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Cuando uno se dedica a la política y tiene que tomar una decisión contraria al interés de un sector determinado, lo primero que debe aprender es que las cosas deben hacerse de manera tal que los propios perjudicados pierdan el foco al momento de identificar al culpable de la medida.
Este mes asistimos a un caso ejemplar en ese sentido porque un aumento indirecto de derechos de exportación sobre la soja fue vendido como un acto de justicia histórico al eliminar un diferencial de retenciones del 3,0% para favorecer a la demanda industrializadora en desmedro de aquella que apenas cuenta con un par de oficinas administrativas.
Perder el foco
Los argentinos, como ya había percibido en 1939 el filósofo español José Ortega y Gasset, no tenemos mayores dificultades en perder el foco. Muchos se trenzaron en discusiones Boca-River a favor o en contra del diferencial del 3,0% sin advertir que la cuestión central reside en el hecho de que se trata de un nuevo zarpazo del Estado al sector privado.
La diferencia es que se trata de una exacción no dirigida, sino que deberá ser redistribuida en la cadena a partir de las necesidades relativas de vender u originar mercadería por parte de la oferta y la demanda.
Pero peor que el hecho inmediato en cuestión (el aumento de la presión impositiva), es el metamensaje dado por el Gobierno nacional con tal decisión, el cual podría resumirse en el siguiente: el campo volverá a ser la variable de ajuste cuando se considere necesario.
Por supuesto que el campo no es el único afectado.
Con el anuncio del recorte de reintegros a la exportación (que aún no se concretó) también se incluyó en el ajuste a todos los sectores generadores de divisas genuinas. Y el incremento sustancial del impuesto inflacionario además incorporó a la clase media al club del ajuste.
La ironía es que esos tres componentes de la Argentina campo, interior productivo y clase media son (o eran) la base electoral de la coalición política Cambiemos, quien, como viene sucediendo en las últimas décadas, decidió una vez más priorizar los intereses del Estado y sus cortesanos (muchos ahora felizmente encuadernados) en desmedro del sector privado.
Banalidades
Los argentinos, en lugar de perder tiempo en discusiones fútiles, deberíamos concentrarnos en buscar las alternativas que nos permitan generar crecimiento sostenible a través de la integración comercial con naciones complementarias (localizadas fundamentalmente en Asia).
En el mundo en el que vivimos no hacer al nada al respecto es mucho peor que intentar hacer algo.
Sin crecimiento, no queda otra opción que seguir redistribuyendo recursos decrecientes entre los diferentes sectores de la economía, a la espera de que el ajuste del Estado, supuestamente imposible, llegue en un solo día para provocar una implosión social.
Experiencias recientes, en ese sentido, no lucen como un camino recomendable.