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6 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Acorralados por una nueva peste

Domingo, 15 de marzo de 2020 00:00
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A través de los años se sucedieron diferentes tipos de epidemias causantes de numerosas muertes en el mundo y en la Argentina.

La peste bubónica o peste negra se propagó en Asia, Europa y África en el siglo XIV y mató a unas 100 millones de personas, es decir entre el 25 % y el 60 % de la población europea.

Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires (enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti) tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871. La epidemia de 1871 fue un desastre, mató aproximadamente al 8% de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas, y se pudo contabilizar un total aproximado de 14.000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa. En su peor momento, la población porteña se redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron la ciudad para intentar escapar del flagelo.

La poliomielitis, las primeras menciones a esta enfermedad en Argentina se remontan a 1895; no era una problemática desconocida y era una de las preocupaciones del movimiento higienista. En este sentido, la poliomielitis en tanto enfermedad que atacaba a los más pequeños fue ocupando, desde la primera década del siglo XX (1906 - 1936), espacios cada vez más relevantes a pesar de la avasalladora presencia de otros males como era la tuberculosis que fueron los que ocuparon la centralidad de las inquietudes y agendas gubernamentales. Tuvimos epidemia en 1936, 1953 y 1956; la del año 1956 azotó a la Argentina y ocasionó más de 6.500 casos.

La gripe, entre 1918 y 1919, se cernió sobre el planeta una de las más importantes pandemias. Murieron aproximadamente 50 millones de personas en el mundo. Fue conocida como "La dama blanca" o "Gripe española". Tuvo un impacto muy profundo en Argentina: provocó 14.997 casos fatales. En dos años, esta enfermedad pasó de generar el 0,7% de las muertes en 1917, al 20,7% en 1919, con lo cual se convirtió en una de las principales causas de deceso en el país.

VIH en Argentina; unas 139 mil personas viven con el virus y el 17% lo desconoce.

Avances

Los más importantes logros de la medicina y la salud pública ocurridos hasta ahora nos sitúan en una mejor posición que entonces. Uno de los más importantes fue el desarrollo de la vacuna antigripal estacional, que permite producir vacunas específicas contra cada virus pandémico en un corto período, inmunizar a la población y reducir el impacto. Los antibióticos, aún hoy, sólo son útiles para las complicaciones bacterianas de las enfermedades virósicas.

Existen actualmente equipos médicos como los respiradores para la asistencia respiratoria mecánica, en casos de neumonía severa o insuficiencia respiratoria, la complicación más frecuente de las virosis.

Desde la salud pública, hay mejores sistemas de monitoreo: la red de vigilancia y de emergencia internacional coordinada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que detecta rápidamente los virus. Esta alerta anticipada brinda una oportunidad para prepararse con miras a una pandemia e implementar las medidas para paliar sus efectos. Internet, que facilita que la información llegue en tiempo real.

Riesgo global

Sin embargo, a pesar de los avances, aparecieron nuevos riesgos: al ser una sociedad globalizada, no sólo compartimos cada día más información, tecnología, servicios y productos: también se facilita la rápida transferencia de los agentes infecciosos. Los viajes aéreos movilizan millones de pasajeros y favorecen la rápida propagación de virus. Otro problema es el crecimiento demográfico. La mayor densidad de muchas ciudades aumenta el riesgo de exposición al virus. Además, gran parte de la población mundial vive en situación marginal (hacinamiento, falta de saneamiento ambiental y de acceso a la información) y esto la hace más vulnerable.

No es posible predecir el comportamiento futuro de este virus actual o cualquier otro, ni en la sustentabilidad en el tiempo de su capacidad infectiva ni en la posibilidad que tenga de mutar o respecto del aumento o disminución de su virulencia. Tampoco puede anticiparse cuáles serán los grupos de edad y las características de los huéspedes afectados en los próximos meses.

Las noticias -que viajan en tiempo real- permiten que el pánico se propague con la misma rapidez que el virus. Esto genera situaciones de confusión, discriminación y confrontación que alarman innecesariamente a la población. Una buena forma de evitar o disminuir esas situaciones es cuidar la manera en que se transmite la información, ya que eso determina en buena parte la percepción de la sociedad sobre el problema.

Es necesario aprender las lecciones que nos dejará la actual pandemia de virus, los aciertos y los errores que habrá en su manejo, además del costo humano y las consecuencias económicas que inevitablemente ocurrirán.

La visión de Camus

Albert Camus (1913 1960) recibió “por su importante producción literaria que ilumina con clarividente seriedad los problemas de la conciencia humana de nuestro tiempo” el Premio Nobel de Literatura 1957; publicó en 1947 “La peste”. “La peste”, abraza la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir con los terrores más agobiantes.

El fenómeno de la peste, cuya amplitud no se puede precisar y cuyo origen, aunque conocido, no puede ser combatido ni prevenido pero que tiene, trágicamente, contenidos amenazadores.

La ansiedad y hasta el pánico comienza a llegar a las ciudades y los pueblos y por supuesto llegaba a su colmo en la ciudad. Se piden medidas radicales, se acusa a las autoridades de indolencia, de falta de preparación para estas cuestiones, de ocultamiento de información, de no poseer remedios efectivos, de no tener vacunas por otra parte inexistentes

La realidad muestra, a poco andar, la fragilidad del ser humano y la muerte como certeza y destino ineluctable para todos y cada uno de nosotros.

La crónica, como de costumbre, atareada en comentarios variopintos sobre politiquería intrascendente, asesinatos, amoríos y vida y milagros de bellas mujeres sobreexpuestas sustituyó sus rutinas y se ocupa por entero y durante mucho tiempo, de hacer campaña sanitaria una vez que se percataron del peligro o que recibieran la orden precisa de hablar del tema.

El tiempo vital comenzó a estropearse para todos y vivimos por bastante tiempo una situación de autoencierro y aislamiento forzoso tal como en las épocas de las grandes y célebres pestes medioevales de la vieja Europa.

La gente colmaba los hospitales y los hospitales no podían recibir y asistir a todos por eso se decidió aceptar a los confirmados de la peste y rechazar a los sospechosos; muchos enfermos mueren en sus casas, lugar ideal para este trance.

Fin de una ilusión 

Se supone que en nuestro mundo occidental desarrollado es imposible una reaparición trasnochada de una epidemia de cualquier causa, el coronavirus desmiente la afirmación, sin recordar que hace muy poco nos apabulló el cólera, que el dengue y el sarampión siguen entre nosotros y nos acompaña imperturbable el Chagas; la enfermedad de Chagas causada por el protozoo Trypanosoma cruzi que no es un virus sino un parásito microscópico, es endémica en América Latina con 15 millones de infectados, 50.000 nuevos casos anuales y alrededor de 14.000 muertes por año.

Otras cosas más; redescubrimos que había mucha gente con hambre y que los desnutridos, resuelta y definitivamente indefensos ante la infección por carecer de inmunidades, caerían sin pasar por el cedazo en el pozo de la muerte.

Casi todos nosotros somos descreídos de las plagas y las pestes. Difícilmente creemos en ellas hasta que se nos caen sobre la cabeza, “ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, no obstante, peste y guerras toman siempre desprevenida a la gente”.

“La calamidad no está hecha a medida del hombre, por tanto, se concluye que la calamidad es irreal; es una pesadilla que va a pasar”.

Nosotros creemos y pensamos que no nos pueden caer calamidades porque somos poco modestos, ignoramos casi todo, confundimos opiniones con argumentos y llenamos permanentemente nuestros vacíos haciendo negocios, preparando y haciendo viajes y creyendo en el progreso continuo de la humanidad; en cualquier momento, aun tomando precauciones, la peste puede suprimir nuestra libertad y cancelar nuestro porvenir.

Casi todas las cosas siguen siendo inútiles ante los virus que atraviesan sin atasco las barreras más sofisticadas y se instalan como huéspedes inoportunos y letales en los seres menos pensados. Todas las cosas, los objetos, las personas, las habitaciones deben ser sometidas a desinfección obligatoria; sentimos que estamos a merced de la enfermedad.

Acordonados

El país entero está acordonado sanitariamente por orden de la administración pública aconsejada por los expertos. Pese a todo, los comunicados oficiales se mantenían optimistas todo el tiempo; sin confesarlo, sabíamos que las medidas que se habían impuesto no alcanzarían para vencer la epidemia; seguramente la peste cesaría por sí misma con el paso del tiempo; las barreras estaban puestas, a partir de ahí, había que cruzarse de brazos y esperar.

La invasión brutal de la epidemia nos igualó a todos y nos solidarizó aún sin quererlo; en las disposiciones sanitarias no había lugar para negociar, obtener favores y privilegios, solicitar medidas de excepción.

Nunca quedará claro que efectos reales produjeron en las personas y en el agotamiento de la epidemia las medidas sanitarias, los medicamentos, el tiempo transcurrido, las súplicas escuchadas por Dios o será que nuestros conciudadanos comenzaron a hacerse cargo de verdad de la situación que nos involucraba a todos sin excepción y empezaron a cuidarse ellos y solidariamente a los demás.

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