos décadas en la vida de las personas. Puesto que la naturaleza no nos provee un modo de ser, es preciso hacerse de ese atributo esencial que distingue la vida humana de un simple acontecimiento biológico. Durante un tiempo el ser humano -el más vulnerable entre las especies vivientes- permanecerá necesariamente al cuidado de otras personas, y serán éstas las más significativas, en cuanto a satisfacer sus necesidades biológicas y afectivas. En éste período se juegan las cartas más importantes para la evolución del hombre: su estructura mental, el control de los impulsos, la tolerancia a las frustraciones, el reconocimiento de las emociones propias y ajenas; y se adquiere además, la noción de que hay un "principio de realidad" que rige al "principio del placer". Si esto no ocurre, lo que se engendran son sujetos con patologías graves que presentan entre otros aspectos- serias dificultades para establecer lazos y vínculos sanos con los demás.
La más presente de las patologías del hombre y la que más acecha en la actualidad es la violencia dirigida a las mujeres, y que ubica a la provincia de Salta en el primer lugar de la peor de las realidades sociales.
Ante ésta evidencia cabe preguntarse: ¿Dónde está el origen de la propensión a la violencia? ¿Existen culturas donde no ocurrieron agresiones a las mujeres? ¿Qué debilidades hay detrás del patriarcado como construcción social, y cuánta impotencia oculta el machista en el acto agresivo hacia la mujer?
La violencia multifactorial
Los expertos señalan que donde hubo cultura hubo violencias. Michel Foucault nos recuerda que en los primeros tiempos de la Edad Moderna, las autoridades municipales de Alemania, acorralaban a los locos y los enviaban sin rumbo al mar, en embarcaciones llamadas Narrenschiffen (grupos de idiotas). De ésta manera, hacían desaparecer de la vista, aquello que les resultaba intolerable o tenebroso. No solamente las mujeres. Los locos y los niños también han sido inferiorizados y convertidos en objeto de segregación a lo largo de la historia de la humanidad.
En una conferencia sobre matriarcados, Joan Manuel Cabezas, doctor en Antropología Social, sostiene que "si queremos entender la situación de maltrato sistemático que sufren muchas mujeres por parte de los hombres en la actualidad, hay que remontarse a los inicios de la revolución industrial y al papel que adjudicó a las mujeres la burguesía triunfante". Un papel de madre, esposa o prostituta.
La adjudicación de roles absolutos e inflexibles -tanto para las mujeres como para los hombres- ha sido una práctica culturalmente aceptada, un modo de "cosificar" y de alienar a las personas a comportamientos y rituales transmitidos durante siglos, entre generaciones. Las clasificaciones no hicieron más que colocar al varón y a la mujer en compartimentos estancos, segregados, separados el uno del otro por ésas y por tantas otras invenciones que señalaron, como mojones, el derrotero por los que la humanidad consintió transitar.
¿A qué se debe la universalidad del fenómeno de la violencia?
No se trata, como en los animales, de un instinto, ni es atribuible a un código genético. En tal sentido, Cabezas no considera plausible "que la biología o la genética expliquen ninguna conducta humana (...) ya que los animales carecen de la capacidad de generar complejos sistemas simbólicos, es decir, la posibilidad de cambiar el mundo factual a través de ideas".
Sobre las raíces de la desigualdad entre los sexos, el historiador israelí Yuval Noah Harari enuncia en un ensayo titulado "De animales a dioses" que el patriarcado ha sido "la norma en casi todas las sociedades agrícolas e industriales, y ha resistido tenazmente los cambios políticos, las revoluciones sociales y las transformaciones económicas".
De tal manera que, siendo el patriarcado una construcción de carácter tan universal, "no puede ser el producto de algún círculo vicioso que se pusiera en marcha por un acontecimiento casual", afirma el autor.
El aspecto psicológico
Una experiencia primordial y fundante de la vida humana, durante los primeros años del niño, sucede cuando, siendo muy pequeño aún, se identifica con sus semejantes, en base al reconocimiento de la similitud corporal. Es decir, adopta la noción de que hay otros sujetos como él, y por carácter transitivo: "él es como los otros". En la medida que el cuerpo de otra persona es percibido como similar al propio cuerpo y viceversa, el semejante es reconocido como otro yo, proyectando sobre él, el propio yo.
El Yo, como formación psíquica primaria, es precario en cuanto es la sede de las ilusiones, y del modo ficcional de construir realidades, por ejemplo: la de creer que es posible incorporar lo bueno y mantener fuera de sí lo malo, lo desagradable o lo diferente.
Se pone en tensión ésta dualidad con el otro semejante y como un resto de esa compleja operación mental, surge la agresividad como elemento.
La agresividad entonces, es constitutiva de todo ser humano, sin distinción de género.
La agresividad SUBT
La agresividad se distingue de la agresión, porque ésta última conlleva actos violentos.
El psicoanalista español Miquel Bassols refiere que “el pasaje al acto violento sobre una mujer se suele revelar como una forma de buscar y golpear en el otro lo que el sujeto no puede simbolizar, lo que no puede articular con palabras sobre sí mismo (…) el sujeto masculino no puede llegar a reconocer lo que está golpeando de su propio ser alojado en el ser del otro, su pareja.”
Así, comprobamos con frecuencia que el pasaje al acto violento ejercido por el hombre, termina en un acto posterior de autolesión y también de suicidios tras el crimen cometido.
Cultura y machismo SUBT
El patriarcado, tal como se lo cuestiona en Latinoamérica, engendra al machismo como la peor de sus versiones. Desde México hasta nuestro país, la violencia verbal, psicológica, gestual, corporal y ancestral hacia lo femenino se ha convertido casi en un imperativo de la especie, a lo que las mujeres posmodernas se oponen con valentía, convicción y tenacidad.
Mientras tanto, la provincia de Salta encabeza la tasa más alta del país de violencia contra la mujer, y ésa cifra en algún punto nos cuestiona a todos como sociedad y más aún a las mujeres.
Me pregunto si tenemos conciencia de lo que es el machismo y cuánto tenemos que ver con su permanencia en nuestros ámbitos. ¿Convivimos con ello y no nos damos cuenta? ¿Educamos a los hijos varones en la ficción de que son más fuertes? ¿Qué tan conscientes somos de las diferencias de educación y de trato impartidas a los varones con respecto a las mujeres? ¿Tienen privilegios por el hecho de ser varones? En términos de libertades de lenguaje, libertades sexuales, de horarios, de uso del dinero u otros bienes familiares ¿tienen más privilegios los varones que las mujeres? ¿Cuántas veces es corregido un hijo varón ante una falta de respeto? ¿En igual medida lo hacemos con las hijas mujeres? ¿Admitimos que las parejas, esposos, hermanos o amigos se dirijan a nosotras o se expresen en nuestra presencia con ciertos tonos de voz, o con insultos? ¿No nos parece un acto de violencia que un niño de 11 años sea llevado a debutar a los burdeles? Esto ni siquiera es un tabú, es una brutal costumbre salteña muy arraigada y dicha a voces. ¿Lo admitimos? ¿Nos acostumbramos? En síntesis: ¿Somos mujeres ymadres machistas?
El temor, la sumisión, necesidades económicas y dependencia significan en un solo término: debilidad. Desde ésta posición, hay una única manera de vincularse al Otro “fuerte” y es en la dialéctica del amo y el esclavo. Desde ése lugar, exento de la oportunidad de ser y pensar con libertad, desde ése pequeño lugar, se construye la ficción del dominio machista y la persona se hace funcional a ello.
En mayores proporciones, una sociedad débil, también construye su imaginario colectivo en torno a un señor feudal que le garantice una subsistencia, la que fuere, porque se trata sobrevivir a cualquier costo.
La realidad es que no hay supremacía de géneros, ya que el ser humano, todos y cada uno, somos vulnerables a la fragilidad del cuerpo, a lo indómito del mundo y a la agresividad del prójimo.
Ostentar lo contrario es una invención que tarde o temprano se dará de bruces contra la realidad. Y mientras más poderoso se considere el portador de dicha ficción, con mayor dureza responderá a las frustraciones. La atribución de un poder o facultad superior, legitimado socialmente y grabado en el inconsciente, produce una percepción distorsionada de la realidad: es el complejo de superioridad que cae frente a una realidad que lo hace sentir inferior o débil. Acto seguido, la reacción violenta, es compensatoria de esa falta intolerable y por lo general, desproporcionada en relación a la frustración que se experimenta.
Es por eso que la violencia fue y será siempre un signo de impotencia.
Como sociedad y como educadores, particularmente en Salta, tenemos un desafío y una tarea sustancial por delante: la de erradicar al machismo tan profundamente implantado en nuestra cultura, y hacerlo de un modo decisivo y rotundo.
También es cierto que las leyes y el derecho no logran salir de sus aposentos para dar el salto cualitativo que los coloque, de una vez por todas, a la altura de la época que les toca regular.
Pero es necesario reconocer además, que cada individuo es responsable de sus propios actos, de sus patologías, creencias, costumbres y hasta de la ideología que elija abrazar. Las leyes, los patriarcados, los modelos parentales y sociales, las culturas y las religiones no darán cuenta de nuestros actos.
A cada quien su libertad, y en la misma medida, su responsabilidad