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Los wichi pertenecen a una etnia indígena que habita la zona bravía del Chaco salteño, entre los ríos Pilcomayo y Bermejo, una franja llena de dolor. Antes se los conocía como matacos. Wichi significa gente o pueblo, pero ellos viven en un escalafón más bajo. Son tratados como si fuesen una subraza humana. Nómades que practican la pesca y la caza. Conocen su sol y su territorio como la hembra a sus cachorros. Juntan los frutos que le obsequia la naturaleza. Sus viviendas son humildes chozas o muy precarias casas que levantan en las cercanías de los ríos o lagunas.
Ocurre que la historia vuelve a repetirse como en tiempos de la conquista cuando el obispo Bartolomé de las Casas hacía la crónica de los pueblos originarios en Centro América, en el momento que empieza el encuentro de los pueblos y las razas. América era verde y cantaba. Era un territorio de pájaros y una espesura de árboles. En ese tiempo llegaron las barcazas, trajinaron con sus cristos el paisaje de las llamas y mataron a Coquena y también a Pachamama. Esa historia de abandono llega hasta nuestros días y asoma por las comunidades que habitan en las regiones que limitan con el Paraguay o con Bolivia. La desnutrición, la deshidratación, la extrema vulnerabilidad son parte del paisaje humano, donde hay niños con un año de edad que pesan 6 kilogramos. El precario sistema de salud y de contención social los lleva a una realidad que produce muertes y dolor. El médico Rodolfo Franco, es un entusiasta científico argentino, que le pone su bravura asistiendo a esta gente, se casó con una wichi, radicándose definitivamente en esta zona, sirviendo de ejemplo de vida para todos los habitantes originarios.
Grandes artesanos que trabajan las fibras del chaguar para producir las "yikas", pulseras, collares, cortinas, aros, cinturones, que constituyen recursos e ingresos para esta gente; además, son cantores muy sentidos que relatan la dura historia transcurrida; cantan como los pájaros, con un contenido donde están los parientes que se han ido, con un tono solemne, para recordar los momentos salientes de su existencia.
La mortalidad de esta gente triplica la media nacional, sometidos a un abandono total y sin agua potable. Víctor García, cacique de El Cruce, reflexiona: "Nos sentimos olvidados. La pobreza llega asociada al mal de chagas y muchas otras enfermedades". Solo algunos enfermeros y organizaciones solidarias visitan a los wichi, que viven hacinados en habitaciones donde duermen hasta 12 personas. Por suerte el Gobierno provincial, junto a organizaciones nacionales y extranjeras, trabajan para saldar una vieja deuda como es el agua potable, fuente de vida. Esto empieza a dibujar una nueva esperanza y mirar el futuro con más confianza. Por otro lado, se dio el hecho histórico ya que el pueblo pudo consagrar el primer intendente wichi en la persona de Rojelio Nerón, para que gobierne Santa Victoria Este. Es el triunfo de una raza, que está comprometida a cambiar la historia, para que la alegría vuelva con los pájaros y los árboles, a poblar la zona; para que los chicos puedan tener las mismas posibilidades de otros niños; para que la vida empiece a premiar a un silencioso pueblo que soportó con tanta bravura la cruel injusticia a la que fue sometido. Que el verde le gane al desierto, prosperen las sonrisas populares y puedan lograr instalar los sueños postergados. Que su canto empiece a recoger estas felices semillas de esperanzas que la vida les brinda y la política acompañe a este sufrido rincón de la patria. Salud queridos hermanos wichi.