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ETS060221-018N01-Ingresos genuinos y espurios

Sabado, 06 de febrero de 2021 01:49
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Hay ingresos e ingresos... A principios del siglo XIX, David Ricardo, un economista británico considerado uno de los "padres fundadores" de la Economía moderna, demostró que el PBI era equivalente a los ingresos de "quienes concurren a su formación", que son los empresarios, los trabajadores y los propietarios de las tierras en las que se cultivaba "el grano", producción en la que Ricardo estaba particularmente interesado.

Según nuestro economista, los trabajadores recibían un ingreso personal estable (su salario), dado básicamente por los alimentos, en tanto los dueños de la tierra percibían su renta, y finalmente, los empresarios obtenían la diferencia entre el total y la suma de los ingresos de los otros dos sectores.

Como la tierra era fija en Gran Bretaña, al crecer el PBI la poca que se añadía encarecía el costo de producirla y esto hacía que la renta de las tierras ya cultivadas aumentara porque los terratenientes la elevaban conforme el mayor precio que adquiría el grano.

Al mismo tiempo, al ser constantes los salarios pagados pero mayor el número de trabajadores al producirse más, los salarios totales también aumentaban y todo esto en definitiva reducía las ganancias de los empresarios.

 

Ricardo también se esforzaba por convencer a los británicos de que era imperativo debilitar el poder de los terratenientes abriendo la economía, vale decir, importando grano para abaratar el costo de la mano de obra y permitiendo así mejorar la rentabilidad de los empresarios, lo que exigía derogar la ley de granos que prohibía su importación.

El triunfo de Ricardo

Ricardo, fallecido en 1823, no logró ver cristalizados sus esfuerzos en procura de potenciar la enorme capacidad de producción de Gran Bretaña.

Sin embargo, en 1846 y luego de ásperas discusiones, la ley fue finalmente eliminada y, tal como Ricardo sostenía, el cereal se abarató apreciablemente fortaleciendo el salario de los trabajadores y los beneficios de los productores, al mismo tiempo que la renta de los terratenientes se contrajo, debilitando su poder y permitiendo a Gran Bretaña un vigoroso crecimiento.

Pocos años después, otro principio económico demostrado por Ricardo, la Teoría de las Ventajas Comparativas, lograba que, al mismo tiempo que Gran Bretaña conseguía colocar sus excedentes de producción en los mercados internacionales, otras economías, como la Argentina, incorporada a la división internacional del trabajo luego de la Organización Nacional, también se beneficiara con este nuevo orden económico logrando una formidable expansión económica que la colocaría, hacia el Centenario, entre las primeras economías del mundo.

Contrarrevolución argentina

Como se ha enfatizado en otros artículos, el nuevo orden económico apoyado en la división internacional del trabajo, tenía su talón de Aquiles en las características cíclicas de la economía que, debido a los períodos de contracción que seguían a los de rápida expansión, generaban simétricamente una etapa de caída consiguiente en el PBI y empleo.

En la Argentina, al igual que en todo el mundo, la más dura caída de la producción, el empleo y las exportaciones se registró en la gran crisis de 1929, que se prolongó varios años hasta la Segunda Guerra Mundial en que el rearme de las potencias involucradas condujo nuevamente al pleno empleo.

Si bien en la Argentina y como consecuencia de acertadas y oportunas medidas la crisis fue relativamente corta, en una gran parte del "establishment" y la opinión pública caló hondo la crítica que desde el nacionalismo liderado por algunas naciones europeas de la época y la Unión Soviética con su enfoque comunista, consideraba que el causante de las crisis era el esquema económico que se basaba en el comercio internacional y la prescindencia del estado en la economía que se le asociaba.

Se propugnaba entonces por una ruptura del comercio internacional, lo que cristalizó en el golpe de estado de 1943 que, como también se analizó en notas anteriores, se planteó reemplazar las importaciones por producción local y, al amparo de esta nueva visión, se consideró que las exportaciones no eran ya necesarias ya que si no se necesitaba importar, las exportaciones eran por lo tanto prescindibles.

Como quiera que sea, la producción exportable fue utilizada inicialmente como fuente de recursos para financiar la industrialización que la sustitución de importaciones implicaba, y las consecuencias más destacadas que comenzaron a observarse fueron, por una parte, la migración de mano de obra que se trasladó al nuevo sector dinámico localizado en Buenos Aires principalmente, población que se "acordonó" en su periferia, y por la otra, el abandono de los puertos fluviales del interior y progresivamente, el ferrocarril, al no ser ahora tan importantes, ya que no había apreciable producción regional exportable que transportar.

Un sistema rentístico perverso

El aluvión migratorio, desafortunadamente, no dio los resultados esperados para todos quienes lo intentaron. Por una parte, estar "al lado" de Buenos Aires no era lo mismo que vivir en la "gran urbe", porque las condiciones edilicias, sanitarias, etc. no eran por supuesto las mismas.

Por otra parte, no todos los habitantes del “hinterland” encontraron trabajos de calidad y muchas veces ninguno, al mismo tiempo que la esperada estabilidad del ciclo económico tampoco se consiguió, porque las crisis del comercio internacional fueron reemplazadas por las de cuño propio ocasionadas por la caída en las exportaciones unida a la nueva demanda de importaciones que ya no consistían en heladeras, cocinas o vestimenta, pero sí en maquinaria e insumos que la “industria nacional” no proveía. 
Esto generaba crisis de balanza de pagos por falta de divisas, crisis que se “corregían” con devaluaciones y caída en los salarios reales principalmente, a lo que se unía la inflación, provocada por aumentos de salarios por fuera de la mejora en la productividad del trabajo, imposible con una industria  sobreprotegida.
Una gran parte de la nueva industria debió por lo tanto ser amparada, no sólo por medio de aranceles elevados o prohibiciones directas, sino, como se decía, a través de subsidios que inicialmente fueron aportados indirectamente por el sector exportador y luego directamente por el estado, lo que agigantó el gasto público y potenció consecuentemente la inflación. 

Asignatura pendiente

Adicionalmente, la Argentina nunca corrigió el problema de fondo que se basa en la existencia de una industria incapacitada de exportar y generar por lo tanto las divisas necesarias para estabilizar el ciclo económico, a la vez que el sector primario dinámico tampoco se vio favorecido en toda su capacidad debido a trabas o impuestos distorsivos, lo que llevó a que el estado deba atender con mayor gasto el enorme ejército de desocupados o subempleados que este esquema perverso generó y mantiene; así se constituye una imagen similar a la de los antiguos terratenientes “financiados” por los empresarios y trabajadores de la Gran Bretaña de Ricardo. 
La enorme tragedia es que, en el caso de la Argentina de hoy, no hay un PBI que crezca, aunque sea modestamente, para brindar esos recursos porque nuestra economía permanece estancada desde hace largos años y por lo tanto estos ingresos “espurios” provienen nuevamente de los trabajadores y empresarios que deben deducirse de los que penosamente pueden generar. 

 

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