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En lo que algunos analistas occidentales interpretaron como un giro estratégico del régimen de Beijing y hasta el inicio de una posible "vuelta al socialismo", el presidente chino Xi Jinping proclamó "la necesidad de regular los ingresos personales excesivamente elevados y alentar a los grandes grupos empresarios a devolver a la sociedad una parte de sus ganancias". Para Xi, China tiene que avanzar hacia un modelo de "prosperidad compartida", una expresión empleada por Mao Zedong en la década del 50.
El anuncio de Xi impulsó decisiones inmediatas en el mundo de los grandes conglomerados privados. Alibaba (el Amazon chino), cuyo principal accionista es el multimillonario Jack Ma y sus ganancias en el segundo semestre de este año ascendieron a 7.300 millones de dólares, informó que la compañía había resuelto donar 15.550 millones de dólares a programas para la creación de empleo, ayuda a los sectores vulnerables e innovación tecnológica.
Tencent, el otro gigante que comparte con Alibaba un sitio entre las siete compañías tecnológicas más importantes del mundo, amplió en 7.700 millones de dólares su fondo destinado a la "prosperidad común", elevándolo a 15.000 millones de dólares, para financiar proyectos en medicina primaria y educación en las zonas rurales.
Multimillonarios
La creciente desigualdad social es una preocupación central para los comunistas chinos.
El Instituto de Investigación del Credit Suisse consigna que el 1% de la población acumula casi el 31% de la riqueza en comparación con el 21% en 2000. Esa cifra acerca a China con Estados Unidos, donde ese 1% posee alrededor del 35% y la tendencia apunta a superar rápidamente ese porcentaje, lo que constituiría un récord poco envidiable para un país autoproclamado socialista.
Según un estudio del Hurun Global Rich List 2021, en China hay 1.058 multimillonarios, contra 696 en Estados Unidos. El trabajo revela que seis de las ciudades del planeta con mayor cantidad de multimillonarios son chinas. La primera es Beijing. Rupert Hoogewert, titular de Hurun Report, señala que "Asia tiene, quizás por primera vez en cientos de años, más multimillonarios que el resto del mundo combinados".
Ma, otrora ícono de las grandes fortunas chinas, está en el cuarto lugar. El ranking es encabezado por Zhong Shanshan, apodado el "rey del agua mineral", con un patrimonio de 84.000 millones de dólares. Es el primer chino en ingresar a la nómina de las diez personas más ricas del mundo. El segundo puesto pertenece a Ma Huateng, el mayor accionista de Tencent, con 74.000 millones, el tercero a Huang Zheng, dueño de la plataforma digital Pinduoduo, con 69.000 millones de dólares, el cuarto a Ma, con 55.000 millones de dólares, y el quinto a Zhang Yiming, fundador de Tik Tok, con 52.000 millones que lo ubican entre las treinta fortunas más grandes del planeta.
La singularidad de este empresariado es que se forjó en las últimas cuatro décadas. La antigua burguesía tradicional china huyó masivamente cuando Mao tomó el poder en 1949 y contribuyó al éxito económico de Taiwán, Hong Kong y Singapur. Esta nueva burguesía nació en 1978, con la apertura promovida por Deng Xiaoping, y está integrada por personajes surgidos socialmente desde abajo, aunque con conexiones personales o lazos familiares con la poderosa burocracia del Partido Comunista.
¿Gato blanco o gato negro?
El régimen de Beijing eligió a Zhejiang, una provincia de la costa este, como sede de una "experiencia piloto" sobre el avance hacia la "prosperidad compartida". El gobierno local publicó un plan de 52 puntos para transitar ese nuevo camino. Su objetivo es lograr que el ingreso promedio en Zhejiang alcance los 11.500 dólares en 2025, un 40% más que los niveles actuales. Li Shi, un economista que asesora a las autoridades, explicó que el plan promueve la realización de convenciones colectivas de trabajo para mejorar los niveles salariales y habilita la posibilidad de la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas.
Li alentó al gobierno de Zhejiang a implementar un impuesto para las viviendas de mayor precio. Pero la propuesta quedó en estudio. Los funcionarios locales aclaran que no se trata de crear un "estado de bienestar" al estilo europeo ni tampoco de un regreso al "igualitarismo" de la era de Mao.
La metáfora que utilizan para graficar el modelo es una "sociedad en forma de aceituna", con una gran clase media y pocas personas en los extremos de la riqueza y de la pobreza.
Ese método de las "experiencias piloto" es una regla consuetudinaria del Gobierno chino cuando pretende introducir reformas significativas. Permite examinar los resultados y corregir los errores antes de universalizar la experiencia.
La elección del lugar nunca es caprichosa. Zhejiang, donde Xi se desempeñó como jefe provincial del Partido Comunista entre 2002 y 2006, alberga a algunas de las empresas privadas más importantes de China, entre ellas a Alibaba. Huran Report consigna que uno de cada seis millonarios chinos proviene de Zhejiang.
El objetivo macroeconómico de esta nueva etapa es incentivar el consumo interno como palanca del desarrollo.
Ese consumo es hoy liderado por el gasto de una clase media de más de 400 millones de personas. El ingreso por habitante chino ronda hoy los 12.000 dólares anuales y treparía hasta los 20.000 dólares anuales en 2035. En ese punto, China ingresaría en el segmento de los países de “ingresos elevados” establecido por el Banco Mundial.
Ya durante la era de Mao, China alcanzó progresos sociales significativos. Entre 1950 y 1980 el promedio de vida de la población aumentó de 44 a 68 años y el porcentaje del analfabetismo bajó del 80% al 16%. Pero a partir de la apertura promovida por Deng los resultados económicos fueron extraordinarios: el país protagonizó cuarenta años de crecimiento ininterrumpido, con el ritmo más acelerado de toda la historia económica mundial. En ese lapso, centenares de millones de personas salieron también de la pobreza.
Si para Mao la prioridad fue combatir el hambre de la población (“una taza de arroz todos los días para cada chino”) y para Deng impulsar el despegue económico por la vía capitalista (“no importa que el gato sea blanco o negro, sino que sepa cazar ratones”), el desafío que tiene por delante Xi es la desigualdad social en aumento. La “prosperidad compartida” apunta en esa dirección. Si Deng reconoció “el derecho de algunos a enriquecerse antes que los demás”, Xi reivindica el derecho de “los demás” a participar más equitativamente de los frutos del desarrollo.
En Asia todo es distinto
Ante este nuevo giro, los sinólogos occidentales, atados a una visión eurocéntrica que les impide apreciar las particularidades culturales del mundo asiático corren el riesgo de volver a errar. Cuando Deng promovió la apertura económica creyeron llegada la hora del capitalismo. Ahora, con la nueva orientación de Xi , avizoran una “vuelta atrás”.
Insisten en analizar la realidad china en términos de capitalismo o socialismo. Olvidan la advertencia de George Kennan, uno de los principales estrategas estadounidenses en la guerra fría: “En Asia todo es distinto, incluso el comunismo”.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico