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Antes y ahora. Una ley de la Economía sostiene que, a largo plazo, la elasticidad de oferta es mayor que a corto plazo, queriendo esto decir simplemente que, en tanto en el presente un aumento del 5%, por ejemplo, en la cantidad ofrecida del algún bien o servicio, se relacionaría con otro en su precio del 4%, en el futuro probablemente ese mismo incremento del 5% generaría uno equivalente en los precios de solamente un 3%.
Este principio de la Economía a veces se cumple en forma inversa, por ejemplo, en la Argentina, donde "gracias" al deterioro de los caminos, ferrocarriles, etc. los fletes son más caros, y difícilmente disminuyan proporcionalmente los precios ante el mismo incremento en las cantidades producidas.
Economía e inclusión
Sin embargo, probablemente ese principio se aplique también a la cuestión de género, porque en la actualidad, a diferencia de épocas pasadas, se presenta una gran diversidad expresada no solo en heterosexuales y homosexuales, sino también en transexuales, travestis y probablemente otras alternativas sexuales, donde simplemente se propone un listado que no pretende tener rigor y mucho menos ser ofensivo o discriminatorio.
Sin duda la curiosidad nos movilizaría a tratar de explicar las causas de este cambio y probablemente este se deba a que la sociedad actual es menos rígida y prejuiciosa, y consecuentemente quienes desean manifestarse de una forma en la que se sienten a gusto no se enfrentan a la necesidad de dar explicaciones o, peor aún, sufrir condenas físicas o psicológicas por su elección.
Los nuevos monstruos
Una cuestión por completo diferente, aunque también muestra una expansión, es la violencia de género y los abusos, especialmente a menores. Evidentemente tampoco estos fenómenos son nuevos, pero es innegable la sensación de que se han incrementado, incremento que podría deberse, en parte, a que efectivamente se producen más femicidios y abusos, y en parte a que probablemente la sociedad esté más dispuesta ahora a prestar atención a estos problemas y sea más receptiva a tomar nota y expresarse.
Empezando por esto último, parece que, efectivamente, la sociedad se ha vuelto más sensible a la problemática de la mujer, la niñez y la adolescencia, mostrando una mayor predisposición a su cuidado.
No quiere decir esto, en el caso específico de la mujer, que esa atención se correlacione con una "debilidad" de la mujer y la necesidad por ello de una atención preferente a ella, sino con la toma de conciencia de la sociedad de que no se debe permitir que una mayor fragilidad eventual que pudiera estar presente en el género femenino por su menor fuerza física en general o la presión de sentirse inferior por el avasallamiento del varón habilite a nadie para aprovecharse de esa situación.
Paralelamente las mujeres, en tanto la sociedad se vuelve más comprensiva, también se animan a expresarse para contar a través de comunicaciones, denuncias, etc., su problemática. También, en muchos casos se pone de manifiesto que conductas que no se sentían antes como perversas, especialmente dentro del seno familiar, o que nuevamente enfrentaban inhibiciones para ser exteriorizadas, ahora, ante un marco social más amigable y comprensible afloran y justamente la sociedad toma nota y conciencia de la gravedad del problema.
A todo esto, penosamente, hay que señalar "la otra parte" del problema, que se basa en quien aparece como el principal perpetrador de estas conductas aberrantes, que es el varón, quien, en el caso de los femicidios o agresiones a sus parejas, pretende esconder sus delitos disimulándolos como "conductas varoniles".
Más absurdo aún: cuando se trata de los abusos a menores se enfrenta a un escenario donde no caben las excusas: ¿en nombre de qué hombría se justifica agredir a niños que deberían ser objeto de nuestra principal atención y cuidado?
¿Qué clase de monstruos somos si no entendemos que la fragilidad de un niño o niña debe ocupar nuestra atención y mayor preocupación y que nos debemos, todos los adultos, a su protección y amparo sin términos medios?
¿Cómo pueden, por otra parte, explicarse estas aberraciones en la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas, cuando los Evangelios atribuyen a Jesús sus más terribles amenazas a quienes agredieran a los niños?
¿Cómo pueden las jerarquías haber escondido durante tanto tiempo a los perpetradores, simplemente cambiándolos de lugar, posibilitando así, como lo hacen nuestros patéticos jueces, que los abusadores dispongan de nueva "materia prima" para sus abominables crímenes nunca juzgados?
¿Por qué recién ahora las máximas autoridades -ciertamente con el Papa al frente de este compromiso- se esfuerzan por no permitir más estas atrocidades?
¿Una cuestión cultural?
Sin duda, el entorno cultural explica en buena parte estas conductas abominables, de la misma manera que un entorno cultural menos estricto no se sentía especialmente molesto con muchos crímenes a lo largo de la historia de la humanidad, tales como las cazas de brujas, la Inquisición, el colonialismo o la segregación racial.
Conforme este diagnóstico, es claro que se impone, con la misma energía con que se reaccionó ante los horrores mencionados, hacerle frente al desamparo en el que se encuentran muchas mujeres y particularmente los niños, estableciendo desde el Estado y otras instituciones intermedias un estricto seguimiento de las conductas que merecen acertadamente nuestra condena social actual y esforzándonos para construir una red de apoyo y contención para las víctimas y las que pudieran estar en riesgo de llegar a serlo. Claramente, la educación, desde los niveles iniciales, cumple un papel estratégico fundamental. Sin embargo, la tarea de difusión, desde programas, espacios, anuncios, conferencias, etc. no es menos importante para este propósito, y no está de más señalar que el compromiso en favor de la vida no se agota en defenderla desde su gestación, sino que se proyecta a todas las etapas anteriores y posteriores, amparando en primer lugar a las madres y quienes pueden llegar a serlo, y por supuesto a los niños hasta que se transformen en adultos con mayor capacidad de enfrentar los desafíos de una sociedad compleja
Lesa humanidad
Un tema no menor es la conformación de un marco legal que tenga la máxima severidad para los delitos sexuales y que contemple como figura de delito de lesa humanidad o similar el abuso de los menores, a la vez que se juzgue en condiciones severísimas a quienes agreden a mujeres porque, como también se destacó, si los niños son el comienzo de la vida, las madres y mujeres en condición de serlo o por haberlo sido merecen también un cuidado especial al constituirse literalmente en la “matriz” de dicho comienzo. Asimismo, y reiterando también conceptos ya vertidos, el compromiso con la vida debe ser integral y es simplemente hipócrita enfervorizarse en la defensa de sus inicios, pero descalificar cuando no condenar - posteriormente a las madres por tener la valentía de traer a sus hijos al mundo, discriminándolas luego de distintas maneras, negándoles empleos o dándoles un trato humillante a través de diferentes formas.
También es oportuno enfatizar que la defensa de la mujer no supone ubicarla en un lugar de debilidad, pero tampoco es justo aceptar que se la prive de su feminidad como mecanismo para que esté en un mismo plano de igualdad con el varón, porque esta igualdad se logrará jerarquizando y potenciando su condición de tal y no mutilando su condición de mujer.