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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Rehenes de una coalición sin consenso

Viernes, 17 de septiembre de 2021 02:15
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Estamos a las puertas de una situación de crisis institucional generalizada con una connotación: la feroz disputa interna hacia adentro del Gobierno. Las PASO causan el mismo efecto en el 2019 y 2021. Al no poder garantizar un triunfo que ordene desacoples internos, las expectativas de crisis aumentan. Le pasó a Mauricio Macri, que aceleró la fragilidad económica y social, y hoy le ocurre a Alberto Fernández, que acelera la fragilidad institucional interna del Frente de Todos y complica el ya complejo panorama nacional.

Las PASO no son la causa, sino la mejor prueba de que llegar al veredicto popular sin tener variables en orden, los resultados adversos se decantan con toda lógica: la unidad sin consensos, no existe. Cuando las estructuras de poder no tienen un trazado grueso que une prioridades, formas y comportamientos, al primer resultado magro, lo lógico es deshacer la unión endeble que existe para disputar poder. Esto no es nuevo. Desde que el Frente de Todos inauguró su gobierno los interrogantes (más bien, dudas) sobre la relación entre sus diferentes tribus tuvo un correlato público. Siempre que hubo disputas -sobre la Justicia, sobre las tarifas, sobre Vicentín, sobre el gabinete, sobre las vacunas, etc- fueron con los micrófonos abiertos y las operaciones mediáticas en vivo.

El desequilibrio interno

Hoy estamos en la puerta del efecto de este desequilibrio interno, carente de síntesis, que se resquebraja de manera pública suscitando una presión sobre la figura presidencial que puede no recuperarse ni para noviembre ni para final de mandato. La estrategia de vaciar el gabinete de figuras cercanas a la vicepresidenta como forma de presión sobre el Presidente logran dimensionar aún más la fragilidad interna que necesita de desaires públicos para ordenar cuestiones meramente internas.

 

En un partido político maduro, estos movimientos, y decisiones, son hacia adentro, sin abrumar a la sociedad que ya dijo en las PASO está harta de una clase política disfuncional. La Argentina necesita maduración política y menos tragedia en vivo.

Ante la debacle interna del Frente de Todos, es probable que el votante moderado tenga en estos instantes más simpatía por la figura presidencial ante el embate de un segmento de la coalición.

¿Cambios?

Vemos reflejadas en la emboscada conductas que la Argentina ya no quiere ni debe tolerar. Es cierto que poner a disposición una renuncia no significa un cambio y que inclusive es una práctica válida para oxigenar una gestión en decaída. Pero, las formas importan porque traen consigo una carga política simbólica que puede desencadenar en la erosión de la figura presidencial y precipitar una crisis institucional generalizada.

Si el Frente de Todos quiere calibrar su interna, para eso debería proteger su activo más importante -el presidente y su gestión- y hacer un retiro espiritual con exorcistas, en privado. De igual manera, los silencios son más poderosos que el ruido, y en este sentido urge que el segmento que responde a la vicepresidenta considere su conducta como un premonitor de una crisis generalizada.

Recordemos que antes de las PASO, inclusive, se instalaba de a poco la reelección de Alberto Fernández. Al depender tanto del resultado para validar un rumbo con una unidad endeble, los riesgos de caer en la trampa de un plan a cuotas de suerte, incrementan. En otras palabras, la capacidad de sobrevivir a una derrota electoral de tamaña dimensión dice más sobre las bases institucionales que está construida la coalición que el significado político del resultado. Las PASO no son el resultado final de la contienda, pero aún así, revelan la fragilidad de los cimientos, valores y acuerdos en los que están fundadas las dos grandes coaliciones políticas de nuestro país. Tampoco fueron necesarias las PASO para confirmar la teoría de que solo los partidos institucionalizados y con prácticas de coherencia sostenidas en el tiempo logran vencer la caducidad de un revés electoral. Ya en junio del 2020, el fallido intento de estatización de Vicentín dejó en claro y al desnudo la falta de coherencia entre el significado económico y la disyuntiva política, el Presidente pagó el costo de alejarse de su discurso original del 2019: la moderación.

La moderación

La moderación no es falta de convicciones. La moderación tiene que ver más con las formas que con el objetivo, y en él priman dos pilares fundamentales: claridad en el mensaje y fundamentos técnicos. Por ejemplo: el nivel más alto de ponderación hacia el Gobierno y el Presidente se dio en los primeros meses de la pandemia donde con filminas y apostando a una conciliación política para garantizar la salud pública, hubo acatamiento popular, y hasta mediático (sí, recuerde: todas las portadas de los diarios antagónicos rezaban "al virus lo frenamos entre todos"). La capacidad de comunicar el riesgo, con rigor técnico y consenso político tuvieron su efecto. Después, en un escenario de disputa sobre cómo afrontar la pandemia, el pilar de claridad de mensaje se fue perdiendo.

La claridad se fue perdiendo justamente por la falta de consensos en el diagnóstico del problema y la moderación de implementación. La saga de la vacunación es prueba de esto. Por eso, mientras el Gobierno transita su peor crisis como coalición, queda claro que la unidad moderada que fue victoriosa en el 2019 fue más una táctica electoral que un fundamento de gobernabilidad.

Al no poder contener la falta de consensos y síntesis interna, el Presidente y su círculo más cercano debían tejer un equilibrio ineficaz que solo precedió a más problemas. Por ejemplo, en el manejo de la economía, las relaciones internacionales y las leyes centrales en el Congreso. La moderación no exige no tomar partido, sino centrar el mensaje en acciones concretas que ejerzan el balance sin perder el rumbo.

El gran problema para la coalición gobernante es que ese rumbo nunca fue definido en detalle, en rigor y sabiendo cuáles eran los límites.

Por eso, las PASO del 2019 y del 2021 son parecidas: solo el pueblo sabe los límites de la improvisación. La improvisación de Cambiemos llevando a la economía al extremo de la falacia y la improvisación del Frente de Todos más ocupado por pulseadas internas que tomar el papel de gobernar el Estado. En este contexto quedan dos salidas: o profundizar la comprensión de la crisis interna, o tomar el resultado de las PASO como lo que son: un llamado de atención. Esto serviría para forzar la síntesis interna, con plan de gobierno. Ambas cosas son necesarias para revertir el resultado en noviembre y hasta podrían garantizar vida política más allá del 2023. De lo contrario, la tan “AMBA centrista” cultura del pase de factura, puede fracturar la hegemonía de la política como ordenadora de la vida social y desencadenar un estallido social y económico difícil de domar.
En síntesis, se necesita que el Gobierno logre definir su identidad sin tener de rehén al resto del país, o en vilo a sus militantes que realmente apoyan a la unidad del peronismo. Por el lado de la oposición, lo primordial para la calidad institucional del país es mostrar seriedad para no profundizar la situación de crisis. Lo que claramente favorece su estrategia fue la capacidad de incrementar el caudal de votos. Eso también se traduce en responsabilidad. De acá a noviembre la mejor campaña es explicar la moderación: planes concretos y soluciones técnicas desde la política.
El resultado político de las PASO dejó en claro tres conclusiones. La primera, que el hartazgo de los votantes siempre se hace sentir cuando la política gestiona para sí, se encuadra en disputas de nicho en vez de transformar la calle de tierra en una con asfalto.
La segunda es que, sin depender del color del partido gobernante, la macroeconomía no puede aguantar el ritmo de desorganización y falta     de rumbo. 
 Y la tercera, que aún falta para noviembre y las posibilidades de transformar rumbos, la esperanza, es lo último que se pierde. 
Los paralelos con el 2019 asustan, y entramos en tiempo de descuento en el humor social que ve cada vez más desigualdad, disputas efímeras y faltas de consensos. Desde esta columna siempre hemos sostenido que sin consensos no hay rumbos. Los consensos, desde la moderación, son conocidos. Lo que falta son interlocutores que realmente entiendan la tarea, sin fanatismos políticos, sin gurúes, y con más empatía; con más moderación.

* Mg. en Políticas Públicas.

Codirector Droit Consultores
 

 

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