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Realidad virtual y religión

Jueves, 08 de octubre de 2020 02:27
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En las últimas décadas se dio un fenómeno de confrontación entre dos mundos en nuestro planeta errante. Por un lado el planeta Gtenberg, al que pertenecemos la mayoría de los lectores y nostálgicos del libro, y los del planeta Ciber o planeta Net, niños y jóvenes digitales. Escuchábamos decir a varios docentes: "Los niños de hoy no leen", "Esta juventud no nos entiende", y muchas escuelas obligaban a los adolescentes a apagar sus celulares al entrar a clases o dejarlos en los box de ingreso. Esta confrontación o choque de dos planetas tiene su fundamento. Los que formamos parte del planeta Gtenberg manejamos una lógica por razonamiento, pensamiento esencialmente deductivo, el logro del éxito debe ser fruto del esfuerzo y la voluntad, los valores se centraban en la familia y la religión, la disciplina era educación. Las instituciones clásicas, la escuela, la iglesia, el club, los centros de fomento, eran las referencias de autoridad y dinamizaban la vida cotidiana. En cambio, el planeta Ciber maneja una lógica por afectividad, el éxito por la vía breve y rápida, el dios Google lo sabe todo, Wikipedia, el rincóndelvago.com, etc. Vía Facebook, Instagram y otras redes, se muestran otros modos de generar vínculos, todo vínculo es posible, el ocasional o la formación de una familia en una cultura global. Los vínculos no son más para siempre en este planeta, todo va bien mientras dure. Se producen cambios vertiginosos. Hay una migración religiosa y de creencias, prácticas de ritos sin referencias de ministros, o la increencia, relativizando cualquier forma de trascendencia. Esta generación responde lo que piensa, y obra y decide según lo que siente.

Y la pandemia nos puso cabeza abajo y patas arriba. Aceleró un proceso de transformación imparable. En unos años, los niños y jóvenes del planeta Ciber serán nuestras autoridades, nuestros docentes, nuestros ministros religiosos, nuestros referentes sociales. Y de la educación presencial pasamos de un plumazo, por la COVID-19, a una nueva dimensión pedagógica. Este nuevo estilo cayó pesado en el cuerpo docente, pero muy dúctil para el alumnado. Tal vez esperábamos un paso gradual, pero todo cambió de un día para el otro. Después habrá que discutir el nivel de conexión de sectores más postergados o el acceso a los recursos tecnológicos de los sectores más vulnerables económicamente.

En ese contexto, los jóvenes se encuentran más alejados de la realidad religiosa, y la misma sociedad no se siente interpelada ni interpretada ni convocada por la religión, menos por la iglesia. Los escándalos sexuales, la discriminación de la mujer y la no respuesta a las necesidades inmediatas hacen ver la misión de la iglesia como innecesaria. Es un proceso de independencia interior y mental que fue creciendo con otros elementos de descrédito que a la misma sociedad en general no le importa demasiado.

La pandemia colocó a ambos mundos en una encrucijada. Debemos buscar caminos de superación u otro modo de convivir y relacionarnos. Mostró la debilidad de la raza humana frente a los misteriosos habitantes minúsculos del planeta, capaces de encerrarnos y aislarnos. La virtualidad, la realidad nueva de las tecnologías mostraron su capacidad de volvernos a conectar. Pero encender una computadora, usar internet, manejar las redes sociales no nos hace miembros del planeta Ciber, solo dependientes de las nuevas formas de comunicación social. Todas las relaciones que surgen de estos recursos tecnológicos ayudan pero no satisfacen. Las pasiones requieren la vivencia presencial, como lo afectivo y sexual, y también los ritos religiosos.

La ritualidad religiosa, sea católica, cristiana o cualquier creencia, además de la vivencia comunitaria, pide, exige, la participación presencial. En la religión cristiana la categoría teológica de "tocar" es fundamental a la hora de expresar la creencia, y tiene un fundamento bíblico sólido en Marcos 5,21: "Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con solo tocar su manto quedaré curada". Jesús se dio vuelta y, al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". En el planeta Ciber esta realidad resulta casi incompresible. Otro elemento es la comunión como alimento, y no es simbólico u opcional, es parte fundamental de la participación plena del rito. Por ello, las celebraciones religiosas no pueden ser consideradas actividades esenciales, sino necesidad vital para las generaciones de adultos. Es un alimento de paz y contención en medio del miedo por la pandemia y la desazón que provoca el encierro. La misa virtual no equivale a una participación plena y es considerada, erróneamente, como reunión social. Las transmisiones virtuales del rito religioso cristiano hacen que se corra el riesgo de alejarnos del encuentro íntimo con Dios, quien, para el cristiano, no se ha entregado de forma virtual, sino real en la persona de Jesucristo y se ha quedado en la Eucaristía: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Juan 6, 56).

En educación, es correcto avanzar a una nueva pedagogía virtual, sin perder la dimensión de comunión con el otro. La formación, por excelente que sea en contenidos y métodos, sin la vivencia y la experiencia de comunión fraterna y sociabilidad, que da la escuela, corre el riesgo de crear un mundo competitivo escalofriantemente frío y egoísta. Y en el aspecto religioso, será un gran desafío para las iglesias establecer nuevos modos de comunicación con un mundo nuevo cada vez más lejano, buscar nuevo lenguaje, poner un oído en la realidad de lo que existe y de lo que se viene, llegar con un mensaje claro, sencillo, práctico, usando la pedagogía del Maestro, que enseñaba con hechos y palabras, menos palabras tal vez y un mayor testimonio de lo que se cree, se predica y se vive. La virtualidad abrió un camino nuevo para las religiones, pero los del planeta Gtenberg necesitamos seguir viviendo la real realidad y no solo la virtualidad. Es un nuevo camino, un gran desafío. Vale la pena intentarlo.

 

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