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La tecnología no es buena ni mala. En cambio, lo que hacemos con la tecnología, el uso que le damos o los mensajes que buscamos transmitir por medio de ella si pueden ser buenos o malos. A esas acciones sí les caben un juicio de valor.
Hoy en día una vacuna es otra tecnología más.
Sea a través de un virus atenuado como vector, o con un ARN mensajero, o con cualquiera de todas las variantes y mecanismos que se están ideando y probando en todo el mundo. Ciencia aplicada con un mayor grado de desarrollo y de sofisticación.
Pero esta sofisticación en las vacunas requiere de toda una logística más compleja también. Si la vacuna necesita estar refrigerada a 20§C bajo cero o a 70§C bajo cero no es un detalle menor ni intrascendente. Hace necesario pensar a todo el proceso como parte de la vacuna y como parte de la propuesta de valor del laboratorio que la produce. En cierta forma su garantía. De allí que varias empresas requieran y exijan un contrato de logística y de distribución certificado por ellos mismos antes de autorizar su venta.
A veces, incluso implican contratos exclusivos con determinadas empresas.
Se podrían esgrimir muchas razones válidas para esto pero, la fundamental, es que la compañía queda vinculada a cualquier efecto adverso que tenga la aplicación de su vacuna en una población. Tan simple y sencillo como eso. La marca y el prestigio del laboratorio - dependen también de la calidad de la distribución y aplicación de esta. Que una vacuna salve vidas, o que haga desarrollar efectos adversos muy complejos o que pueda llegar hasta a matar a alguien; depende del mantenimiento de la cadena de frío y de su total inalterabilidad a lo largo de toda su vida útil. Asegurar eso requiere obtener una completa trazabilidad, a nivel de cada frasco individual, registrando y monitoreando su geolocalización y condiciones de almacenamiento en todo momento. Desde la producción hasta su aplicación.
Así, con el uso de estas tecnologías más complejas, la vacuna no termina en un frasquito casi congelado. Ni en la foto de una persona y una jeringa como tantos gobiernos buscan mostrar.
Espejismos
Debemos desterrar de la cabeza del público en general esta imagen simplista que instaló el Gobierno haciendo imaginar a Carla Vizzotti, viajando desde Rusia sentada sobre un pallet de vacunas en una epopeya malvinesca a bordo de un avión de bandera y que, apenas arribara a Ezeiza, se calzaría el barbijo y el delantal blanco y comenzaría a vacunar gente estoica, que la iba a estar esperando al pie de la escalerilla del avión desde la madrugada. Barbijo y distanciamiento social mediante, por supuesto.
Nada se encontraba -y está a la vista- más alejado de la realidad. La verdad es que cuando el cargamento llegó a Ezeiza, la pesadilla de la distribución y su logística recién comenzaba.
Algunas realidades básicas
Somos una sociedad con una escasa o nula tolerancia a la verdad. Pero, alguna vez, debemos comenzar por reconocer y aceptar algunas crudas realidades. Nos guste o no.
* Primero. Argentina es un país donde estamos acostumbrados a frecuentes cortes de energía - con mayor asiduidad y duración en el verano -. La realidad muestra que nuestra red de energía eléctrica no soporta los picos de demanda que requieren los equipos acondicionadores de aire hogareños. No es por un motivo ecológico que el gobierno nos solicita usar estos equipos a no menos de 25§C. Es sencillamente porque nuestra red eléctrica no da para más. Falta de inversión histórica; falta de previsión y planificación. Falta de entendimiento de que un país sin energía barata no puede crecer. Falta de visión de futuro. Mal argentino endémico eterno. Pero tema de otro día. Lo único relevante acá, es que la idea de mantener una cadena de frío en nuestro país, por un cierto período de tiempo, es algo complejo.
*Segundo. Somos un país pobre, extenso, con una infraestructura mediocre signada por rutas en mal estado, con provincias que se asemejan a feudos medievales y donde, en muchos lugares y en especial en algunas zonas del norte argentino, se vive en condiciones de pobreza y de barbarie más parecidas a las de un país africano que a las postales que nos gusta creer que muestran nuestra realidad. Es que, en el ideario mágico al que somos tan afectos, nos percibimos en cumbres idílicas que la realidad se encarga de desenmascarar abruptamente a diario.
En este país donde incluso los habitantes de la "opulenta ciudad de Buenos Aires" chequeamos cuatro veces un producto lácteo antes de comprarlo ya que, admitámoslo, nadie es capaz de asegurar ni siquiera que un yogurt haya podido mantener su cadena de frío desde la compañía láctea hasta el lugar donde lo adquirimos: ¿en este país pretendemos llevar adelante una logística titánica de la mano del sindicalismo camionero y cayendo en el absurdo de diseñar una red de distribución de vacunas por medio de una cadena de heladerías?
¿Acaso hay algo más subdesarrollado, patético, pueril y canallesco que ser capaces de pensar en una cosa así? ¿De veras creemos que podemos acceder a vacunas de tecnología sofisticada en las que, como explicaba antes la logística es parte del producto y se vende de una manera solidaria y conjunta, queriendo reemplazar a esta compleja cadena por Moyano, sus camiones y las heladeras de Grido?
¿De veras pensamos que esas compañías van a poner su marca, su prestigio o la vida de personas en manos de una empresa que fabrica helados y del sindicalismo camionero de un país rezagado?
La tecnología no es buena ni mala. En cambio, lo que hacemos con la tecnología, el uso que le damos o los mensajes que buscamos transmitir con ella sí pueden ser buenos o malos. A esas acciones sí les caben un juicio de valor.
Esto quizás ayude a explicar por qué ideologizamos vacunas, países o compañías que nos impongan o no esas condiciones mientras jugamos con la vida de millones de argentinos.
Una ideologización maniquea, bastarda y criminal que, como siempre, soslaya los problemas de fondo.
Realismo mágico
Argentina vive en un estado de realismo mágico que ni siquiera Gabriel García Márquez, probablemente su mayor exponente literario, se hubiera atrevido a imaginar. Afirmamos cosas y de veras creemos que, con su mera declamación, estas se convertirán en realidad.
En noviembre, el presidente afirmó: “En diciembre, podríamos vacunar a diez millones de personas”. Detengámonos, unos minutos, a pensar en las falacias contenidas en esta frase.
Primero, para vacunar a diez millones de personas, en diciembre, se debería haber contado con dicha cantidad de dosis en ese mismo mes de noviembre mientras esa declaración estaba siendo pronunciada. Eso dicho cuando todavía no teníamos ni el menor indicio que la entrega de las dosis - de ningún laboratorio - estuvieran ni cerca de producirse.
Diez millones de dosis, casi el 25% de la población argentina, deberían ser distribuidas de una manera justa y uniforme y llegar tanto La Quiaca como a Ushuaia antes del 30 de diciembre de 2020. Mucho antes en realidad. O sea que, al momento del anuncio mágico, quedaban menos de diez días, en el mejor de los casos, para que esas dosis que no existían llegaran a ese lugar remoto y alejado de la quinta presidencial.
Por último, supongamos que las vacunas - mágicamente - Hubieran sido entregadas y que se montaba un operativo de vacunación sin descanso, siete días a la semana, 24 horas por día. Los 31 días de un mes de diciembre donde, por tradición, las Fiestas suelen paralizar por completo el país. Pero, otra vez, asumamos por un momento que, dada la importancia del operativo, el personal de salud y el personal militar hacen a un lado —una vez más— compromisos familiares y se dedican, 7x24, solo a vacunar.
Así, sería necesario inocular a 13.450 personas por hora en promedio, con picos más altos en lugares más populosos y una menor cantidad en lugares menos poblados, pero más lejanos. 323.000 personas por día; 10 millones de personas al mes. ¿De veras era razonable pensar en un operativo de esta magnitud, con la logística que implica, con la provisión de gasas, alcohol, jeringas y, por supuesto, los traslados y su cadena de frío cuando este mismo gobierno no pudo ser capaz de organizar un velorio en la Casa de Gobierno para no más de 100.000 personas?
Ya sé. Algunos dirán que usar este argumento es mezclar todo. Pero no. Somos ese velorio. Fuimos visceralmente retratados allí.
Esta es otra realidad que tenemos que enfrentar y aceptar.
Somos incapaces de organizar, a gran escala, lo que sea.
Es contra fáctico, pero me atrevo a asegurar que no somos capaces de organizar, a escala, ni siquiera una celebración de Navidad. No una de calidad. Mucho menos sin pelearnos todos en el proceso.
Y esto es así porque carecemos de la capacidad de previsión, planificación y atención a los detalles que requieren las cosas a escala. Las cosas importantes.
Ni siquiera sabemos hacer una cuenta elemental que nos muestren que decir, temerariamente, que vamos a vacunar a 10 millones de personas en un mes es una imposibilidad fáctica real.
Pero así vivimos. Probando frases. Saltando de una afirmación mágica sin fundamento a otra de una inconsistencia aún mayor. Nos encanta la magia en el sentido más literal de la palabra. Odiamos pensar, esforzarnos y progresar de manera genuina. Ergo, detestamos la verdad.
Gracias a este realismo mágico constante es que, por ejemplo, seguimos corriendo hacia delante pensando: “no importa, con la cosecha del año que viene nos salvamos” y dejamos de hacer las cosas que son requeridas hoy para no depender de una buena cosecha mañana.
Para no seguir dependiendo de la buena suerte y del azar. “Vamos a vacunar a 10 millones de personas el mes que viene”. Aún cuando todos sabemos que ese mes que viene tardará varios otros muchos meses en llegar.
La ideología puede servir para la tribuna pero se descascara muy rápido. Pero, por desgracia, con la ideología también se puede matar y ser un criminal. Y esa es otra verdad que, tarde o temprano, también tendremos que aceptar.