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Ciencia y científicos. La ciencia es aquella disciplina que se propone explicar fenómenos, y de ser posible, hacer pronósticos a futuro, debiendo cumplir los requisitos de contrastación empírica de sus hipótesis junto la reiteración de estos experimentos.
En principio, las teorías construidas nunca se consideran completas, porque por lo general aparecen nuevos temas relacionados que no siempre la teoría existente puede explicar satisfactoriamente, lo que hace necesario construir un "paraguas" científico más abarcativo para los nuevos fenómenos.
Por su parte, los científicos, claramente, son los que toman a su cargo las tareas propias de la ciencia de la que se ocupan. No cabe duda de que la ciencia es algo más que los científicos que la representan, porque cuando un fenómeno no encuentra explicación, al menos inicialmente, "la culpa" no debería buscarse en primera instancia en la ciencia sino en los científicos que a lo mejor no han dado todo de sí para lograr las respuestas necesarias.
Sólo cuando los problemas detectados se reiteran en sucesivos experimentos contrariando la teoría vigente, esta debe ser revisada, surgiendo en su lugar un nuevo "paraguas" científico, más general que el anterior. Así ocurrió con la teoría de Newton sobre la gravedad que reemplazaba las anteriores, y con la de Einstein que contenía a su vez la de aquel como caso particular.
La Economía y los economistas
En Economía sucede algo similar. En el marco de la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII, la Economía, ya insinuada con numerosos y valiosos aportes previos, cobró estatus de ciencia de la mano de los así llamados "economistas clásicos", con figuras como las de Thomas Malthus, David Ricardo, Adam Smith (nombrados alfabéticamente) y otros. Ya avanzado el siglo XIX se produjo un nuevo impulso en esta ciencia con la denominada "revolución neoclásica" en la que se destacaron figuras de fuerte impacto, como Alfred Marshall, Leon Walras junto a varios más, que le aportaron más rigurosidad a la Economía.
Mientras tanto, el principal soporte sobre el que descansaba la Economía, que era la prescindencia casi absoluta del Estado en el desenvolvimiento del mundo económico (el "laissez-faire") se resquebrajaba fuertemente con las cada vez más severas y persistentes crisis, la mayor de las cuales, la de 1929, se proyectó prácticamente hasta el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Peor aún, muchas economías, como la de Rusia primero y luego las de Alemania, Italia y otras de la Europa continental, abandonaron la economía de mercado que correspondía al diseño teórico de la Economía, abrazando Rusia (conformada ahora como Unión Soviética) el comunismo, y otras economías europeas, el fascismo. Sin embargo, las economías que mantenían su adhesión a la democracia y el funcionamiento de los mercados no la pasaban muy bien, con severas huelgas y protestas ante el masivo estancamiento económico y el desempleo para los cuales la Economía y los economistas no tenían respuesta, como no sea señalar que, "más tarde o más temprano el mercado pondría las cosas en su lugar".
Un nuevo "paraguas"
"Pero entonces llegó el doctor...".
En efecto, frente a lo que se consideraba para muchos un claro fracaso de la economía de mercado, algunos economistas se animaron a decir tímidamente que "el emperador está desnudo" y uno de ellos en particular, John Keynes directamente analizó los "fundamentals", o sea, el núcleo duro de la Economía, observando que, en tanto las cuestiones relacionadas con la determinación de los precios por la oferta y la demanda, así como la conducta de búsqueda de óptimos por parte de las familias y empresas, no debía estar en discusión, otras explicaciones como la determinación de la tasa de interés, el empleo o el papel del dinero en la obtención de los precios y la inflación no estaban bien explicados según la teoría prevaleciente, ofreciendo Keynes una explicación alternativa.
Keynes vs. el "laissez-faire"
En trazo grueso, en tanto la teoría "vieja" sostenía que el desempleo se originaba en que los trabajadores exigían salarios muy elevados, Keynes decía (aunque no con estas palabras) que eso era como afirmar que la ausencia de veraneantes en una playa infestada de tiburones se debía a los elevados precios de los hoteles. Análogamente, para el "laissez-faire" la tasa de interés era lo que balanceaba las decisiones de ahorrar de las familias con las de invertir de las empresas, pero para Keynes era simplemente el costo del dinero. En cuanto a los precios, Keynes planteaba que "así como es abajo es arriba", vale decir, siempre los precios se determinan por la oferta y la demanda, y si hay inflación esta se origina por desajustes en la oferta de toda la economía (salarios, tarifas, tipo de cambio, márgenes de ganancia), en la demanda (gasto público, dinero), o en ambos. Keynes escribió pensando en la gran depresión que generaba "deflación" (disminuciones en los precios) y desempleo principalmente, pero, aun cuando tenía explicaciones para la inflación, estas, en sus prescripciones, eran equivalentes a un capítulo sobre la obesidad (la inflación) en un tratado sobre la desnutrición (la deflación, la parálisis económica y el desempleo).
Por lo tanto, cuando la inflación apareció, luego de muchos años de elevado crecimiento y pleno empleo junto a la incorporación de nuevas economías al “club” de las prósperas (Japón, los “tigres asiáticos”), muchos economistas se “cruzaron de banquina”, adhiriendo a las viejas teorías que Keynes había demostrado no válidas.
Por cierto, en economías normales, como dice Juan Carlos de Pablo, “cualquier cosa funciona bien”, con lo que no importa tanto qué se haga para solucionar cierto problema cuanto la adhesión de los agentes económicos principales a la prontitud y convicción de los gobiernos para resolverlos.
Sin embargo, cuando los problemas se repiten a lo largo de varias décadas sin que se logren subsanar, a la vez que los gobiernos repiten lo mismo que nunca da resultados, la cuestión da qué pensar (si el lector cree que la economía que cumple este desagradable e increíble cuadro descripto es la Argentina, ¡acertó!...)
En efecto, de un lado (el populismo) se insiste con controles de precios, imposición abusiva, cierre de la economía o cepos varios para frenar la inflación (oferta), y del otro (la ortodoxia monetarista) en el freno monetario y la reducción del déficit fiscal (demanda) como única herramienta antiinflacionaria, manteniendo ambos el cierre de la economía y sin abordar la cuestión de una manera más integral (el déficit fiscal “junto” al cierre de la economía), o sea, entender que la inflación responde a cuestiones de oferta y demanda y no sólo de demanda o de oferta.
¿Es la ciencia? ¿O los científicos?
La ciencia no se crea, a diferencia de la tecnología. Simplemente existe, aunque los científicos no la hayan descubierto aún. Aún con “mucha tela para cortar” (nuevas investigaciones y desarrollos), todo parece indicar que, con respecto a la Argentina, los problemas tienen que ver más con los economistas enfrascados en sus “banquinas”, que con la Economía, sin perder de vista la cuota de responsabilidad de los políticos en la búsqueda de respuestas a los problemas que en la casi totalidad de las economías ya se han resuelto.