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Cartas de amor más allá del mar

Sabado, 05 de mayo de 2018 00:00
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Uno de los temas más novedosos de la historiografía reciente gira en torno de la investigación de la historia de las mujeres.

Desde sus comienzos, el interés por este campo de estudio, el de las mujeres como sujeto histórico y, por tanto, objeto de conocimiento de la historia, no se produjo hasta la segunda mitad del siglo XX en el mundo occidental, precisamente cuando las mujeres habían conquistado el derecho al sufragio.

Este cambio en la concepción historiográfica propició el proceso de visualización de las mujeres en el terreno de lo social, y en el papel desempeñado por éstas, en la vida cotidiana, las mentalidades, la vida privada, la familia y en el campo de la apropiación del conocimiento.

En referencia al estudio de la mujer hispana que arribó a América en el siglo XVI, en tiempos en que se producía la expansión de la conquista y el proceso fundacional de ciudades, un presupuesto básico en el abordaje de este tema, es que la educación y estilo de vida femenino en tierras americanas, se estructuró a imagen y semejanza de la costumbre española, que se inspiraba en la discreción, en vistas de la supuesta debilidad física y espiritual.

Por ello, la concepción de la época indicaba que debía ser conducida por padres, hermanos y maridos, los que se tenían por espiritualmente más fuertes. En este contexto, el confesor adquiere gran relieve como conductor de almas, otro soporte que dulcificaba este rígido esquema social.

Corona y clerecía

Desde el primer momento de la colonización, la corona española propició que se trasladasen al Nuevo Mundo las mujeres de los conquistadores. De tal suerte que se promulgaron leyes y se dictaminaron disposiciones que obligaban a los españoles a viajar con sus esposas, o mandar a traer a las que se habían quedado en España.

No menor es la labor de la Iglesia, a través de sus misioneros, tanto del clero regular como secular. Los misioneros se preocupaban sobre todo por la constitución de la familia, esa célula inicial de toda civilización estable, tratando de inculcarle la base sólida de los principios cristianos.

Los clérigos buscaban evitar que los caballeros hispanos llevaran un estado de vida en amancebamiento y adulterio. En la búsqueda de mantener a la población masculina en vida maridable y en la observancia del sacramento matrimonial, exhortaron continuamente a los conquistadores instándolos en la observancia y cumplimiento de las promesas matrimoniales formuladas ante el altar, con la presencia de los curas párrocos y santificados por el Altísimo.

Era la idea que "el hombre no separe lo que Dios ha unido" (Willaert, Leopoldo. La Restauración Católica en Historia de la Iglesia dirigida por Agustín Fliche y Martín Víctor, Tomo XX, Edicep, Valencia, 1975).

El monarca español Carlos I (V de Alemania) en 1521 llegó a prohibir oficialmente el traslado de sus súbditos casados, que pretendían embarcarse hacia América sin sus consortes.

En 1554, Carlos I dictó nuevamente disposiciones que ordenaban a las administraciones de los territorios americanos, vigilar que todo español casado regresara a la metrópoli para buscar a su esposa y conducirla al nuevo hogar.

Epístolas: suplicas e intimidad

Estas disposiciones reales dieron lugar a que cruzara el Atlántico una frondosa correspondencia denominada de "llamado", epístolas en la que los esposos requerían anhelantes la presencia de sus consortes. (Recopilación de Enrique Otte, en "Cartas privadas de emigrantes a Indias 1540-

1616", México, Fondo de Cultura Económica, 1996). En otros casos el castellano reclamaba la presencia de alguno de sus parientes: madres, hermanas y sobrinas. Pero la mayoría de la correspondencia que se encuentran en repositorios hispanos, están referidas a las que los esposos requerían anhelantes la presencia de sus consortes. Este fervoroso y demandante epistolario tiene su motivación en el hecho que la Corona había estipulado por vía de pragmática el pago de multa o la cárcel, como castigo para los conquistadores que, estando casados, habían dejado a sus esposas en España.

Además de evidenciar estas epístolas la utilidad de evitar la multa o la cárcel y no infringir la ley, se refleja en estos textos la nostalgia por la ausencia de las esposas y de los hijos que estaban allende la mar, y la esperanza de reencontrarse con la familia en el Nuevo Mundo. En las misivas el español declara su soledad y la necesidad de reunir al grupo familiar. Las cartas reflejan en sus encabezados como en la despedida, palabras cariñosas, con el fin de convencer a las esposas que afrontaran con confianza la empresa de organizar el viaje hacia América. El lenguaje está cargado de emotividad y persigue el objetivo de mantener el vínculo matrimonial. Surge de estas lecturas una cálida intimidad en el seno del estado matrimonial. Si bien el fundamento de este llamado desesperado de la presencia de las esposas en América Hispana, era una cuestión legal y económica, sin embargo, la parte afectiva del matrimonio tenía un valor definido. La literatura religiosa de los siglos XVI y XVII da cuenta de la idea que el matrimonio es un hecho de amor. Cabe considerar que las normas que emergen del Concilio de Trento ubican al matrimonio como un sacramento que tiene por sustento el amor.

Abundan en estas cartas expresiones tales como: "vuestro marido que en el alma os ama", "mi bien tuyo hasta la muerte", "vuestro marido que mas que a sí os quiere y vuestra vista desea", "mis ojos", "mi bien", "mi alma", "mucho ha padecido mi corazón y mi alma desde el día que dejé de verte". Estos términos afectuosos e íntimos sólo están reservados para la esposa. Las misivas que se dirigen al resto de los familiares, carecen de este carácter de intimidad.

Promesas de dicha y abundancia

También las epístolas contienen la promesa de los beneficios que estas damas, habrían de gozar en la estadía americana. Así los maridos puntualizan que en el Nuevo Mundo la vida es más fácil, ya que la tierra es pródiga y “no se sabe que cosa es el hambre”.

Una idea a considerar era que “se gana mejor de comer y se casan mejor las hijas”, detalle este no menor para los padres de familia que habían de resolver la situación social y económica de sus niñas.

Otro atractivo explicitado es la promesa de que el servicio de la casa de la inmigrante española habría de ser cubierto con la abundante mano de obra de los naturales, ya que la posibilidad de conseguir quien haga las labores domesticas pesadas, era de sencillo trámite.

En los documentos se lee: “Yo tendré comprada el día que vos vinieres una esclava que os sirva”, y “tienes casa y hacienda que yo he comprado para ti, en donde hallarás negros y negras que te sirvan, y donde tendrás todo el descanso que quisieres”. Otra interesante perspectiva para la dama hispánica se explicita en la siguiente frase: “aún os vestiréis mejor acá”.

Un extenso repertorio de promesas de una vida de abundancia, y con el beneficio de encontrar ayuda en las siempre complejas labores domésticas que debe atender el ama de casa, en cualquier época histórica que se analice.

Este panorama que exhiben los maridos en sus cartas, debió motivar favorablemente a las señoras e hijas ante la perspectiva de un futuro lisonjero.

En algunos casos los esposos envían dinero a sus consortes para la compra de enseres necesarios para el viaje.

Un rubro no menor es el referido al vestuario de las damas, ya que en Hispanoamérica las señoras habían de vestir con el lucimiento necesario de acuerdo al rango que desempeñaban los esposos.
Incluso, hay oportunidades que los maridos demandan a sus mujeres el aprestamiento de ropas lujosas, de seda y oro. Y es que en América, estos elementos denotaban la posición social de los conquistadores.

Una travesía compleja

Otra importante previsión era que estas damas no habrían de viajar solas a América, teniéndose esto mal visto.

La mujer que proviene de España debía hacer el trayecto acompañada de otras mujeres, o bien, de religioso conocido de la familia. Es de rigor la asistencia de una sirvienta para los menesteres que surgieran en el camino.

De preferencia la acompañante debía ser mujer honrada, “más vieja que moza, porque vienen por la mar, y es viaje largo, y la gente del navío es ruin”, expresa alguna carta en que el marido recomienda a su cónyuge tomar previsiones en vista del extenuante traslado.

Surge en los textos de estas misivas, la importancia de cuidar de la honra de las mujeres españolas en el viaje por el océano. Así un esposo expresa su preocupación: “Y mira como venís, venid en compañía decente, mira que en vos está mi vida y mi muerte, por eso señora abrid los ojos, mira que el día de hoy no hay mayor riqueza en el mundo que la honra, más yo estoy tan confiado de vos y satisfecho que lo haréis como quien sois”.

Luego de soportar mil estorbos en la travesía por el Atlántico y con las largas fatigas de un viaje estremecedor, aguardaban en el puerto los maridos con las cabalgaduras necesarias, mulas y caballos.

En algunos casos, el esposo provee a su consorte de una silla de mano y sombrilla para hacer más placentero, aunque lento el traslado al hogar indiano.

Mas, la presencia de las mujeres en América, hicieron que la tierra fuera más habitable y la vida diaria más atractiva. Fue su tarea específica suavizar las costumbres de esa ruda sociedad de frontera, imprimiéndole el sello de la cultura occidental en su versión española.

Las mujeres que acompañaron a sus esposos que poblaron América fueron portadoras de rudimentos de lectura, escritura y cálculos básicos. Son quienes inician a la prole en los primeros conocimientos no sólo religiosos sino en los contenidos mínimos del conocimiento.

En torno a las mujeres se formó la familia hispanoamericana, núcleo de la sociedad que garantizó la vigencia de postulados éticos y la temperancia de las costumbres. En esas comunidades hogareñas se fraguó la transculturación que dio origen a la sociedad hispano-criolla.

Ellas contribuyeron con dulzura, contención, acompañamiento y cuidado amoroso del nuevo hogar americano. Fueron sólido soporte en aquellas difíciles jornadas del poblamiento americano. Anhelada y perfumada presencia que se explicitó en cálidas e íntimas epístolas.

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