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Leibniz está considerado como uno de los últimos hombres que trató de abarcar la totalidad del conocimiento. Hoy es recordado principalmente como filósofo y matemático. Sin embargo, se le deben contribuciones en casi todas las ramas del saber humano, al punto que es considerado como el último sabio universal. Entre los múltiples intereses de su asombrosa producción intelectual se encuentran el estudio de la teodicea, teología, ciencia, filosofía, matemáticas, lógica, física, química, geología, paleontología, biología, dinámica, mecánica, leyes, historia, literatura, diplomacia, derecho, política, biblioteconomía, bibliotecología, sociología, lingística, filología, economía, psicología, metafísica, alquimia, metalurgia, ingeniería de minas, tecnología, medicina, entre muchas otras temáticas. Fue esta apabullante producción lo que le llevó al rey Federico El Grande de Prusia a decir que Leibniz era "toda una academia en sí mismo". Su obra se conserva en más de 25 volúmenes editados, la que sigue creciendo a medida que se incorporan nuevos materiales provenientes mayormente de las 15.000 cartas que intercambió con los grandes hombres de su tiempo. Esas cartas son en sí mismas verdaderos tratados de muchos y variados temas.
El último sabio universal
Se dice no sin razón que fue el último ser humano con un saber multidisciplinar, uno de los últimos pensadores universales en el sentido renacentista.
Su espíritu globalizador estuvo ajeno a la especialización y la fragmentación que son las características del saber de nuestro tiempo. Forma parte del reducido grupo de mentes universales junto a algunos de los grandes filósofos griegos de la antigedad, Leonardo Da Vinci, Descartes y Newton. Téngase presente que le debemos a Leibniz el cálculo infinitesimal e integral, el de las derivadas e integrales, donde aún se usan las notaciones que él inventó, así como la combinatoria y muy especialmente el sistema binario de ceros y unos que es la base de la moderna computación. Temas que planteó y desarrolló hace más de 300 años.
Más influyente del siglo XXI: por ello, uno de sus mayores biógrafos, el filósofo español Javier Echeverría, ha dicho que Leibniz será el filósofo clásico más influyente en el siglo XXI.
A Leibniz le preocupaba ver como los astrónomos, matemáticos y otros estudiosos de su época pasaban largas horas calculando manualmente y pensó que ese era un tiempo desperdiciado que lo podía realizar una máquina. Se puso en la tarea y pudo construir un artefacto que lograba sumar, restar, multiplicar y dividir. Superaba a la máquina de Pascal que solo servía para sumar y restar.
Ese invento le valió que los ingleses lo incorporaran como miembro de la Royal Society. En Inglaterra conoció y departió con Newton. Ambos portentos matemáticos trabajaban en el desarrollo del cálculo y estaban llegando a conclusiones parecidas por vías separadas. Ello llevó a un enfrentamiento entre los partidarios de Newton y los de Leibniz que escribieron miles de páginas tratando de demostrar quien había sido el pionero y había logrado un desarrollo más completo y efectivo. Finalmente se impuso lo realizado y desarrollado por Leibniz. Este lenguaje matemático se cuenta entre las creaciones más importantes que se han realizado en la historia de la humanidad. Como dice el historiador de la ciencia José M. Sánchez Ron, por lo general no somos conscientes de la transcendencia de este instrumento matemático, que subyace a todo tipo de procesos y realizaciones, y sin el cual es imposible comprender la historia de la física y de las matemáticas de los tres últimos siglos, ni gran parte del desarrollo tecnológico; un instrumento, además, que al contrario que cualquier teoría científica, perdurará por siempre.
Biografía de un prodigio
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) nació en Leipzig y murió en Hannover, soltero, a los 70 años de edad. Cuando cumplió 50 años le pidió a una amiga si se quería casar. Ella le dijo que lo iba a pensar pero la respuesta nunca llegó. Se cuenta que fue un niño prodigio con una memoria asombrosa y cuyo talento persistió a lo largo de toda su vida. Su padre era profesor de filosofía de la Universidad de Leipzig y dueño de una rica y nutrida biblioteca, pero lamentablemente murió cuando Leibniz tenía 6 años de edad. Su afición a toda clase de libros lo llevó a especializarse en bibliotecología. Recitaba la Eneida de Virgilio de memoria. A los 20 años se había doctorado y se especializó en leyes y política internacional, sirviendo como consejero a reyes y príncipes. Participó de misiones diplomáticas con el rey Luis XIV de Francia y con el zar de Rusia Pedro I. Intentó reunificar la iglesia católica y protestante. Creó la Academia de Ciencias de Berlín.
Al decir de sus biógrafos, dotado con una prodigiosa inteligencia alcanzó una erudición casi sobrehumana y omnívora que lo llevó a debatir mano a mano con algunos de sus brillantes contemporáneos como Huygens, Newton, Bernoulli, Malpighi, Schwamerdamm, Steno, Hobbes, Descartes, entre otros.
Por su parte, la influencia de Leibniz ha sido profunda en pensadores de la talla de Kant, Fichte y Hegel, y no solo, en cuestiones de ontología y metafísica, sino en metodología, filosofía de la ciencia, filosofía del lenguaje, filosofía de la mente, filosofía del derecho y política. Sería imposible, siquiera sintéticamente, alcanzar en esta nota a mencionar los aportes de Leibniz en tantas ramas del conocimiento.
Aporte a la geología
Nos interesa destacar su poco conocido aporte a la geología a través de una obra pionera en el género a la que llamó “Protogaea”. Sus observaciones geológicas vinieron del tiempo en que se desempeñaba como supervisor de operaciones mineras en las montañas de Harz (Alemania).
A nivel práctico inventó una bomba para el desagote de los pozos y galerías mineras inundadas. Protogaea se publicó en latín en 1749 muchos años después de su muerte. Allí, en 48 capítulos breves discute cuestiones acerca de la formación del planeta Tierra a través de una cosmogonía con puntos comunes a la de Descartes. Es el primero en haber afirmado que la Tierra era originalmente material fundido. Plasmó observaciones sobre las acciones del fuego y del agua, la génesis de las rocas y de los minerales, las vetas metalíferas, los orígenes de sales y manantiales, las montañas y los ríos, la formación de los fósiles y su identificación como restos de organismos vivos. El jesuita Atanasius Kircher (1602-1680) sostenía que los fósiles eran bromas o juegos de la naturaleza. Se pensaba que habían sido puestos por el diablo en los estratos rocosos para confundir a los creyentes. Leibniz se dio cuenta que los peces conservados en las pizarras o los troncos petrificados pertenecían a verdaderos peces y árboles del pasado.
En su obra Leibniz hizo dibujos para ilustrar fósiles de amonites, dientes de tiburón, esqueletos de peces, molares de mamut y también un esqueleto incompleto, armado con piezas sueltas, de un unicornio. Más allá de la inexistencia del unicornio fósil, lo importante para las ciencias paleontológicas fue que se trató del primer intento de la reconstrucción de un vertebrado basado en un fósil.
La obra geológica de Leibniz fue traducida a numerosos idiomas, y al español por el geólogo y filósofo Evaristo Álvarez Muñoz (“Protogaea. Del primitivo aspecto de la Tierra y su antiquísima historia según los vestigios de los propios monumentos de la Naturaleza”, Oviedo, KRK Ediciones, 372 p., 2006).
El jesuita y científico español Leandro Sequeiros ha catalogado a Protogaea como una joya literaria y científica.