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Buenas señales para una transición que exigirá grandeza

Lunes, 28 de octubre de 2019 00:00
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La Argentina vivió ayer una jornada electoral que fue, realmente, una fiesta cívica. Siempre se usa esa expresión, que suena a clishé, pero los dos grandes protagonistas de este domingo, Mauricio Macri y Alberto Fernández, le pusieron el broche de oro a la novena renovación presidencial, dejaron de lado la virulencia de la campaña y anunciaron que hoy desayunarán juntos para poner en marcha la transición. A medianoche, el Banco Central dispuso un nuevo cepo, transitorio, para que no haya fuga de dólares. Hoy habrá una conferencia de prensa en la entidad antes de que abran los bancos. Probablemente, un buen augurio.

La voluntad de la gente

Ambos felicitaron a todos los argentinos y recalcaron, en términos similares, que la tarea que hay por delante es compleja y que requerirá del esfuerzo compartido de todos.

Incluso el discurso del gobernador bonaerense electo Axel Kicillof, difuso y en tono de barricada, pareció también concebido para satisfacer las ansiedades de los camporistas y para advertir que se vienen tiempos difíciles.

Pero Fernández, y también la expresidenta, pusieron de relieve no solo la intención de que el "frente" sea realmente "de todos" sino que destacaron que el triunfo de ayer fue el fruto de la unidad del peronismo. Incluso la militancia, que es refractaria a la memoria de Juan Domingo Perón, ayer cantó la marcha.

Otra figura reivindicada fue Néstor Kirchner. Alberto Fernández ya no repitió lo de "poner plata en el bolsillo de la gente", porque sabe que es imposible, pero siempre tomó como su modelo de gestión al fundador del kirchnerismo, un caudillo cuya mayor virtud era la capacidad para percibir los tiempos políticos y poner el pecho cuando las papas quemaban.

Es que ayer pareció probarse, una vez más, que la ilusión tecnológica tiende a degradar la política, pero que la política es esencial para ganar pero, también, para gobernar. El peronismo es experto en tomar el pulso de la gente y Cambiemos creyó que eso se reemplazaba con comunicación digital. Los seres humanos de carne y hueso votaron a partir de sus certezas. Después de la depresión del 12 de agosto, Macri salió a la calle y recuperó Mendoza, Entre Ríos y Santa Fe, amplió la ventaja en Córdoba y achicó diferencias en el resto.

Por eso la diferencia se redujo, el resultado invita a la creación de una oposición razonable y, de repente, parecieron crearse las condiciones para que la transición, que ya está en marcha, sea constructiva y republicana.

Una transición sin idas anticipadas y sin el bochorno de hace cuatro años, cuando Cristina Fernández se negó a participar de la ceremonia de transición.

La maldita grieta

El gran interrogante es si se cerrará o se abrirá más aún "la grieta". La idea de política como confrontación responde a una visión política centrada en la construcción de poder a partir de la destrucción de enemigos, reales o imaginarios. Esto está muy bien expresado por los textos de Ernesto Laclau.

El macrismo tuvo la contrapartida en el filósofo ecuatoriano Jaime Durán Barba y su discípulo, el jefe de Gabinete Marcos Peña, quienes creyeron que era necesario mantener viva la imagen de Cristina Fernández para ganar elecciones.

El resultado está a la vista.

La grieta entraña un riesgo más grave: el odio ideológico que se multiplica por las redes y que convierte a las diferencias políticas en antagonismos violentos, imaginariamente morales y muy parecidos a los conflictos étnicos.

Disolver esa grieta depende en gran medida de los gobiernos.

El nudo del problema

Kicillof y Cristina insistieron ayer en hablar de "neoliberalismo". Pero los problemas que describió el exministro al hablar de la provincia de Buenos Aires coinciden con todos los que se profundizaron en el país a partir del cepo instalado en 2011, al día siguiente de la reelección de Cristina.

No es la ideología neoliberal sino la crisis macroeconómica, el gran desafío por delante.

Desde hace mucho que el país no logra equilibrar sus gastos y sus ingresos, sus exportaciones, sueldos y precios y la presión tributaria descomunal es una de las fórmulas espurias para cubrir el déficit, como la inflación y la deuda.

Hay una crisis acumulada que amenaza con uno o dos años más de inflación y recesión, y cualquier paso en falso podría desencadenar problemas más graves aún. Ahora no hay soja ni posibilidad de más endeudamiento, y el único camino es el de aumentar la producción, recaudar más con menos impuestos y pensar en el largo plazo.

Fernández sabe que no tendrá cien días de gracia y que no lo espera una cosecha de aplausos. Y ahí le resultará imprescindible concretar lo que insinuó ayer: acordar con todos. Quizá la buena elección legisla tiva del macrismo le permita a Fernández contar con una oposición sensata.

 

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