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El candidato inesperado

Viernes, 17 de abril de 2020 02:34
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El hecho de que Estados Unidos se haya erigido en el epicentro de la pandemia del COVID-19 y Nueva York en el centro neurálgico de su impacto en territorio norteamericano genera un drástico reacomodamiento del escenario político.

Ante la virtual imposibilidad de desarrollar una campaña proselitista que le permitiese descontar la delantera que le llevaba el exvicepresidente Joe Biden en la puja por la candidatura presidencial del Partido Demócrata, el veterano senador Bernie Sanders, de 78 años y confinado en su domicilio por la cuarentena, decidió abandonar la carrera. Pero frente a la omnipresencia mediática de Donald Trump emergió ahora inesperadamente otro "cisne negro", encarnado precisamente en la figura del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, cuyos índices de popularidad aumentaron fenomenalmente en medio de la crisis sanitaria, hasta el punto que algunos analistas empiezan a mencionarlo como el más atractivo competidor que podrían presentar los demócratas en las elecciones de noviembre.

Nada es casual

Detrás de estas abruptas modificaciones en el panorama electoral, gravita un hecho estructural: como sucede en todas las grandes crisis, pero en esta oportunidad con mayor intensidad que en las anteriores, readquiere relevancia la centralidad del Estado como único actor en condiciones de afrontar la emergencia. La opinión pública, que busca desesperadamente un punto de referencia, focaliza entonces su mirada en los responsables del poder político. Esto hizo que desde el estallido de la pandemia, en razón de la impronta federalista y descentralizada del sistema constitucional estadounidense, la atención generalizada se haya concentrado casi únicamente en dos personas: Trump, como responsable del Gobierno federal, y Cuomo, como gobernador del Estado más afectado.

La última vez que sucedió algo similar fue tras el atentado contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001, cuando todas las miradas se dirigieron hacia el presidente George W. Bush y el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, quien en apenas veinticuatro horas se erigió en una personalidad política nacional.

La competencia por la postulación demócrata pasó a ocupar un espacio irrelevante en los medios de comunicación y en las redes sociales. Por eso, Sanders no encontró espacio para descontar la diferencia acumulada por Biden. Pero por ese mismo motivo el ex vicepresidente de Barack Obama, quien con sus 76 años también está en cuarentena, tampoco logra captar la atención de la población. En cambio, las diarias conferencias de prensa matutinas de Cuomo concitan una gigantesca audiencia nacional. El estilo pedagógico del gobernador, quien suele ilustras sus afirmaciones con atractivos powerpoints, contribuye a interiorizar a una opinión pública ávida de precisiones y contrasta con la agresividad de Trump. En algunas oportunidades, Cuomo aparece acompañado por su hija Michaela, con quien intenta persuadir a los adolescentes neyorquinos de la necesidad de respetar la cuarentena.

Cuomo asume toda la responsabilidad política por lo que ocurre en su Estado: "Si alguien está descontento, o alguien quiere echar la culpa a alguien, que me culpe a mí". También se cuida de responder a las preguntas periodísticas sobre los detalles médicos: "Lo más importante en la vida es saber lo que no sabes y yo no sé de medicina, así que le doy la palabra al doctor". Para levantar el alicaído ánimo de la población, apela a una invocación mística de Nueva York como una "gran familia" basada en un arraigado espíritu comunitario.

¿Ahora o en 2024?

Hasta el COVID-19, Cuomo era un personaje no demasiado conocido a nivel nacional pero si sólidamente instalado en el sistema político estadounidense. Gobernador de Nueva York desde 2010, está en su tercer mandato consecutivo. Entre 1997 y 2001 fue Secretario de Vivienda durante la administración de Bill Clinton. Considerado parte del ala "progresista" de su partido planteó la necesidad de que el Estado pudiera intervenir en el sistema de salud privado para enfrentar el avance de la pandemia y de la aplicación de la Ley de Producción para la Defensa para garantizar la provisión de productos sanitarios. En su gestión, impulsó una ley de estricto control de armas. Defensor del aborto, fue protagonista también de una fuerte polémica sobre el tema con el arzobispo de Nueva York, el cardenal Timothy Dolan.

Cuomo es un demócrata de alta alcurnia. Su padre, Mario Cuomo, fue gobernador de Nueva York entre 1982 y 1994 y también era conceptuado como un "progresista" por su activo impulso a los programas sociales. En algún momento fue tentado con la precandidatura presidencial demócrata, desafío que no asumió por el temor de que su ascendencia italiana sirviera a sus adversarios para acusarlo de vinculaciones con la mafia neoyorquina. La carrera política del actual gobernador comenzó precisamente a sus veinte años como jefe de campaña de su progenitor en su primera postulación y continuó luego como su asistente personal en la gobernación del estado. Pero, además de su filiación, Cuomo tiene otro parentesco ilustre con el linaje demócrata: su primera mujer fue Kerry Kennedy, hija menor del asesinado senador Robert Ken nedy y sobrina del expresidente John F. Kennedy, con quien tuvo tres hijos.

Su hermano, Chris Cuomo, actualmente afectado por el COVID-19, es uno de los más populares presentadores de la CNN, la cadena de noticias archienemiga mediática de Trump.

Curiosamente, Cuomo y Trump comparten ciertos rasgos de sus historias. Los dos nacieron en Queens y sus trayectorias reproducen las trayectorias de sus respectivos padres, Trump como empresario exitoso y Cuomo como dirigente político de fuste. Ambos polemizan en público, pero mantienen una antigua relación personal. Fuera de esas semejanzas biográficas, el gobernador y el primer mandatario son dos personalidades opuestas, cuyas diferencias expresan con elocuencia a los dos bandos de la grieta ideológica entre conservadores y “progresistas” que fractura a la sociedad estadounidense.

Con su retórica pendenciera, Trump aventuró que Cuomo podía ser un adversario más temible que “el dormido Joe”, como apoda a Biden. El gobernador respondió: “No voy a morder el anzuelo de un reto político. Yo nunca me lancé a presidente. Dije desde el primer día que no buscaría la presidencia”.

Pero Dick Morris, un reputado estratega electoral amigo de Clinton, señaló que “Biden cree que tiene la nominación cosechada, pero no estoy tan seguro” y afirmó que “es perfectamente posible que Cuomo reemplace a Biden como candidato”. Para fundamentar esa apuesta, consignó que “Cuomo sería un oponente de orden de magnitud muy diferente a Biden”.

La convención partidaria demócrata para definir la candidatura presidencial, prevista originariamente para julio, fue en principio postergada para agosto. Algunos imaginan incluso una “convención virtual”. Lo cierto es que en los duros meses que se avecinan Trump y Cuomo seguirán monopolizando la escena pública y Biden tendrá escasas oportunidades de acaparar la atención. En ese contexto, la alternativa de un cambio de último momento en la postulación demócrata puede aumentar. La verdadera incógnita es la voluntad de Cuomo, ya que si las encuestas indican que Trump saldrá airoso de la crisis y avanzará hacia su reelección bien podría optar por completar su mandato como gobernador y esperar hasta 2024. 
 

 

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