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La ruta de la opacidad

Lunes, 14 de febrero de 2022 00:00
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Son tiempos de reacomodamiento en el mundo. Lo virtual aventaja a lo real; la tecnología jaquea las tradicionales categorías de tiempo y espacio; la sociedad y el derecho se convulsionan a resultas de nuevos valores, desde la sexualidad a la vida. Es una crisis de legitimidad que desafía el sistema. Hay dos visiones en juego. La que funda su legitimidad en el poder de la fuerza, contra la legitimidad del consentimiento social. Cada una con sus ventajas y debilidades, especialmente en cuanto a capacidad de ejecución y la de ser sostenible en el tiempo con consensos.

Este y Oeste que proponen dos tradiciones, dos puntos de vista existenciales. Una nueva bipolaridad, con trazos novedosos. Argentina zigzaguea, a los tumbos, con vueltas carnero en su política exterior que sorprenden por su inconsistencia.

Pero debajo de la incontinencia verbal se perfila algo más sustancial y grave: una transformación radical de la política exterior del país, que compromete el presente y futuro de generaciones argentinas.

El cambio es tan profundo que troca adhesiones internacionales basadas en un destino geográfico y político (América y democracia republicana), por otra que promete una tangente de fuga ante la urgencia. En los términos de la mutación se evidencia la tensión entre los modelos: los requerimientos y el proceso de un organismo multilateral de crédito, propio del modelo de la legitimidad por consenso, contra las mieles de un financiamiento rápido en varios frentes, con controles más laxos en aspectos medulares, como la transparencia y la robustez institucional.

Un realineamiento geopolítico y cultural de ese calibre exige una consideración más profunda. No es tan solo una continuación de la línea diplomática inaugurada por el gobierno anterior (fue el que fijó el camino para la adhesión a la Ruta de la Seda), basada en una posición abierta, con los intereses comerciales del país como eje prioritario.

En medio de una negociación medular con el FMI, a la vera de un posible conflicto bélico y ante la conformación casi formal de un nuevo eje de poder mundial, es un alineamiento pleno de orden político, inoportuno cuanto menos y con rasgos de "animus servus".

Es por eso que corresponde una discusión en el Congreso. No es un capricho de estilo: es lo que manda la Constitución Nacional. Reglar el comercio con otros países y aprobar tratados internacionales son su competencia exclusiva. Mas, preceden a la organización nacional, y es la razón por la que son una facultad expresamente delegada por las Provincias al Congreso, no al Poder Ejecutivo. Nadie sabe a ciencia cierta a qué se comprometió ni qué comprometió Argentina.

Casi a lo que ya estamos acostumbrados, la legitimidad de la opacidad que atraviesa como vector central todo el accionar gubernativo, ahora expresada en la política internacional. Tampoco a qué provincias aventaja y a cuáles perjudica (aunque no cuesta imaginar, incluso una opositora). Una costumbre ya, falta de transparencia y federalismo de vasallaje. Solo el Congreso puede ordenar tanta improvisación antirrepublicana. Tal vez también la justi cia.

 

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