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Putin apuesta al retorno de Trump

Martes, 15 de marzo de 2022 02:06
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Cuando a partir de la crisis internacional desencadenada por la intervención rusa en Ucrania la prensa occidental intenta afanosamente develar las intenciones ocultas de Vladimir Putin y anticipar sus próximos movimientos, suele no tenerse en cuenta algo que salta a la vista: la principal apuesta estratégica del líder del Kremlin es el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre de 2024. Una larga historia acredita la existencia de antiguos vínculos y de reiterados elogios recíprocos que seguramente darán mucho que hablar en los próximos años.

Nada de esto constituye un secreto. Informes de inteligencia de la CIA y del FBI, que tomaron estado público durante el mandato de Trump, proporcionan abundantes detalles de aquellas relaciones. En 2017, un apasionante y documentado libro del periodista británico Luke Harding, titulado "Colusión: encuentros secretos, dinero sucio y cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones", narraba con precisión quirúrgica los orígenes de la interferencia de los servicios secretos rusos en las elecciones estadounidenses.

La cuestión ya había motivado controversias durante la campaña presidencial. Los adversarios de Trump en las elecciones primarias republicanas encomendaron a Christopher Steele, un exoficial de inteligencia británico y titular de una firma de consultoría con sede en Londres, la tarea de investigar la "conexión rusa" del entonces precandidato. El nombre de Steele era conocido por haber develado la trama de los sobornos que precedió a la decisión de la FIFA de elegir a Rusia como sede del campeonato mundial de fútbol de 2018.

 

Una vez ungido Trump como candidato, sus adversarios internos republicanos perdieron interés en el tema, pero los resultados del trabajo de Steele fueron adquiridos por los demócratas luego del escándalo desatado por la penetración ilegal en la computadora personal de Hillary Clinton y la divulgación de miles de sus correos electrónicos privados. Los servicios de inteligencia estadounidenses verificaron que esa intromisión había sido realizada por una "granja de trolls" con sede en San Petersburgo, manejada desde el Kremlin. La candidata demócrata denunció que Putin quería entronizar un "presidente títere" en Estados Unidos.

Steele descubrió un dato que recobra hoy una asombrosa actualidad: Paul Manafort, un lobbysta que era jefe de campaña de Trump, había sido durante varios años asesor de Viktor Yanukovich, el exmandatario pro-ruso de Ucrania derrocado por el levantamiento popular de 2014 y exiliado en Moscú, cuya caída generó como represalia la anexión de Crimea y la proclamación de las repúblicas separatistas de Lugansk y Donestsk, núcleo del actual conflicto. En 2019 Manafort fue condenado a prisión por la Justicia estadounidense por haberse desempeñado como un "agente extranjero no registrado" y al año siguiente indultado por Trump.

Pero las revelaciones sobre la "conexión rusa" no se limitaban a Manafort. El general Michael Flynn, designado por Trump como asesor de seguridad nacional, renunció a su cargo en medio del escándalo del "Rusiagate", tras comprobarse que había ocultado conversaciones reservadas con diplomáticos rusos acreditados en Washington durante la campaña electoral. Jared Kushner, yerno y colaborador de Trump, admitió haber mantenido contacto con un enviado ruso que le ofreció información confidencial sobre Hillary Clinton. El secretario de Estado, Rex Tillerson, exdirectivo de la petrolera Exxon, había tenido también una fluida y amistosa relación personal con Putin.

Por debajo del iceberg

Los mentideros de Washington se hicieron eco de versiones que consignaban que desde mucho tiempo antes del establecimiento de estos contactos Putin tenía en su poder algunos elementos comprometedores para presionar a Trump. Esas historias aludían a un viaje de Trump a Moscú en 1987, en coincidencia con el concurso internacional de elección de Miss Mundo, para negociar la construcción de un edificio rascacielos en la entonces capital de la Unión Soviética. En esa ocasión se habría alojado en una suite especial de un lujoso hotel moscovita donde la KGB filmaba clandestinamente encuentros de los huéspedes con jóvenes prostitutas para convertirlos en posibles víctimas de maniobras extorsivas.

Pero, más allá de rumores incomprobables, existen razones políticas objetivas que explican la cercanía entre el líder ruso y el exmandatario republicano. Putin y Trump comparten una visión cultural tradicionalista abiertamente opuesta al "progresismo". Ambos son enemigos de la legalización del aborto y del matrimonio igualitario, cultivan una intensa relación con las corrientes religiosas predominantes en sus respectivos países, sea la Iglesia Ortodoxa en Rusia o la corriente conservadora del movimiento evangelista en Estados Unidos, y comparten una postura de "mano dura" en la lucha contra la delincuencia, que incluye la reivindicación del derecho a la portación de armas por los particulares.

El pastor Franklin Graham, hijo de Billy Graham (el más célebre predicador evangelista de Estados Unidos), quien fuera invitado por Trump para oficiar en su ceremonia de asunción en enero de 2017, es un asiduo interlocutor del patriarca Kirill, jefe de la Iglesia Ortodoxa rusa.

 Kirill es firme partidario de Putin y defensor a ultranza de la invasión a Ucrania. A partir de sus coincidencias de fondo en cuestiones fundamentales, los dos líderes religiosos construyeron sólidos puentes entre las dos iglesias y practican una activa política de defensa recíproca. 
Esas afinidades culturales se reflejan asimismo en la proximidad de influyentes personajes del Kremlin con directivos de la ultraconservadora Asociación Nacional del Rifle (NRA), que con sus seis millones de adherentes es la organización no gubernamental más importante de Estados Unidos. Aleksandr Torshin, un amigo de Putin, es socio de la NRA y promovió la creación de una entidad similar en Rusia. Maria Bútina, una joven activista rusa “pro-armas”, apadrinada por Torshin, fue condenada a prisión como “agente extranjera ilegal” y liberada en 2019. Ella fue una de las artífices de esta alianza estratégica, que según algunos indicios convirtieron a la NRA en un insospechado instrumento para canalizar el apoyo financiero de Moscú a la campaña de Trump.
Pero la geopolítica también generó una atmósfera de comprensión. El expresidente sigue los consejos de Henry Kissinger, quien preconiza la necesidad de reiterar, aunque a la inversa, la maniobra estratégica que le tocara protagonizar hace medio siglo, cuando viajó a Beijing para establecer el diálogo entre Richard Nixon y Mao Zedong a fin de frenar la expansión de la Unión Soviética. Para Kissinger, Washington tiene que enhebrar un entendimiento con Rusia para detener el ascenso de China. En ese juego, la OTAN casi perdería su razón de ser. 
Una encuesta del Centro de Estudios Estadounidenses de Harvard que indica que el 62% de los norteamericanos estima que Putin no hubiera invadido Ucrania si Trump hubiera estado en la Casa Blanca. Es probable que ese 62% tenga razón, aunque por otro motivo al imaginado por los entrevistados en el sondeo: Trump nunca habría aceptado la incorporación de Ucrania a la OTAN. Entre tanto, la imagen de debilidad del gobierno de Joe Biden y la previsible victoria republicana en las elecciones de medio término de noviembre próximo vuelven a tornar viable el sueño de Putin. 
 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico 
 
 

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