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El impacto emocional que la expansión del Coronavirus provoca en las poblaciones del mundo entero tiene un natural correlato en la religiosidad popular, movilizada por el temor colectivo.
Sobre ese dato sociológico de carácter general, que se percibe con muy diversas modalidades a nivel global, se monta en América Latina un fenómeno específico: la alianza entre gobiernos de tintes autoritarios de distinto signo ideológico y ciertos grupos evangélicos, expresada en la exaltación de la fe religiosa como respuesta para afrontar la amenaza.
Rezos en Brasil
El ejemplo paradigmático es Brasil. El presidente Jair Bolsonaro, acosado por una crisis política que incluye la posibilidad de su destitución, ha fortalecido su acuerdo con los grupos evangélicos, que hoy constituyen su principal y casi única base de sustentación.
Mientras 25 de los 27 gobernadores estaduales reclaman medidas drásticas para combatir la pandemia, que empieza a hacer estragos en la población, el primer mandatario, quien empezó caracterizando al COVID-19 como "una gripecita", convoca a la realización de jornadas de ayuno y oración, en las que paradójicamente no participa la Iglesia Católica. La oposición satiriza a esta política con el epíteto de "Coronafé".
Este apoyo celestial que brinda la cofradía evangélica, que representa al 30% de la población brasileña, tiene concretas contrapartidas terrenales.
La vacante abierta en el estratégico Ministerio de Justicia y Seguridad por la estrepitosa renuncia de Sergio Moro (el popular exjuez del "Lava Jato" y responsable, entre otras decisiones trascendentes, del procesamiento y la detención de Lula), fue cubierta con la designación del pastor presbiteriano, Andrés de Almeida.
Bolsonaro prometió también a sus aliados religiosos el nombramiento de un abogado evangélico en la vacante de la Suprema Corte de Justicia que quedará disponible por la próxima jubilación del titular del cuerpo.
En ese juego de "toma y daca" hay una retribución adicional: el mandatario brasileño está muy preocupado por el avance de ciertas investigaciones judiciales en marcha contra sus hijos y por las acusaciones disparadas en su contra por Moro después de su renuncia, que originaron la apertura de una investigación por parte del máximo tribunal.
Pero días antes de la dimisión de Moro, cuando Bolsonaro experimentaba el golpe político causado por la remoción del ministro de Salud, Luz Henrique Mandetta, a quien las encuestas señalaban como la figura más popular de su gobierno, Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Silas Malafaia, de la Asamblea de la Victoria de Dios en Cristo, y Valdemiro Santiago, de la Iglesia Mundial del Poder de Dios, aplaudieron esa decisión presidencial.
Macedo, quien emerge como una figura central de este sistema de alianza, no se anda con vueltas y, en coincidencia con el mensaje de Bolsonaro, advierte a sus seguidores: "no te preocupes por el Coronavirus, porque ésa es la táctica de Satanás".
La Iglesia Universal del Reino de Dios, con diez mil templos abiertos en todo el territorio, sobresale por su poder económico. Es propietaria de la cadena Récord, la segunda red de televisión de Brasil después del conglomerado O'Globo, enfrentado con Bolsonaro.
Macedo acaba también de sellar un acuerdo con la CNN: Douglas Tavolaro, un sobrino suyo que dirigía Récord, pasó a desempeñarse como CEO de la flamante filial brasileña de la cadena noticiosa estadounidense. La oposición sostiene que Bolsonaro y Macedo traman utilizar los recursos de la publicidad oficial para demoler la influencia política de O'Globo a fin de imponer su mensaje en la opinión pública.
Chavistas evangélicos
Pero Bolsonaro dista de ser el único presidente latinoamericano que pacta con sectores evangélicos para legitimar su política contra el COVID-19.
En el otro extremo del espectro ideológico, el presidente Nicolás Maduro, en abierta confrontación con la jerarquía eclesiástica, convocó a una cadena de oración y renovó su respaldo al Movimiento Evangélico de Venezuela, una corriente minoritaria a la que brinda apoyo económico.
Maduro anticipó su idea de financiar la creación de una universidad evangélica y de declarar el "Día del Pastor" el aniversario del asesinato de Martin Luther King.
En una reunión televisada con su gabinete, al referirse a la lucha contra la pandemia, les mostró una foto que le había proporcionado un amigo, en la que se divisaba en el horizonte una nube con forma de paloma.
Con su locuacidad habitual espetó a sus funcionarios: "Ustedes están viendo esta foto, se dan cuenta que tiene la forma de una paloma. Es un mensaje claro a nuestro pueblo. Estamos protegidos por la bendición divina".
Una táctica similar emplea en Nicaragua el presidente Daniel Ortega, también enfrentado con el Episcopado local. Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, mostraron una nueva carta política: el hijo de la pareja, Laureano Ortega Murillo, a quien algunos visualizan como el heredero, abrazó públicamente la fe evangélica.
El joven heredero aparece en público en ceremonias con los pastores, que apoyan decididamente la política sanitaria gubernamental. Nicaragua es uno de los pocos países del mundo que no interrumpió el dictado de clases ni limitó las reuniones religiosas ni suspendió los espectáculos deportivos. Tampoco impuso restricciones a la actividad económica.
Para defender su postura, que fue cuestionada oficialmente por la Organización Panamericana de la Salud, Ortega señaló: “Si mandamos a la Policía a aislarse y al Ejército a aislarse y a los campesinos a aislarse y a dejar de producir, desaparece el país, sencillamente desaparece”.
En República Dominicana, el país centroamericano más castigado por la pandemia, el presidente Danilo Medina, mucho menos estridente que sus colegas “bolivarianos”, pero también en conflicto con el Episcopado de su país, protagoniza un acercamiento con el movimiento evangélico y encontró en esa corriente el apoyo necesario para legitimar un discurso político que exalta la importancia de la fe religiosa para alimentar espiritualmente a la población en la lucha contra el virus. Las elecciones presidenciales, en principio previstas para el 17 de mayo, fueron postergadas para el 17 de julio por razones sanitarias. Pero el prelado evangélico Samuel Medina, a cargo de la Oficina de Relaciones con las Iglesias Cristianas, no oculta su opinión en favor de una reforma constitucional para habilitar una nueva reelección presidencial. Su postura reeleccionista abrió empero un debate dentro de la cofradía.
AMLO y Jeannine
El vínculo político entre líderes evangélicos y gobiernos latinoamericanos, potenciado por las exigencias de la lucha contra la pandemia, también se manifiesta, aunque con menor intensidad, en México con el presidente Andrés Manuel López Obrador, cuya política sanitaria es objeto de severas críticas por su aparente permisividad, y en Bolivia con Jeanine Áñez quien, enarbolando la Biblia, también convoca a jornadas de ayuno y oración para combatir el virus.
Como el fenómeno recorre la totalidad del arco ideológico del continente, cabe apreciar la existencia de una estrategia común del movimiento evangélico, eminentemente pragmática, que consiste en aprovechar cualquier fisura entre los gobiernos latinoamericanos de cualquier signo y la Iglesia Católica para establecer alianzas políticas que le faciliten su expansión.