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Una solemne sinfonía ofrece sus vibraciones donde plasma lo sonoro que muestra la música con su escala cromática de tonos, de donde emerge como doncella la melodía azul de la existencia. Cada nota musical lleva un pájaro que remonta por todos los espacios y una fusa curiosa se esconde tras los árboles para dejar su perfume.
En la música están los ríos y los vientos. En el pentagrama se dibujan las cigarras que cantan hasta morir como suprema causa. Con sostenidos y bemoles la vida escribe la partitura que amasa con la sangre. Tiene aire y conciencia que eleva y calma esa lucha de uno, donde está la duda que todo lo pregunta. Por su cauce transoceánico se transporta lo demencial y religioso, la justicia y el deber, su modo de ser.
La muerte, silencio sincopado, informa de lo caduco, del omega racional. Silencio que habla y es verdad. Acentos majestuosos por el sonido pasan como el canto del agua y de las aves, su trino. El mediodía vertical, inunda de luz todo lo que toca. El hombre finito, esencia y existencia, mira atentamente como las abejas y el viento, marcan el camino de la miel.
La sabiduría frutal emerge de compartir con la naturaleza la variada riqueza que ofrece. Por esa visión cósmica, percibo la música del mundo. Un concierto natural mezcla el canto de los pájaros, la antigua melodía de la lluvia, el rumor de los vientos, el galope de los caballos y el ruido del hombre con sus máquinas. Todo es perceptible y se suman las sinfónicas, los coros, los pianos y las guitarras. Cada cultura con su música, cada ritmo con su etnia y cada geografía con su canto. La música invade los espacios y el alma. Las vibraciones y los golpes asoman por las cuerdas y los parches. Un movimiento de moléculas transita por el aire, para llegar al laberinto del oído que lo recibe con su martillo, lo deposita en el cerebro y lo distribuye por el cuerpo, produciendo emociones que conmueven la sangre y los dedos. El viento, gran fuerza, el sol más fuerte aún. Si tenemos de energía necesidad, tomemos la del sol que la ofrece con generosidad. Se puede construir un horno de sol, sin leña ni carbón.
En Egipto, cerca de El Cairo, funciona una estación de sol de cincuenta caballos de vapor, riega doscientas hectáreas de plantaciones de algodón. Sin combustible ni carbón para nuestras máquinas obtendremos vapor, para mover las bombas. El agua que se esconde del sol en lo profundo de la arena, correrá por tubos y canales, para regar los campos para dar de beber a las raíces de las plantas. El sol regará los campos y dará agua potable. El sol trabajará en las fábricas y en las explotaciones; hará fundir al azufre, transformará las sales, fabricará máquinas frigoríficas y con ellas el frío. Para fabricar hielo en el desierto hace falta energía, que la dará el sol.
El hombre obligará a Febo que da calor, a que también de frío. Transformar un desierto es tarea durísima. Hay que tener un plan en relación con la ciencia y mucha gente trabajando.
En cada viaje el río lleva, millones de toneladas al océano con materias preciosas, las más necesarias para las plantas. Se hizo el cálculo y se descubrió, el agua le quita al suelo en un año, sesenta y tres millones de toneladas de nitrógeno, de fósforo, de potasio, evaluados en billones de dólares, más que toda la producción mundial de abonos artificiales. De todos los rincones de la tierra los ríos llevan al océano el abono natural arrancado al suelo.
El hombre debe dirigir la circulación de las cargas poniéndole bosques al camino del agua. El agua no se queda se apresura a descender por los grandes ríos. Hay que frenarla. Los árboles crecen lentos, más de prisa el dinero en los bancos. Se talan los bosques y se deposita el dinero.