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27 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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La herencia y el renunciamiento de un verdadero un demócrata

Su primer acto de desprendimiento político fue al designar la Corte de Justicia tras  la dictadura. 
Martes, 15 de febrero de 2022 01:11
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Por Walter Neil Bühler
Abogado laboralista


Parece increíble que la prodigiosa obra de Roberto Romero, como gobernador de Salta, haya podido llevarse a cabo en un solo mandato de cuatro años (1983-1987). 
Solo quien fuera portador de una energía titánica pudo producir los prodigiosos avances que no solo afianzaban ese presente, sino que se proyectaban con visión de futuro. 


Es cierto que prácticamente no dormía ni descansaba; su mente no se permitía el reposo: debería ser una colmena vertiginosa elucubrando utopías y luego llevándolas a la práctica. Pero lo notable de esos proyectos es que todos ellos nacían con una mística que contagiaba a los funcionarios que debían llevarlas a cabo y a los propios ciudadanos salteños que se beneficiarían con ellas. 

El regreso a la democracia, en 1983, significó que se respiraran aires de renovación. De hecho, las líneas triunfantes en las elecciones se llamaban “Renovación y Cambio”, dentro del radicalismo, encabezada por Raúl Alfonsín a nivel nacional y “Unidad y Renovación” en el Justicialismo conducida a nivel local por Roberto Romero.

 Tanto a nivel nacional como provincial se vivió una etapa de optimismo y fe en el progreso, a pesar de las graves dificultades heredadas de la dictadura; esperanzas y mística que no se repitieron en las décadas posteriores. 
Con gran apasionamiento, se pensaba en grande.

En el caso salteño a través de iniciativas impulsadas por Roberto Romero como el Norte Grande, el aprovechamiento del río Bermejo, la inserción en el GEICOS, la infraestructura de conexión con Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil, etc. Todo esto, acompañado de ambiciosos planes de vivienda, educación, salud, turismo y la construcción de obras emblemáticas como las del embellecimiento del cerro San Bernardo con su teleférico o la edificación del estadio Delmi.

Mencionemos que Romero pudo ejercer un poder político omnímodo en la Provincia, ya que tenía amplia mayoría en ambas cámaras. Pero no fue así. Su primer acto de desprendimiento político fue al designar la nueva Corte de Justicia. Recordemos que al finalizar la dictadura militar se renovaron (o ratificaron) todos los cargos del Poder Judicial. Pudiendo designar Romero todos los miembros de la nueva Corte extrayéndolos de sus filas partidarias, optó por elegir a quienes representaban un amplio abanico ideológico de izquierda derecha, de conservadores a peronistas y radicales. Lo mismo ocurrió con los jueces inferiores que fueron nombrados o ratificados según su capacidad y su honestidad, sin reparar en su filiación política.
Romero advirtió que las instituciones jurídicas también debían aggiornarse al compás de los nuevos tiempos. 

 

Parece increíble que la prodigiosa obra de Roberto Romero haya podido llevarse a cabo en un solo mandato de cuatro años (1983-1987). 
 

 

La Constitución salteña no había sido reformada desde 1929 (salvo la frustrada y efímera Constitución de 1949). Y es aquí, durante la Convención Constituyente cuya convocatoria efectuó en 1986, donde Romero protagoniza su mayor acto de renunciamiento político y demuestra su calidad de demócrata sincero.

 Personalmente observó la marcha de la Constituyente que debía ocuparse de reformar íntegramente la ley fundamental de los salteños. Podría haber impuesto el número mayoritario de convencionales que le respondían, sin embargo, los mismos recibieron su recomendación de que todos los artículos fueran aprobados con el consenso de la oposición. Así fue y prácticamente el 100% de las normas constitucionales fueron aprobadas por unanimidad. Hizo otras dos recomendaciones que fueron que se estatuyeran formas de participación democráticas de los ciudadanos y que se incorporarán los derechos sociales (casi ausentes en la Constitución de 1929).

No sabemos si Romero, que era un hombre de amplia cultura e incansable lector, conocía la vida del ilustre romano Lucio Quincio Cincinato (a quien debe su nombre la ciudad norteamericana de Cincinnati), pero de alguna manera- supo emularla. Cuentan que hacia el año 460, ante una grave crisis de la república romana, el Senado fue a buscar a Cincinato (que se encontraba arando su campo, según lo ilustró el pintor Juan Antonio Rivera) y le ofreció la suma del poder público. Cincinato aceptó, pero tras solucionar la crisis en unos pocos meses, renunció sin escuchar a quienes clamaban por su regreso y se negó a recibir cualquier tipo de honores o recompensas y regresó a su trabajo en el campo.

Romero no quiso bastardear la que consideraba su gran obra: la nueva Constitución. Y a pesar de existir lo que podríamos denominar un clamor de los Convencionales Constituyentes y de la ciudadanía, para que se estableciera la posibilitara la reelección inmediata del gobernador, mantuvo su postura contraria a los mandatos eternos y reafirmó su creencia en la alternancia de los mismos, como un postulado esencial de todo demócrata y republicano.

 Ese fue el gran legado de Romero, militante de la democracia que demostró estar muy por encima de las legiones de políticos que solo buscan aferrarse eternamente a sus cargos y privilegios. 

* Walter Neil Bühler acompañó a Roberto Romero, al inicio de su gestión como Secretario de Estado de Seguridad Social (1983-84) y luego como presidente de la Comisión de Derechos Sociales de la Convención Constituyente en 1986.

 

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