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¿Alguno de ustedes vio un dólar?... Perón, en uno de sus discursos ante su público durante su primera presidencia deslizó esta pregunta, sugiriendo que la suba del dólar, que ya se ponía de manifiesto, no debería ser en realidad un problema, dado que por esa época muy pocos utilizaban la moneda norteamericana como refugio.
Por supuesto, ese no es el caso de la Argentina desde hace varias décadas en que, como consecuencia del mal diagnóstico y peores medidas de política económica de los gobiernos, la inflación se ha transformado en una constante (si bien con pocas aunque honrosas excepciones) y el refugio que encuentran los argentinos en el dólar viene siendo la "solución", no perfecta pero simple y eficaz, ante la erosión en los ingresos que la inflación provoca, desmintiendo así otra frase célebre, esta vez de Lorenzo Sigaut, ministro de Economía de una etapa de los gobiernos militares entre 1976 y 1983: "El que apuesta al dólar, pierde...".
¿Qué es la inflación?
Se ha puesto de moda entre algunos economistas sostener que "la inflación es la pérdida de poder adquisitivo del dinero", esto es, sería el dinero el que se desvaloriza, aunque nosotros creamos que son los precios los que aumentan, que es como decir que "no son los aviones los que toman altura, sino la Tierra la que se empequeñece ante nuestros ojos" cuando miramos por la ventanilla...
En realidad, los manuales de Economía definen la inflación como la suba sistemática y generalizada de los precios en el tiempo, con lo que la pérdida de poder adquisitivo del dinero es la consecuencia y no la causa de la inflación. De ser cierto lo que se ha puesto de moda entre estos economistas, cuando tenemos la fortuna de encontrar un producto que el comercio de enfrente aún no ha cambiado de precio, el dinero que se ha "desinflado" en el comercio donde los precios ya han aumentado, misteriosa e inexplicablemente mantiene su poder de compra en este otro... Sin comentarios, ¿verdad?
Habiendo definido la inflación, no es menos importante escrutar sus causas. Sin duda, la "favorita" entre la mayoría de los economistas es la que la atribuye a la expansión monetaria, explicación que es contundentemente aceptada por todos, ya que "si fuera cierto que aumentando la cantidad de dinero resolvemos todos los problemas económicos, estos no existirían".
Si los ejemplos de una emisión absolutamente discrecional y descontrolada, como es el caso de la Argentina, nos convencen de los argumentos monetaristas, cabe también interrogarse por los no menos descomunales aumentos en la emisión de dólares originados en el Plan Marshall para la reconstrucción de la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial, los que no solo no fueron inflacionarios sino que, efectivamente, permitieron la recuperación de los países involucrados en ese plan, para no hablar de la recomendación de Keynes de "enterrar billetes en las minas abandonadas, para luego desenterrarlos y gastarlos... si la sabiduría de los economistas clásicos no encuentra mejores alternativas, como construir escuelas u hospitales". Evidentemente la diferencia entre la Argentina y los ejemplos de la Europa devastada o los billetes de Keynes se debe a que, en este último caso, el dinero se iba gastando al mismo ritmo que se retiraban escombros y en su lugar se reedificaban viviendas y edificios, o sea, se creaban bienes junto con el dinero que los hacía posibles, y en el caso del ejemplo de los billetes de Keynes (si no se quería construir escuelas y otras iniciativas más útiles), él hacía referencia al modo de "empujar" la economía a la que la gigantesca depresión había postrado ("tenemos un problema con el alternador", decía Keynes) habiéndosele quitado los estímulos a las familias de endeudarse para consumir por el temor de quedar desempleados (los que aún no lo estaban), y a los empresarios para invertir, al no encontrar nuevas ventas.
La clave argentina
En la Argentina. en cambio, la expansión monetaria se da porque el gobierno enfrenta un gigantesco déficit fiscal, al mismo tiempo que la economía permanece estancada, con lo que la inyección monetaria sistemática ante cada ronda de pagos que el gobierno debe efectuar se aplica sobre el mismo nivel de producción, lo que provoca el efecto de una subasta de bienes escasos ante un público en aumento.
En definitiva, en este escenario la expansión monetaria es claramente inflacionaria.
Del mismo modo que un aumento en las preferencias del público por un bien en particular produce una suba en su precio hasta tanto una mayor oferta responda con mayor producción, a escala macroeconómica, la oferta agregada tiene una importante cuota de responsabilidad en la formación de los precios. Esto se pone en evidencia por la preocupación del gobierno en que "no se dispare el dólar", al ser este un importante insumo de la producción; o, también. ante la gran crítica que enfrentó la fuerte suba en las tarifas del gobierno de Macri, que claramente impactó en los precios, para no hablar de la capacidad que muestran algunas industrias concentradas, que "cazan en el zoológico" de aumentar sus precios, vale decir, ellas pueden trasladar costos a precios sin dificultad ante la falta de competencia, debido a la prohibición de importar en grandes rubros de la economía unido a elevados aranceles que también "protegen" a estas industrias.
¿Cuál es la solución?
Evidentemente, si la inflación responde a alteraciones en la demanda (emisión de dinero), pero también de la oferta (subas de costos o de márgenes), la forma de reducirla es hacer lo propio con el déficit fiscal (demanda), para lo cual una primera e imperativa medida es frenar el crecimiento del gasto público en términos reales, vale decir, no permitir que suba por encima de la inflación. Al mismo tiempo (oferta), se debe iniciar cuánto antes un proceso de apertura de la economía para reorientar la producción hacia la que tiene capacidad competitiva, lo que puede y debe hacerse con un cronograma razonable e implacable, de la mano de un acuerdo amplio basado en fuertes consensos políticos que deben servir de paraguas para el ulterior acuerdo sectorial de modo que las corporaciones “no saquen los pies del plato”, para lo cual un mecanismo de aceleración de la apertura puede ser un eficaz disparador.
No menos importante, se debe avanzar en los consensos para establecer una reforma laboral que permita a las provincias disponer de sus propios mecanismos para determinar las condiciones laborales y los salarios, bajo la auditoría de los ministerios de Trabajo provinciales, para evitar que los acuerdos se vulneren. Sin duda, un trabajador de las provincias entiende mejor que un burócrata de Buenos Aires donde “le aprieta el zapato”, teniendo presente que, si de proponer el mejor salario se tratara, ¿por qué no tomar como referencia el de Tokio o Nueva York, que son todavía mejores que el de Buenos Aires, aunque el desempleo y el trabajo en negro aumenten, verdad?
Por alguna razón no muy difícil de descubrir todos los planes de estabilización han fracasado, y tampoco es tan difícil comprender por qué muy pocos economistas incluyen a la oferta como un componente de la formación de los precios y la inflación, si se tiene en cuenta que una parte importante de los “gurúes” son al mismo tiempo consultores de algunas de las empresas formadoras de precios, lo que, de incorporar la oferta como explicación de la inflación, los pondría en la disyuntiva de, o bien cumplir la ética profesional o quedar tal vez desempleados.