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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Bartleby y el (fin) del federalismo de vasallaje

Lunes, 10 de enero de 2022 00:00
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"Bartleby, el escribiente" es uno de los mayores logros de la literatura contemporánea. Herman Melville funda un estilo exasperante, donde nada cambia y todo se repite a través de un burócrata (Bartleby), que lo único que responde ante cualquier requerimiento es: "I would rather not" (preferiría no).

La política argentina es la mejor versión hecha carne de aquella literatura fantástica: con ligeros matices, la agenda política es la misma desde hace un siglo. No hay temas de la sociedad, sino intereses de unos pocos, que se presentan con maquillaje convocante.

Es una realidad ajena, que no es la de la sociedad argentina, cansada de la ineptitud, que propone resolver el futuro con el pasado. Porque ese es el problema: sean caras nuevas, sean herederos tocados por la varita mágica del progenitor, lo cierto es que no plantean nada nuevo, nada.

Como Bartlebly, se empeñan en la único que parecen conocer: niegan, para luego repetir la historia una y otra vez, hasta que las peores profecías se cumplen. Cometen el peor pecado que se puede cometer en cualquier plano, pero sobre todo en política: desperdiciar oportunidades.

El caso de la deuda con el FMI es paradigmático. Siempre la misma cantinela, siempre el discurso de otro siglo, siempre apoyos equivocados (Nicaragua y no Estados Unidos). Pero lo llamativo esta vez no es lo esperable, sencillamente porque no saben hacer otra cosa. Por primera vez en mucho tiempo una fibra constitucional histórica y dormida toma centralidad inusitada, con aire ordenador: el federalismo, ese pilar de nuestra organización nacional, inaugurado por Dorrego, proféticamente defendido por Alem y anestesiado por obra y gracia de una cofradía de caciques pampas, que por decenios aceptaron convertirse en mendicantes del poder central, resignando todo, facultades y responsabilidades. Y aquí lo novedoso de la nueva configuración política.

A fuerza de los hechos, ese vértice central toma cuerpo en dos órdenes fundamentales: el Congreso y los gobernadores. Ante la impericia y la falta de parámetros de acción (un plan sería mucho pedir), esas dos instituciones ganan el centro de la escena, ante la mirada atenta de una opinión pública movilizada.

Y para bien o para mal, la tensión es tan grande que todo queda en evidencia, desde los viajes inoportunos de algunos, hasta los usuales acuerdos entre bambalinas para cambiar votos aberrantes por cachos de presupuesto para un puentecito o una ruta.

Picardías de otro tiempo, inauguradas por quien fuera el primero en hablar de federalismo y hacer otra cosa (Juan Manuel de Rosas), que sirvieron para tergiversar con doble discurso todo, nuestro sistema institucional y nuestra historia.

La Argentina está enferma de la peor pandemia: la ineptitud de Bartleby, la del que no quiere hacer, del que no quiere mirar adelante, del que tan solo aspira a mantener el status quo, con todos sus privilegios.

Nuestra esperanza son las instituciones por la que tanto pelearon quienes nos precedieron y definieron nuestra identidad más íntima. Valen la pena y están al alcance de la mano: hacia el fin del federalismo de vasallaje.

 

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