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¿La caída del imperio estadounidense?

Viernes, 08 de enero de 2021 01:18
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En política internacional existen dos grandes corrientes que, desde mirada contrapuestas, tratan de explicar el mundo.

Una de ellas se basa en las premisas de "El Príncipe" de Maquiavelo y supone que el sistema internacional se caracteriza, en esencia, por la lucha permanente para conseguir, conservar o incrementar el poder; se trata de la autodenominada corriente "realista".

Para los seguidores de la Realpolitik© todo lo que hacen los Estados -incluso la cooperación- es, en el fondo, una lucha por el poder. Cuando ese poder es proyectado hacia el resto del sistema internacional con el apoyo de las armas, se construye una política imperialista.

A lo largo de la historia hay sobrados ejemplos de Estados, reinos o naciones, que cayeron en la tentación imperial. Esta no es patrimonio exclusivo de los autoritarismos o de las monarquías, sino también de los Estados democráticos o republicanos.

La democracia ateniense era imperialista, así como la república socialista soviética o la república capitalista estadounidense.

Justamente, Raymond Aron calificaba a Estados Unidos como una "República Imperial", describiéndola internamente como una república, pero que en su política exterior se comportaba de manera imperialista.

Otra cosa que nos ha enseñado la historia es que los grandes imperios, así como se construyeron, también desaparecieron.

Algunos fueron experiencias efímeras, como el imperio macedónico, y otros perduraron por siglos, como el imperio romano; pero todos, inexorablemente, parecen condenados a desaparecer como tales.

En 1986, Paul Kennedy, historiador británico, escribió "Auge y caída de las grandes potencias", una obra en la que daba cuenta de esta constante a lo largo de los últimos cinco siglos y que tiene como argumento central que las grandes potencias se debilitan y decaen cuando incrementan excesivamente sus objetivos militares y superan sus capacidades productivas. En ella, hacía una advertencia sobre el debilitamiento del poderío estadounidense en las próximas generaciones.

No ha sido Kennedy el único que advirtió sobre una eventual decadencia norteamericana. Muchos otros autores señalaron la situación paradojal de haber incrementado su poder tras la implosión de la Unión Soviética y, al mismo tiempo, ser más vulnerable debido a la revolución tecnológica, a la globalización y al surgimiento de actores relevantes como el terrorismo.

Zbigniew Brzezinski, analista de origen polaco, en su obra "Fuera de Control" de 1993, no sólo advertía sobre las cuestiones geopolíticas y las amenazas externas a las que debía enfrentarse el gran país del norte, sino sobre sus dilemas internos, a los que resumió en veinte y que abarcan desde el endeudamiento y la falta de competitividad industrial, hasta el sistema de salud, la saturación del sistema judicial y lo que llamó un "incipiente" estancamiento de su sistema político. La llegada de Donald Trump al poder -y sobre todo su salida-, son una muestra exacerbada de esa debacle, que no es reciente.

Las elecciones presidenciales del año 2000, que determinaron la victoria de George W. Bush (h), fueron muy cuestionadas pues la Corte Suprema de Justicia impidió el recuento de votos en el estado de Florida que definía la elección y donde Bush obtuvo una ventaja de tan solo 0,009% de los votos. Al Gore fue el candidato más votado en el país, pero Bush triunfó en el Colegio Electoral.

Algo similar sucedió en las elecciones de 2016, en donde Hillary Clinton ganó el voto popular, pero Donald Trump resultó electo como presidente. En el medio, hubo severas sospechas e informes sobre la intromisión de "hackers" y "trolls" rusos para incidir en el resultado de las elecciones.

Algunos especialistas opinaban que, una vez electo, el sistema político estadounidense contendría al presidente Trump, una figura que emergió al margen del sistema político tradicional. Sus cuatro años de gobierno demostraron que eso no sucedió.

La crisis que se ha generado tras las elecciones de 2020 con el desconocimiento de Trump del resultado; las presentaciones judiciales para desconocer los votos emitidos por correo; el llamado a los electores a no consagrar a Joe Biden en el congreso electoral; el último incidente en el cual sus simpatizantes interrumpieron por la fuerza la sesión del Senado en la que se trababa la certificación de la victoria del candidato demócrata y la consecuente intervención de las fuerzas del orden y el toque de queda decretado en Washington, son síntomas evidentes de un sistema político decadente y en crisis.

Si bien es cierto que la actitud y las declaraciones del presidente saliente contribuyen a generar el caos y agravar una situación que es grave de por sí, también es cierto que algunas reacciones contrarias ahondan el problema.

Por ejemplo, la decisión de muchos medios de comunicación de no reproducir los mensajes presidenciales que cuestionan los resultados electorales, o la de Facebook o Twitter de bloquear la cuenta de Trump por algunas de sus opiniones vertidas tras los incidentes en el Capitolio, claramente constituyen una restricción a la libertad de expresión en el país que se jacta de ser la cuna y adalid de la libertad.

No hay dudas de que Estados Unidos sigue siendo una potencia militar cuasi hegemónica; que es la principal economía del mundo y el centro cultural y del desarrollo científico y tecnológico del mundo globalizado.

Pero su líder político está desbordado y sus acciones debilitan a todo el sistema político y, por ende, a la nación.

En un mundo que está envuelto en una pandemia que dista de debilitarse y que cuenta con liderazgos fuertes como los de China y Rusia, Estados Unidos parece dar señales de ser un imperio inmerso en una crisis interna que lo distrae de la disputa por el poder mundial.

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