inicia sesión o regístrate.
Si el machismo fuera un problema propio de la naturaleza humana, no habría más que impulsar a la ciencia para que invente la vacuna "antimachista", o algún antídoto que, con el uso frecuente y en las dosis necesarias, consiguiera erradicar el flagelo de la faz de la tierra, proveyendo así a la humanidad de una existencia libre de epidemias de ésa naturaleza.
El problema es que el machismo es una cuestión cultural que se transmite de generación en generación, sin que el estatus social, los ingresos económicos ni el nivel de educación académica signifiquen un impedimento para que se instale en la cultura una lesión tan ancestral y profunda.
Es cultural, en tanto el machismo es una invención social. Una invención con sus consensos - más tácitos que explícitos - pero que configuran acuerdos respecto a la modalidad en que una sociedad consiente educar a los niños.
La primera debilidad
Educar a los varones haciéndoles creer que son superiores por el solo hecho de ser varones es una ficción insostenible para ellos mismos. Tarde o temprano mostrarán la fragilidad propia de la especie, aunque no podrán expresarla porque reconocerse vulnerables se considera un signo de debilidad. Llorar, emocionarse, amar, sentir ternura, frustrarse, perdonar, pedir perdón, pedir un abrazo, un gesto de caridad...eso es cosa de maricas para estas culturas.
¿Qué significa "ser marica" en nuestra sociedad?
La Real Academia Española lo define como un adjetivo despectivo que proviene del nombre propio "María" y las acepciones del término hacen referencia a "los homosexuales, a lo afeminado, que se parece a las mujeres, o dicho de un hombre apocado, falto de coraje, pusilánime o miedoso".
Es un término peyorativo para referirse al hombre que revela alguna debilidad.
La RAE recoge este término acuñado y nacido de las entrañas de nuestra propia cultura y diseminado por el mundo hispano hablante, que expresa con toda brutalidad que lo femenino es un atributo despreciable, una característica condenable que el varón machista rechazará violentamente, porque es lo opuesto al vigor o a la robustez que debería ostentar (aunque no lo sea ni lo sienta).
Cuando un niño llora porque extraña, porque tiene un problema, porque siente frío, porque tiene miedo, porque tuvo pesadillas, o llora porque necesita algo, ¿es una solución inteligente decirle: "Callate y dejá de llorar, eso hacen los maricones"?
Con respuestas como éstas (tantas veces impartidas hasta con castigos corporales) en los años decisivos de la formación humana, no se puede generar más que analfabetos emocionales. Porque en lugar de enseñarles a atravesar las dificultades, a proveerlos de recursos internos que utilizarán por el resto de sus vidas, la lección del machismo, en cambio, los hunde, los denigra y los humilla
El momento del fracaso, del miedo, de la caída, del dolor o el de la pérdida, son los momentos cruciales y los más indicados para enseñarles a los niños cómo sentirse más seguros de sí mismos, son oportunidades inmejorables para transmitirles confianza y serenidad. La acción continua de los padres sobre estos pilares de la autoestima infantil, tendrán mucho que ver con futuros adultos más íntegros y más responsables.
Sin embargo, observamos con frecuencia la repetición de actos salvajes en los que quedan por fuera las palabras, la comprensión o un gesto de amor; donde el adulto se conforma con el silencio del niño que calla por miedo, aunque en su interior va construyendo la idea de que "llorar es cosa de maricones y si lloro me pegan". Así se enseña y así se aprenden las lecciones del machismo, a lo bruto, en la primera escuela, la casa, y con los primeros educadores, los padres.
El macho
Lo cierto es que convertirse en personas, crecer, aprender, madurar, trazar un plan de vida y adquirir recursos para alcanzarlos, adaptarse al entorno más íntimo y al mundo en general, es para los seres humanos una tarea larga y muchas veces difícil. Lo que es imposible y además agrega una enorme dificultad a la existencia, es ése injerto del macho que la cultura pretende implantar en la naturaleza del hombre a toda costa, por más que ningún varón en su verdadera esencia haya conseguido ser el macho que está obligado a ser. Porque convertirse en un hombre sin miedos, sin emociones y sin necesidades, es una utopía que solo puede habitar en la imaginación, y como mucho, hacer de ello una pose o un semblante, pero en ningún caso el macho obtuvo la verdadera conquista de ser lo que le inculcaron ser: un "varón sin miedos". En el rechazo a todo signo de debilidad, el machismo comete un error sustancial al tomar como prototipo de esa "deficiencia" a la mujer, que es lo más semejante al varón, dentro de su propia especie.
Las lecciones de machismo que la cultura viene transmitiendo sin ningún examen y a pura repetición solo han producido que los hombres tengan mayores dificultades que las mujeres para pedir ayuda o para reconocer sus problemas.
No existe el ser humano sin debilidades, sin temores y sin necesidades.
El "hombre-niño"
La posmodernidad hace visibles los resultados de una educación que excluye las palabras, el amor y el respeto a las personas. El fruto de las humillaciones ancestrales, el maltrato y la opresión de las que sólo el ser humano es capaz de ejercer sobre sus semejantes, se reintegra actualmente a la sociedad con el auge de las nuevas patologías. Algunos autores hablan de una infantilización generalizada de la sociedad y de los hombres en particular, y refieren que el dilema existencial de la mayoría, transcurre entre fracasos y la confrontación permanente tanto en la vida privada, como en la vida social y laboral.
El "hombre niño" es un producto del desamparo, es un adulto en edad cronológica en el que imperan la inmadurez emocional y la dependencia que se acentúa en las relaciones de pareja donde se revela, como en ninguna otra relación, la imposibilidad de soportar la pérdida de ésa persona.
La avalancha de asesinatos de mujeres, seguidos del suicidio de sus victimarios, es la expresión exacta de la dependencia absoluta, de la incapacidad de sostenerse uno, sin la existencia de la otra persona.
Cuando un hombre-niño golpea o asesina conscientemente a su pareja, lo hace porque no soporta perderla.
“La maté porque era mía”
El siguiente párrafo de Eduardo Galeano en “La mujer sin miedo” expresa de manera categórica que el miedo de la mujer hace espejo con el miedo del hombre. Pero eso no es todo. “Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo, de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los súper machos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.”
Hay, sin embargo, algo más que la alteridad que surge del encuentro con la semejanza en lo más débil, en lo más vulnerable del otro, y es el miedo de lo que es capaz el prójimo. Una mujer sin miedo, sin dependencia y sin necesidad, es capaz de vivir sin un hombre. Especialmente es capaz de vivir sin un “hombre-niño”.
Lo más paradojal de la cultura machista es que, en la ficción de crear “supervarones”, persiste el desprecio a la mujer, aunque la espada de Damocles penda de un hilo sobre la cabeza de los supuestos machos.
¿A quién favorece el machismo?
¿Quiénes se benefician con esta leyenda?
Las emociones no son ideas abstractas y pasajeras.
Las emociones producen efectos y reacciones en el cuerpo y necesitan ser educadas sin distinciones.
Los educadores, principalmente los padres y los docentes, influyen con sus acciones sobre ellos, pero también con sus silencios.
Educamos con las palabras y con las omisiones. Callar y asentir es avalar.
En la vida de un ser humano obran tanto las palabras como los gestos, la actividad como la pasividad.
Y de eso, somos responsables.