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El hecho de que Estados Unidos haya desplazado a China y a Europa Occidental como epicentro de la pandemia del COVID-19, lo que obligó a sus autoridades federales y estaduales a adoptar duras medidas de emergencia, acarrea reacciones tan intempestivas como inoportunas: una vasta corriente cultural conservadora impugna la constitucionalidad de esas decisiones, a las que denuncia como una violación de los derechos y las libertades individuales, y convoca a la desobediencia civil, mientras que en Idaho proliferan los grupos "supervivencialistas" que pretenden construir, casi con las características de un estado independiente, un refugio colectivo contra una catástrofe inminente.
Al grito de "enciérrenla", miles de ciudadanos armados se congregaron en la capital de Michigan frente a la legislatura estadual para protestar contra la cuarentena decretada por la gobernadora demócrata Gretchen Whitmer.
La movilización fue convocada por la Coalición Conservadora y el Fondo de Libertad de Michigan. Marian Sheridan, dirigente de la Coalición Conservadora, proclamó que "los ciudadanos están francamente cansados de ser tratados como bebés".
Pero más allá de la espectacularidad de los sucesos de Michigan, el caso potencialmente más grave es Idaho. Ammon Bundy, un ranchero de 44 años, oriundo del vecino estado de Nevada, encabeza un movimiento de protesta contra la cuarentena dispuesta en el estado por el gobernador republicano Brad Little.
Bundy no vacila en amenazar con una respuesta armada "si las cosas se ponen mal y nuestros derechos son infringidos lo suficiente, podemos plantarnos y defendernos físicamente, haciendo lo que tengamos que hacer".
La trayectoria de Bundy invita a tomarlo en serio. En su estado natal, en 2014 acompañó a su padre, Cliven Bundy, en su resistencia a una condena judicial por haber tenido su ganado pastando durante años en tierras federales sin pagar ningún canon, una conducta que a juicio de su progenitor y el suyo propio no constituía un delito porque estaba amparada por las libertades constitucionales.
Dos años después, en 2016 fue absuelto por un jurado popular tras liderar una violenta movilización de protesta contra la condena judicial a dos granjeros de Oregón que habían sido acusados de un incendio de tierras en sus establecimientos rurales, una actitud que Bundy juzgó legítima y acorde con el ejercicio del derecho de propiedad.
La exhibición de armas en Michigan y la amenaza velada de recurrir a la acción militar en Idaho, que en casi todas partes del mundo parecerían inimaginables, no puede resultar extraña en un país cuya principal organización no gubernamental es la Asociación Nacional del Rifle, que cuenta con seis millones de asociados y reivindica la vigencia de la segunda enmienda de la Constitución federal, que garantiza la tenencia de armas para los ciudadanos. Un porcentaje significativo de estadounidenses considera que ese derecho es la garantía de su libertad individual.
Pero lo políticamente más significativo es que Bundy no es una voz excéntrica y solitaria.
Heather Scott, una combativa legisladora estadual republicana, que en su campaña proselitista enarbolaba la vieja bandera de la Confederación sureña en la guerra civil estadounidense, estigmatizó a la cuarentena como "el virus que trata de matar a la Constitución". Para Scott, "el camino elegido por el Poder Ejecutivo es inconstitucional y antiestadounidense. En una sociedad libre, no es papel del Gobierno decirnos lo que podemos y no podemos hacer".
Daryl Wheeler, un popular sheriff del condado de Bonner, señaló que "el gobernador ha suspendido la Constitución por decreto".
Lo cierto es que esta prédica encuentra en Idaho, un estado tardío fundado en 1890, con una geografía montañosa y boscosa que facilita el aislamiento y una población homogéneamente blanca, con apenas un 1% de afroamericanos, un terreno fértil para florecer. Charles Hunt, un politólogo estadounidense, puntualiza que "Idaho es un conocido refugio para grupos de supervivencialistas y ciudadanos de derecha con mentalidad conspirativa". Destaca también que "hay un fuerte sentimiento libertario en el estado, que suele ser muy antigobierno".
Esperando la hecatombe
Esa singularidad de Idaho lo convirtió también en el lugar de peregrinación promovido por el movimiento Reducto Americano, una cofradía ultraconservadora fundada en 2011 por el escritor James Wesley Rawles, quien sostiene la necesidad de crear una región libre y segura para que los ciudadanos puedan refugiarse ante una terrible hecatombe que hundiría a Estados Unidos como consecuencia de las políticas "progresistas" que incentivan la presencia omnímoda del Estado y sofocan las libertades individuales.
Pese a esa visión libertaria de Rawles, la población de ese refugio estaría exclusivamente reservada para cristianos y judíos conservadores. Para fundamentarlo, afirma: "A menudo me preguntan por qué es tan importante para mí escoger cristianos conservadores y judíos mesiánicos u ortodoxos como vecinos. La pura verdad es que en un colapso social habrá un auténtico vacío de poder. En esas circunstancias, con pocas excepciones, será solo el temor a Dios lo que se continuará respetando. Elige a tus vecinos sabiamente”.
Según Rawles, “es hora de distanciarnos de la corrupción que vemos en Washington”. A la hora de trazar analogías históricas, Rawles no se queda corto. Explica que su propuesta migratoria está enraizada en el espíritu fundacional de Estados Unidos, una nación creada a partir de la epopeya protagonizada por colonos puritanos que escapaban de la persecución religiosa imperante en Europa para construir una “ciudad sobre la colina” donde pudieran vivir libremente de acuerdo con sus propios valores morales. Ese mismo ideario habría inspirado la conquista del Oeste por colonos que buscaban un territorio para vivir en libertad y huir de la presión asfixiante de las grandes ciudades del este y también, en otra dimensión, la creación del estado de Israel, que posibilitó al pueblo judío su retorno a la “tierra prometida”.
La popularidad de Rawles se disparó con la publicación de una serie de novelas iniciada en 1998 con “Patriotas: una novela de supervivencia en el próximo colapso”, que narra la aventura de un grupo de estadounidenses que se refugia en una zona apartada para eludir las consecuencias de una hecatombe económica. Desde entonces, Rawles se transformó en ideólogo y consultor de los “supervivencialistas”, que se preparan para afrontar organizadamente y por sus propios medios las catástrofes que divisan en el horizonte. Es ese mensaje apocalíptico el que multiplicó exponencialmente su resonancia con la expansión de la pandemia, que confirma sus más obscuros presagios.
La paradoja es que ni los manifestantes de Michigan ni los rebeldes de Idaho descartan la alternativa del aislamiento social como respuesta sanitaria al COVID-19. Al contrario, en muchos casos y tal como postula Rawles, se preparan activamente para practicarla de manera organizada en sus comunidades autogobernadas. Lo que no parecen dispuestos a tolerar es que el Estado les imponga su voluntad. Aunque a muchos pueda resultarle absurdo, en esa convicción anida el corazón de la cultura estadounidense.
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