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Jugando con fuego electoral

Lunes, 07 de noviembre de 2022 02:24
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Roque Sáenz Peña fue un patriota; también lo fue su ministro del Interior, el salteño Indalecio Gómez. Contra el viento y marea de los intereses de su época, entendieron algo tan básico y fundamental como que el "pueblo quiere votar". Y lo hicieron realidad, consagrando el voto universal, secreto y obligatorio.

Muchos asumieron equivocadamente que era una maniobra artera para perpetuarse en el poder. Algunos hasta creyeron que Gómez estaba urdiendo su candidatura a presidente. Su respuesta para despejar cualquier duda en la interpelación en el Congreso fue contundente: "Sepa la opinión pública que la matriz del gobierno ha quedado definitivamente clausurada para concebir ninguna candidatura oficial, y menos la candidatura del ministro del Interior".

Otros tiempos

La ignorancia de la historia y del derecho conducen al reino de lo insólito. Lo primero que habría que saber es que las leyes electorales son un punto de apoyo medular del sistema republicano.

Jurídicamente no son algo para andar manoseando, porque lo que está en juego es la opinión pública, y la democracia es justamente el gobierno de la opinión pública a través de los partidos políticos.

Lo segundo es que un rasgo esencial del régimen electoral es la neutralidad. Esto porque establece el marco para una competencia en igualdad de condiciones, razón por la que no puede cambiarse en el medio del proceso: los hechos evidencian que estamos en plena campaña electoral, es por eso que el actual régimen es un derecho adquirido por el proceso electoral, los partidos políticos y la opinión pública.

Cambiarlo significaría algo tan burdo y desconcertante como empezar a aplicar reglas del rugby en la mitad de un partido de fútbol.

Lo tercero es que el voto es un acto complejo, con rasgos litúrgicos que culminan con la mayor intimidad del cuarto oscuro. Allí hay mucho más que racionalidad; hay historia, hay pasiones, hay dolores y alegrías. Todo se resume en ese acto democrático supremo, que garantiza uno de sus valores fundamentales: el recambio, el turno electoral. De allí que es un error mayúsculo jugar a aprendices de brujo con las reglas electorales, desatando fuerzas que por lo general se vuelven en contra de los artífices. Para los pícaros, la urna electoral suele convertirse en cineraria.

Hablemos claro: no estamos ante un acto patriótico como el de Sáenz Peña y Gómez. Estamos ante un intento desesperado por aferrarse al poder, paradójicamente por aquellos que instauraron en su momento estas reglas. Las leyes en Roma llevaban el nombre del autor, imponiéndole así la obligación moral de defenderla; acá Roma está invertida, los autores atacan sus propias leyes. Ante la posibilidad cada vez más cierta de un triunfo opositor, ejecutan un atentado en su contra en la víspera. Ilegal e ilegítimo, especialmente por el argumento: dicen que cuestan caro… con argumentos como ese, la próxima parada es abolirlas…

El régimen electoral no es inmutable. Pero son reglas de juego que deben servir para fortalecer la democracia, no dispositivos a medida para desestabilizarla. Más que con fuego, están jugando con la democracia.

 

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